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Psicología|Jueves, 2 de junio de 2005
SUS FUNDAMENTOS EN LA SUBJETIVIDAD

Institución “psi”

Desde la disolución del grupo de los miércoles, que se reunía en la casa de Freud, hasta la creación del “comité secreto” en 1912 transcurre “una fase crucial en el proceso de institucionalización del psicoanálisis”, según el autor de esta nota.

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Sigmund Freud, creador del psicoanálisis.
Tres anillos para los reyes elfos bajo el cielo
Siete para los señores enanos en casas de piedra
Nueve para los hombres
mortales o condenados a morir
Uno para el señor Oscuro, sobre el trono oscuro
En la Tierra de Modror donde se extienden las Sombras
Un anillo para gobernarlos a
todos
Un anillo para encontrarlos,
un anillo para atraerlos a todos
Y atarlos en las tinieblas,
En la tierra de Modror, donde se extienden las sombras

J. R. Tolkien



Por Daniel Waisbrot *

Cuarenta y dos años antes de que el genial Tolkien publicara el primer libro de El señor de los anillos, el fundador del psicoanálisis cerró la ceremonia de creación de un comité secreto, inspirado por Ernest Jones, el biógrafo oficial, y por Sandor Ferenczi, el nuevo gentil, cuya tarea sería “purgar en lo posible todas las excrecencias teóricas y coordinar nuestros propios fines inconscientes con las demandas e intereses del movimiento”.
El libro de Tolkien narra la historia de la destrucción del anillo único, en posesión del Señor Oscuro. La “comunidad del anillo”, formada por cuatro hobit, un elfo, un enano, dos herederos y un mago, debía acceder a las tierras del Señor Oscuro para destruir el anillo allí donde fue forjado.
Pero sólo hasta aquí puede llegar nuestra metáfora: allí se trataba de destruir el discurso Unico, para acceder a la diferencia y a la diversidad. Freud, en cambio, organiza un grupo en el que también habría algún hobit, algún elfo, algún enano y, por sobre todo, algunos herederos, no para destruir el discurso Unico, sino más bien para afianzarlo en “oscuros sótanos medievales” en los que hace pensar la idea de “las excrecencias teóricas”.
Freud entrega a los miembros del grupo una antigua talla griega, engarzada en anillos de oro, símbolo del pacto que los unía de manera indestructible y para siempre.
Vamos a ver como la creación de este comité secreto, creado “con las mejores intenciones”, muestra a las claras que la fundación del psicoanálisis se vio envuelta más allá de la pasión, el romanticismo y el amor a La Causa por el dogmatismo y la anulación de la diferencia. Vamos a ver también cómo la creación de este grupo inaugura el mecanismo de doble poder en las instituciones psicoanalíticas, legítimamente creadas como un brazo político que pueda dar un sustento material a las teorizaciones emergentes. Vamos a intentar, por último, preguntarnos cuánto de esta historia fue trasmitido y qué efectos de subjetividad produce aún hoy, en la formación de los analistas.
Desde la disolución del grupo de los miércoles, que se reunía en la casa de Freud (disolución que dio lugar a la fundación de la Asociación Vienesa de Psicoanálisis en 1907) hasta la creación del “comité secreto” en 1912 transcurre una fase crucial en el proceso de institucionalización del psicoanálisis, una fase con gran implicancia para el futuro del movimiento.
En el medio, se fundó la asociación de Zurich, liderada por Jung en 1907, la de Berlín al año siguiente, de la mano de Abraham, la Sociedad Psicoanalítica de Nueva York, fundada por Brill, y, a través de Jones, la Sociedad Psicoanalítica Americana, ya en 1911.
El primer Congreso Psicoanalítico realizado en Salzburgo no había dejado grandes cosas, más allá del peso que constituía el haber organizado un encuentro verdaderamente internacional, en abril de 1908. Se leyeron trabajos de psicoanalistas de Austria, Suiza, Inglaterra, Alemania y Hungría. El propio Freud daba a conocer a su “Hombre de las ratas”.
El congreso de Salzburgo pasó relativamente inadvertido en la época. Los protagonistas, como es común en el inicio de cualquier gesta, no percibieron el carácter histórico de la ocasión: el psicoanálisis, de la noche a la mañana, entraba en el circuito internacional.
Sin embargo, hubo que esperar dos años más hasta que ese carácter internacional transformara el gesto en institución.
Sería por fin, en 1910. El año anterior no pudo ser, ya que Freud y Jung (organizador del primer congreso) se encontraban preparando las conferencias que dictarían en Estados Unidos.
La internacionalización del psicoanálisis continuaba su marcha a pesar de que la IPA aún no se había fundado. Fue allí, cruzando el océano, casi llegando a tierra americana, que Freud, según cuenta la leyenda, le habría dicho a Jung: “Pobres, no saben que les traemos la peste”.
