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Espectáculos|Viernes, 10 de junio de 2005
JORGE DREXLER, ANTES DE SUS SHOWS EN EL TEATRO GRAN REX

“La electrónica no es Satanás ni la panacea, sólo un medio”

El uruguayo admite que el Oscar para Al otro lado del río lo puso contento y abrió nuevos horizontes laborales, pero trata de dejar las cosas en su punto justo. En una extensa charla, el autor de Eco da pistas sobre el concierto íntimo que presenta hoy y mañana, repasa su historia y define: “Con una computadora podés hacer un show con canciones que emocionen a la gente o dirigir un misil desde un portaaviones para destruir una ciudad”.

Por Cristian Vitale
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“La nostalgia es un sentimiento muy respetable, pero debe practicarse en dosis homeopáticas.”
Horas antes de volar de España a Montevideo con el fin de “descansar un rato” y encarar la minigira intimista que en estos momentos lo pasea por Brasil, Uruguay y Argentina, Jorge Drexler reparte el tiempo entre entrevistas de agenda, algún refresco de ocasión y escuchas emotivas –a juzgar por el tono de sus palabras– de viejas composiciones de Gustavo “Cuchi” Leguizamón. Al momento del encuentro telefónico con Página/12, en rigor, terminaba de oír una versión de La Pomeña que lo había impactado francamente. “Cada vez que escuchaba una zamba hermosa preguntaba de quién era, y siempre era de él...; el Cuchi es una de las maravillas de nuestra región”, dispara a corazón abierto. La cinta que Drexler tiene entre manos proviene, según informa, de un registro tomado de un concierto que el pianista salteño ofreció para una radio francesa, dato que detona un segundo comentario más vehemente aún. “¡No se me ocurre algo más universal que Leguizamón! Es lo más internacional que escuché en años; los franceses lo captaron mejor que nosotros.”
La cita no es azarosa, porque el hacedor del notable Eco estaba luchando contra tiempo, viento y marea para poder incluir una versión del malogrado Cuchi en el repertorio que proyecta mostrar en el Gran Rex, hoy y mañana. Finalmente, Drexler dejó picando si va a incluir o no a Leguizamón –será sorpresa, entonces–, pero no evitó hablar de otros temas vitales. Por ejemplo, el Oscar que ligó Al otro lado del río (por el film Diarios de motocicleta, de Walter Salles) como mejor canción original en castellano. “Más allá de lo cuestionables que son todos los premios, porque de última salen de opiniones subjetivas, estoy muy orgulloso de haberlo recibido. En los últimos años han premiado a Bob Dylan, Eminem, Sting..., ¿cómo no me va a poner contento? Es un honor, y también una desproporción”, admite.
No es la primera vez que este uruguayo radicado hace diez años en España recibe galardones internacionales, de esos sostenidos por una enorme maquinaria comercial, y por ende expuestos a polémicas en términos de autenticidad artística: sin ir más lejos, su penúltimo disco, Sea, fue nominado para los Latin Grammy Awards y también para los MTV Latin Awards. Drexler, con cierto olfato, muta en pragmático cuando se refiere a ellos. “Un premio no te hace ni mejor ni peor artista, ni mejor ni peor persona. Solo te hace más popular y, claro, te sirve laboralmente.” En efecto, el cantautor eligió vivir en un pueblo sereno y despoblado de las afueras de Madrid, llamado Sierra de Guadarrama –allí habitan no más de 10 mil personas– para buscar una paz que contraste con tanto roce social provocado por el exceso de trabajo. Después de todo, cuál es la utilidad de esos premios si no la de abrir mercados. “Imagínese que estoy dando unos cuatro conciertos por semana, y de repente necesito cierta tranquilidad. La rutina de llegar a una ciudad, dar conferencias de prensa, probar sonido, tocar, cenar con gente... –se detiene, piensa y prosigue– ahora, antes de tocar en Argentina, paso por Montevideo, vuelo a Brasil para tocar en Río de Janeiro, San Pablo, Belo Horizonte y Porto Alegre, retorno a mi país para dos teatros Plaza y luego voy a Buenos Aires. Es una época de mucho trabajo.”
El concierto que Drexler prevé presentar en la Argentina es diametralmente distinto del que dio hace unos ocho meses, cuando vino a estrenar Eco. Aquella actuación requirió de una banda numerosa: hubo violín, cello, percusión, batería, bajo, guitarra eléctrica, programaciones y samplers. Este, en cambio, será mínimo, solipsista. “Le puse como la canción, Guitarra y vos –con ‘s’, remarca– porque solo estamos yo con mi guitarra y mis samplers, y un guitarrista que entra y sale de escena. Prácticamente, todo el material sonoro que usamos proviene del procesamiento de guitarras y voces, o sea que es un recital con una fuente de sonido bastante endogámica, en el que casi todo parte de las voces y la guitarra, y la mayoría de las cosas se graban en vivo arriba del escenario. Tenemos pocas programaciones previas.”
