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La ventana|Miércoles, 14 de enero de 2015
medios y comunicación

Sin disfraces

Según Marta Riskin los medios concentrados afrontan una limitación significativa para el completo formateo cultural, porque están forzados a emitir un discurso básico común para beneficiarios y perjudicados y afirma que la pluralidad, tanto en los medios de comunicación cuanto en la convivencia con el Otro, no es una mera consigna, sino una urgencia universal.

Por Marta Riskin *

“Tanto mayores aparecerán las estrellas
cuanto más oscuro esté el cielo.”
Tratado de pintura, Leonardo da Vinci.

La claridad con la cual se observan los vínculos entre conductas y emociones (del latín emotio, movimiento o impulso) en los cachorros humanos desaparece a medida que crecen.

Sin embargo, el formateo emocional continúa cediendo sus sutiles partículas sobre cada nuevo aprendizaje y afectando comportamientos y procesos de significación.

El descubrimiento de condicionar y domesticar ideas, consumos y costumbres, mediante sonidos e imágenes (la materia del signo lingüístico), permitió a los traficantes de emociones, desde la Prehistoria, guiar a pueblos enteros tras reyes desnudos y promover hordas y estampidas en favor de sus haciendas.

Desde 1789, el antifaz “Opinión Pública” refinó al disfraz “Vox Dei” y hacia fines del siglo XVIII, los monopolios comunicacionales ofrecen la voz monocorde que, presumiendo de objetividad e independencia, reorganiza la interpretación de los acontecimientos, neutraliza dudas y contradicciones, limita la conciencia de sus manipulaciones y crea climas sociales compulsivos.

La distribución de ira y miedo a gran escala sirve para transformar pre-juicios en verdades reveladas y, encubriendo que “no existe la libertad sin justicia”, implantar “la libertad de morirse de hambre, la libertad del zorro libre, en el gallinero libre, para comerse con absoluta libertad las gallinas libres”**.

Los medios concentrados afrontan una limitación significativa para el completo formateo cultural. Están forzados a emitir un discurso básico común para beneficiarios y perjudicados.

Alternar la estrategia “No se hace lo que se dice sino que se dice lo que conviene” con arengas hacia la propia tropa tiene sus riesgos.

Deben conciliarse, por caso, el patrocinio a grandes corporaciones con demandas de inclusión de las mayorías al Mercado y suavizar diferencias e intereses nacionales afines.

No es fácil soslayar las discrepancias entre prisioneros de conciencia cuyas convicciones de mercado remiten a Macbeth rogando a la Noche cubrir su crimen con “invisible y sangrienta mano” y aquellos que, como el esclavo del Talmud para Levinas, renuncian a su propia libertad por amor al amo.

Se necesitan formatos mediáticos que resten recursos intelectuales y refuercen corazas emocionales para evitar el despliegue de los contenidos implícitos en los mensajes y apelar a un sentido común que reduce la ética a la estética, la justicia a la caridad y la participación política a una competencia deportiva.

No es casual que logren adhesiones de la clase media.

Como dice Armand Mattelard, aún “es preciso hacer explotar este concepto genérico de clase media con el cual el medio televisivo o la publicidad han trabajado implícitamente, estereotipando una imagen de estratificación social y ubicando en esta categoría un conjunto de contradicciones y heterogeneidades”.

Más raros son los “sincericidios” estilo “El mercado le va a ganar al Estado”, que permiten visualizar la ideología y la sumisión mediática de otro grupo social y, más aún, expresan la tensión básica de la democracia mejor que un curso intensivo de economía política.

Según el epígrafe, cuando algunos poderes del Estado cumplen en la práctica con sus obligaciones teóricas, se observarían con mayor precisión las constelaciones que deterioran la calidad de las instituciones.

Aparecerían astros autoadjudicándose la exclusividad del Mercado, cometas que consideren la producción de bienes –materiales o subjetivos– una mera recámara de negocios e inversiones financieras y una pléyade de estrellas fugaces cuyas convicciones apenas alcancen para formular insólitos alineamientos, reclutar clientes en Miami o “acabar” con los derechos humanos.

Al presente, hasta las injusticias de la Justicia señalan que el sujeto a quien disputan el poder político es la Ciudadanía. Pero no es suficiente.

La historia y las últimas noticias internacionales exponen las tragedias desatadas por recetas corporativas y operativos mediáticos en su afán de revolver ríos de odios para favorecer al 1 por ciento de pescadores que representan el 50 por ciento de la riqueza mundial.

Ya no alcanza con registrar la funcionalidad de asesinos y asesinatos o diagnosticar digeribles choques de civilizaciones.

Los trágicos enfrentamientos entre omnipotentes y la frágil condición humana exigen asumir la fortaleza de la vulnerabilidad: el compromiso práctico y cotidiano con las emociones solidarias, en primera persona del singular y el plural.

La pluralidad, tanto en los medios de comunicación como en la convivencia con el Otro, no es una mera consigna. Es una urgencia universal.

* Antropóloga UNR.

** Raúl Alfonsín - 1983.

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