La situación no era poco importante. Se trataba del vigésimo aniversario de la Clark University, de Worcester, Massachusetts. Su presidente, el doctor Stanley Hall, invitó a Freud y a Jung a participar de la celebración, oportunidad en la cual se les conferiría el título de miembros honorarios.
También asistieron Ferenczi, Jones y Brill, aunque no habían sido invitados. Se trataba del primer reconocimiento oficial, académico, y provenía del otro lado del Atlántico.
Las conferencias en la Clark University marcan un punto de inflexión en el pensamiento político de Freud respecto de la fundación de la institución psicoanalítica. Los que integraban las “veladas de los miércoles” habían esperado en vano la internacionalización durante el congreso de Salzburgo. Sin embargo, hubo que esperar que el reconocimiento llegara desde afuera para que la idea cobrara más fuerza y fuera planteada, ahora sí, en el congreso de Nuremberg al año siguiente de la epopeya americana.
“Por esa época yo tenía sólo 53 años, me sentía joven y sano, y la breve estadía en el Nuevo Mundo me resultó benéfica para mi sentimiento de mí mismo; si en Europa me sentía como despreciado, allá me vi aceptado por los mejores como uno de sus pares. Cuando en Worcester subí a la cátedra para dar mis Cinco Conferencias sobre Psicoanálisis, me pareció la realización de un increíble sueño diurno.”
Sin embargo, la invitación a Estados Unidos haría marca en el interior de la horda fraterna que secundaba al fundador. Carl Gustav Jung no sólo había sido designado heredero por Freud, sino que también había sido aceptado como tal por la comunidad científica.
Dos títulos “honoris causa” legitimaban a Jung como “El Otro”. Y Jung se lo iba a tomar en serio.
Freud abrió el congreso de Nuremberg con una alocución conocida luego por nosotros como “Las perspectivas futuras de la terapia analítica”. Escuchemos este fragmento: “No obstante, la situación no es tan desesperada como uno creería ahora. Por poderosos que sean los efectos y los intereses de los hombres, también lo intelectual es un poder. No justamente uno que consiga reconocimiento desde el comienzo, pero si tanto más seguro al final. Las más graves verdades terminarán por ser escuchadas y admitidas después que se desfoguen los intereses que ellas lastiman y los afectos que despiertan. Siempre ha sido así hasta ahora, y las indeseadas verdades que los analistas tenemos para decirle al mundo hallarán el mismo destino. Sólo que no ha de acontecer muy rápido; tenemos que saber esperar”.
“Tenemos que saber esperar.” Un Freud político marca un camino, cuyo sentido es dar fuerza institucional a un descubrimiento, el del inconsciente, que, junto con la sexualidad infantil, abre un terreno desconocido del saber. Hace falta un marco para afianzar su despliegue. Freud sabe que tiene algo muy importante entre manos y está dispuesto a dar batalla para hacerlo conocer. Se trataba de fundar una institución, para habitar una novedad: el psicoanálisis.
La organización científica del evento fue llevada adelante por Jung, y Freud encargó a Ferenczi la tarea de comunicar a todos los analistas, aspectos de la organización futura.
Resulta muy interesante escuchar un breve fragmento del discurso de Ferenczi, donde delinea el sentido de la propuesta. Luego veremos cómo, en realidad, se trataba de uno de esos sentidos, quizás el más consciente, el más positivizado, y hasta podríamos decir el más lógico y entendible: “El peligro que nos acecha en cierta manera es que nos pongamos de moda y que el número de quienes se dicen analistas sin serlo crezca rápidamente. No podemos sin embargo responsabilizarnos de todas las ineptitudes que se propalan bajo el nombre del psicoanálisis; necesitamos de una asociación que garantice en cierta medida la aplicación del método psicoanalítico según Freud y no cualquier método preparado para uso personal. La asociación también debería vigilar la piratería científica. Una selección rigurosa y prudente para admitir nuevos miembros permitirá separar el trigo de la cizaña y eliminar a quienes no admitan abierta y explícitamente las tesis fundamentales del psicoanálisis”.
Ferenczi defiende la propuesta con brillantez y sin medias tintas. Según cuenta Jones, la cosa se puso difícil, ya que la propuesta incluía dejar el centro de la futura administración en Zurich, con Jung como presidente, haciendo algunas observaciones muy negativas acerca de sus compañeros vieneses, los futuros disidentes Adler y Stekel.