–¿Sería una especie de “trova electrónica”, entonces?
–Tal vez, e inclusive con más electrónica que en el recital anterior. Es parte del formato básico de la canción de autor, pero de la misma manera que el título de la canción Guitarra y vos tiene una interferencia ortográfica, el recital posee interferencias sonoras y estéticas. Es un recital basado en los fundamentos de la canción de autor, pero a su vez muy procesados. Al final, creo que termina sonando más electrónico que los recitales que hago con banda.
–¿Por qué este giro respecto de los shows anteriores? ¿Busca sorprender?
–Es como un péndulo, después de presentarme con muchos músicos me gusta encarar algo más despojado. El concepto del recital parte de la frase “el cantautor y su computadora”, porque respeta los lineamientos básicos de intimismo y minimalismo de la canción de autor pero, dentro de ese formato y como si fuera un chiste estético, fuerza a su vez los límites del género.
–Muchos músicos niegan la electrónica, otros se entregan sin resistencias y unos pocos transitan un camino ambiguo. ¿Cómo es su relación con ella?
–Diría que siento una mezcla de curiosidad y cariño. El mundo de la electrónica me da mucha curiosidad, me parece una herramienta buenísima, no es ni Satanás ni la panacea, es un medio. Casi todas las claves de esta posición están en Guitarra y vos: “La máquina la hace el hombre y es lo que el hombre hace con ella”. Es decir, con una computadora podés hacer un show con canciones que emocionen a la gente o dirigir un misil desde un portaaviones para destruir una ciudad.
–El claroscuro inevitable de la tecnología.
–Por eso no hay que endiosar a las herramientas. Un cuchillo te puede servir para cortar la comida o para matar a alguien. Yo creo que lo ideal pasa por la interacción entre tecnología y creatividad. De la misma manera que la literatura cambió radicalmente con el invento de la imprenta, cambia la música con la utilización de máquinas.
El disco que detonó el uso moderado de sonidos electrónicos en Drexler fue Frontera, el antecesor de Sea. En Llueve, uno más atrás, había comenzado a experimentar con canciones que transitaban sobre el loop, sobre repeticiones sin fin de pequeñas piezas, pero la idea no llegó a concretarse en ese momento. Se manifestó un poco después y llegó al cenit cuando entró en sintonía con Bajofondo Tango Club, agrupación de electrotango con la que coprodujo la canción Perfume y, como efecto de vínculo efectivo, con Juan Campodónico, productor de Eco. “En el tiempo que media entre Llueve y Frontera, el concepto de clonación y de repetición sonora comenzó a interesarme. Desde ese momento, no sólo aplico la alternancia entre novedad y reiteración a la música, sino también a los textos. Hay palabras en algunas canciones mías que se repiten como 30 veces.”
–Ocurre algo sin precedentes con el rock uruguayo en Argentina. La Vela Puerca llena tres Obras, No te va Gustar adquiere cada vez más popularidad. ¿Qué reflexión le merece esta andanada oriental?
–En términos rockeros siempre vi ambas márgenes del río como una misma población. Cuando iba a ver a Spinetta Jade a Montevideo no sentía que estaba viendo a un artista extranjero, sino a un grupo afín a mi ámbito cultural. Es lógico que los grupos uruguayos, si son buenos como en el caso de La Vela o No te va Gustar, se abran camino en Argentina, por una cuestión de calidad; nadie llena tres Obras por caridad, digamos. Me alegra que la conexión entre ambos países sea biunívoca.
–Hace casi diez años que vive en España. ¿Es duro el desarraigo?
–Es una sensación ambigua con dos polos: uno es el de extrañar un lugar y otro, que has elegido irte de ese lugar para pasar la mayor parte de tu vida en otro.
–¿Cómo tercia la nostalgia en esta ambigüedad?
–Para mí, la nostalgia es un sentimiento muy respetable pero debe practicarse en dosis homeopáticas, porque vivir de ella es muy dañino, termina haciéndote olvidar el presente y perder lo que tenés delante de los ojos, que es lo único que realmente existe. El presente es muy valioso y la nostalgia no es compatible con él. Sólo me gusta la nostalgia como signo de amor distante hacia un lugar, no como modalidad de vida.
–A lo mejor siente así porque ninguna situación desagradable lo forzó al exilio...
–Es cierto. Nunca tuve que decidir irme acuciado por una persecución política ni por un alud económico, sino para redondear un proyecto artístico. Además, tengo otro privilegio, que es el de volver al menos tres veces por año a mi país. No me puedo quejar, soy consciente de que en este sentido soy afortunado.

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