Por si esto fuera poco, al proponer la creación de una asociación internacional, con filiales en distintos países, Ferenczi incluyó una cláusula inaceptable para el conjunto: todos los artículos y comunicaciones que iban a presentarse de allí en más debían pasar por un filtro: ser sometidos a la aprobación del presidente de la Asociación, convertido así en una suerte de todopoderoso censor y dueño absoluto del saber.
El congreso ardía. En medio de las deliberaciones, la habitación de Stekel se convirtió en una especie de “jabonería de Vieytes”, donde se reunieron los indignados analistas vieneses convertidos en oposición para pensar en una estrategia alternativa.
Freud veía lo que se venía. Investido en su ropaje de fundador, se dirigió hacia allí dispuesto a jugar su capital político de jefe absoluto del movimiento, e hizo un fuerte reclamo de adhesión a su propuesta, que había sido llevada adelante por el vicario Ferenczi.
En un gesto dramático, se arrancó violentamente la chaqueta y les dijo: “Mis enemigos querrían verme morir de hambre. De buena gana llegarían al extremo de quitarme de encima la chaqueta”.
No le fue tan mal... pero tampoco tan bien. Cedió la presidencia de la Sociedad de Viena a manos de Alfred Adler, y autorizó la creación de una nueva publicación mensual, dirigida por Adler y Stekel, para acotar el poder de Jung como director.
El apaciguamiento rindió sus frutos y finalmente el director de la nueva publicación no fue Jung, sino el propio Freud. Sin embargo, la confrontación no estaba resuelta. Fue tan sólo una tregua; poco tiempo después, los vieneses desaparecerían de la escena analítica. Jung se iría transformando, cada vez mas, en el “archienemigo”.
“En realidad –dice E. Roudinesco– en el mismo momento que Freud intenta construir una asociación destinada a reforzar la validez de sus descubrimientos, crea, sin saberlo, las condiciones de una situación que va en contra de sus fines. Al querer realizar la unidad del movimiento o recentrarlo alrededor de una causa común, favorece al contrario la emergencia de divisiones internas.” Y agrega: “Después de 1907 y a partirde 1910, dispone de una institución, de un programa y de proyectos diversos; también rechaza a sus oponentes. La Asociación Internacional de Psicoanálisis jamás se podrá disolver y, desde que nace, el Psicoanálisis deja de existir como movimiento de vanguardia”.
Volvamos unos instantes a la invitación de la Clark University. Freud fue notificado de esa invitación en diciembre de 1908. Inmediatamente invitó a Ferenczi a acompañarlo. El dato no es menor, ya que el elegido no era Jung. Pero seis meses más tarde, en junio de 1909, Freud se entera que Jung había sido invitado por la Universidad.
La noticia, aparentemente, lo llena de dicha, aun cuando no había pensado en invitarlo.
“Su invitación a América es lo máximo que nos ha sucedido desde Salzburgo y me alegra enormemente, por los motivos más egoístas; y aparte de ello porque demuestra el puesto que ha logrado siendo aún tan joven. El que así comienza, llega lejos.” Y agrega: “Estaremos los dos muy a gusto, junto con Ferenczi”.
El joven Jung tenía en ese entonces 33 años y se hallaba metido en una maraña erótica y transferencial con su paciente Sabina Spilreim. A fines de ese año, con la venia del Maestro, Jung comienza con sus estudios sobre mitología y empiezan a aparecer divergencias sobre la teoría de la libido. Sin embargo, el idilio continuaba y las diferencias estaban aún negativizadas.
Se funda la IPA, como dijimos, con Jung como presidente. Pero al poco tiempo comienzan los conflictos entre el presidente y el fundador. Freud pensaba que la intensísima dedicación que Jung dispensaba a sus investigaciones, incidía en el cumplimiento de sus “deberes de funcionario”.
Freud pensaba que Jung no era un buen presidente. El lo había imaginado como un sucesor, que al mismo tiempo le quitara el peso de la tarea administrativa que implica llevar adelante una institución con filiales en distintas partes del mundo. Estamos hablando de 1910, sin poder utilizar el e-mail como recurso tecnológico.
Y fue ante Ferenczi que confesó su malestar. A él, justamente, le había dicho un año antes, “... no sea celoso y haga partícipe a Jung de sus cálculos. Estoy más convencido que nunca que él es el hombre del futuro”. Pero Jung no acordaba con todo lo que Freud y el psicoanálisis en su conjunto sostenían. Y en julio de 1911 publicó Símbolos de la libido, donde las divergencias se hicieron manifiestas. A partir de allí, las cosas se fueron complicando.
Freud había estado trabajando en los estudios previos a Tótem y Tabú, y le pidió a Jung algunas “sugerencias”. Jung se molestó: “Es muy embarazoso para mí que usted aborde esta área, la psicología de la religión. Usted es un competidor peligroso, si es que se quiere hablar de competencia”.
Peter Gay entiende esta posición de Jung como “rebelión inconsciente irreprimible”, y agrega que “necesitaba ver a Freud como un competidor”. ¿Es que acaso no lo era?
Resulta significativo cómo algunos biógrafos de Freud interpretan casi todos los movimientos de los discípulos como alguna variable de la estructura del Edipo y de sus avatares libidinales con el padre, y “el padre” queda libre de tales interpretaciones.
Pareciera que Freud se mete adrede en los estudios de religión y que las “sugerencias” son en realidad una advertencia ante la emergencia de una diferencia que no puede ser significada como tal.
Uno de los grandes problemas del pensamiento freudiano, durante los movimientos de su creación, fue que, como pensamiento instituyente, que desborda el campo de los paradigmas vigentes y produce novedad, necesitó presentarse como pensamiento homogéneo, carente de contradicciones internas, de líneas divergentes, de puntos de inconsistencia. Lo extraordinario de esto es que el mismo Freud no conservaba en absoluto esta posición en relación con sus propias teorizaciones, que, como bien sabemos, constituyen un ejemplo histórico de cómo un autor puede conservar un increíble nivel de pensamiento crítico respecto de su propia obra.
Todo movimiento de creación de una disciplina, ciencia o conjunto de teorizaciones, requiere un momento de cierre necesario para afianzar sus pilares. Momento de alienación fundante, sustentado en una pasión que reconoce poco lugar para la duda. Tampoco podemos dejar afuera el hostigamiento del que el psicoanálisis ha sido objeto mientras surgía, por las ciencias mas conservadoras de lo ya-sabido, frente al carácter revulsivo de la sexualidad infantil y del inconsciente. Pero, aun así, resultan llamativos algunos movimientos, que llevaron a que muchos discípulos fueran literalmente borrados del campo analítico.
Todo esto ocurría en pleno conflicto entre los grupos Viena y Zurich, el primero liderado por Adler y Stekel y el segundo por Jung. Las divergencias que llevaron a la ruptura de Freud con Adler y Stekel, datan de la misma época y se produjeron antes que la del suizo.
La cuestión histórica no es menor. Nos estamos preguntando qué posibilidades de disenso, de encuentro con lo diferente, existían en las épocas de la fundación de la Institución Psicoanalítica. El imperio de la ortodoxia se vislumbra en anécdotas que hoy pueden sonar divertidas. Por ejemplo, recordemos que cuando Adler renuncia lo hace a través de sus abogados y plantea la creación de una nueva asociación a la que llamó “Sociedad de Psicoanálisis Libre”.
Que el heredero se proclamara como un nuevo frente de combate para un cansado Freud, ya era demasiado.
Tres episodios ocurridos en 1912 complicaron mas aún el panorama.
1) El reclamo de autonomía de Jung
2) El “gesto” de Kreuzlingen
3) El retorno de Jung a Nueva York
Jung oscilaba entre el sometimiento a Freud y una posición herética. “No se enfade por mis travesuras.” “¿Podría ser que usted desconfíe de mí? Nunca me hubiera puesto de su parte si en mi sangre no hubiera un poco de herejía.” “No estoy dispuesto a imitar a Adler en lo más mínimo.” Estas son algunas de las frases que Peter Gay recoge de las cartas a Freud que marcarían esta dirección de reverencia y lealtad.
Pero la rebeldía de Jung asomaba cada vez más por todas partes. En marzo de 1912, Jung invoca a Zaratustra y escribe a Freud: “Uno recompensa pobremente a un maestro si sólo sigue siendo un discípulo”.
La frase remite al texto supremo del pensamiento de Nietzsche y me parecía interesante contextuarla. Entiendo que da cuenta del estado de Jung, en relación al vínculo con Freud. Escuchemos con atención a Zaratustra: “Ahora, discípulos míos, me voy solo. ¡Marchaos vosotros solos también! Lo quiero así. De todas veras, les doy este consejo: ¡Alejaos de mí y precaveos contra Zaratustra! Y mejor aún: ¡avergonzáos de el! Quizás os ha engañado. El hombre de reflexión no sólo debe saber amar a sus enemigos, sino también odiar a sus amigos. Mal corresponde con un maestro el que no pasa nunca de discípulo. ¿Y por qué no queréis arrancar mi corona? Vosotros me veneráis; ¿pero que ocurriría si un día viniese al suelo vuestra veneración? ¡Cuidad de que no os aplaste una estatua! Vosotros no os habéis buscado aún; entonces me encontrasteis. Así hacen todos los creyentes: por eso es la fe tan poca cosa. Ahora os mando que me perdáis y que os encontréis a vosotros mismos”. El capítulo del texto de Nietzsche sobre “La virtud dadivosa”, al que se refería Jung en su cita, cierra con uno de los versos más famosos del autor, escrito, además por él mismo, con mayúscula: “TODOS LOS DIOSES HAN MUERTO; ¡AHORA VIVA EL SUPERHOMBRE!”.

*Psicoanalista.

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