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Sociedad|Domingo, 28 de agosto de 2005
UN RECORRIDO POR LA VIDA SEXUAL DE LOS ANIMALES GUIADO POR ESPECIALISTAS

Sexo salvaje

Ranas promiscuas. Simios que copulan para resolver conflictos sociales. Cisnes gays. Pingüinos tiernos y fieles. El paisaje del sexo animal muestra escenas de violaciones, infidelidad, orgías y, por supuesto, amor.

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Por Javier Rico *

Una pareja de cisnes negros se afana en construir su nido entre la vegetación ribereña de los lagos del sudoeste de Australia. Tras poco más de un mes de incubación, el pollo sale del cascarón y el macho adopta una actitud agresiva hacia la hembra hasta el punto de que la acaba expulsando del nido. Inmediatamente, el lugar de la madre lo ocupa otro macho, la pareja de toda la vida del padre, con el que sacará adelante al cisne recién nacido. En otras ocasiones, la pareja homosexual desplaza directamente a la heterosexual de un nido e incuba y cría a los pollos robados. Comprobado, en el reino animal también se dan conductas homosexuales, y los que las asumen son capaces de sacar adelante a su descendencia con éxito; más aún en especies monógamas como los cisnes, fieles toda la vida. Esta conducta, observada ya a principios del pasado siglo, fue corroborada por el biólogo estadounidense Bruce Bagemihl, autor de un libro de referencia sobre el comportamiento animal: Biological exuberance. Animal homosexuality and natural diversity.
Además de uniones heterosexuales y homosexuales, de prostitución y de adulterio, en el reino animal hay hermafroditismo, onanismo, orgías, violaciones, celos, desengaños, divorcios, maltrato conyugal, incestos... Pero también mucho amor, incluso, como se ha visto, fidelidad de por vida. Todo este cúmulo de comportamientos, ampliamente estudiados y demostrados, supone una bofetada para aquellos que piensan que el fin único y último de las relaciones sexuales entre animales es la reproducción. “¡Qué error más grotesco! ¡Qué desconocimiento de la diferencia auténtica entre hombre y animal!”, exclama Vitus B. Dröscher en su obra La vida amorosa de los animales. “En el universo de los sentimientos –prosigue– estamos más bien por debajo de muchos animales, incluyendo, por desgracia, el apartado del amor.” El jabalí, un animal rudo del que en apariencia se pueden esperar pocas sensiblerías amatorias, no va directo al grano cuando macho y hembra entran en celo. Ligeros mordiscos en los lomos, suaves golpes y frotamientos jeta con jeta y cariñosos hocicazos que semejan besos preceden al coito. En la película El viaje del emperador, de Luc Jacquet, también podemos asistir a largas escenas amorosas entre los pingüinos, buscando el calor de la pareja entre el frío de la Antártida.
Entre otras especies, los motivos que dan por cerrada una relación son menos sentimentales. John Coulson, ornitólogo británico experto en el comportamiento de las aves marinas, comprobó durante uno de sus estudios cómo, después de cinco años de relación entre una pareja de gaviotas, el macho rechazaba a la hembra. La vuelta al nido de ésta con dos plumas de la cabeza en punta que la semejaban con una cacatúa provocó un recibimiento a picotazos por parte de su compañero, que la acabó alejando de su lado. Algo similar se observó en una pareja de chorlitejos chicos que llevaban juntos tres años. En este caso fue el macho el que se presentó en el nido, tras el viaje invernal, con una sola pata. La hembra no vio con buenos ojos la mutilación y decidió abandonarlo. ¿Sospechas de adulterio? No, los etólogos echan mano de la pérdida del ideal de belleza que tienen unos de otros.
Lo del adulterio pesa poco porque, aunque entre las aves se dan los mayores casos de fidelidad conyugal, hay que diferenciar entre monogamia a escala social y monogamia a escala genética. Varias especies de aves marinas suelen buscar al compañero o compañera de años anteriores para sacar adelante la nidada. Ahí acaba la monogamia. Alberto Velando, investigador de biología animal de la Universidad de Vigo, y Roxana Torres, del Instituto de Ecología de la Universidad Autónoma de México, constataron estas excursiones extramaritales en la mitad de las parejas de piqueros de patas azules presentes en una isla próxima a las costas del Pacífico mexicano. Además, el trabajo de estos dos científicos sirvió para demostrar que en el reino animal no siempre es el macho el que se exhibe y la hembra la que elige. Es cierto que entre los primeros predominan los rasgos distintivos, llamativos y coloridos que favorecen la elección del más fuerte o el más guapo. La melena de los leones, las cornamentas de los gamos o el explosivo colorido del pavo real son algunos ejemplos. Sin embargo, Velando y Torres demuestran con hechos que cuando las parejas presentan rasgos similares también el macho elige.
En relación con el dimorfismo sexual en las aves, las especies con características físicas comunes en la misma pareja mantienen una mayor fidelidad y comparten la crianza de los hijos, mientras que en las que presentan un macho repleto de ornamentos y con carácter exhibicionista la relación dura poco más que el momento del celo y la cópula. Algunas razones apelan a la pura supervivencia, ya que un gigoló de vistosa presencia puede atraer más fácilmente a los depredadores durante la época de cría.
En otros órdenes, las diferencias son de tamaño a favor de la hembra y los resultados, mortales para el macho. Al conocido caso de las mantis religiosas (mamboretás) que devoran a su partenaire masculino durante la cópula, se une el de algunas arañas. Los machos tienen que hacer verdaderas acrobacias para conseguir colocar su esperma en la abertura sexual de la hembra, ya que ésta es cuatro veces mayor. Después de tanto esfuerzo y de nueve minutos de acoplamiento, ella tira al macho, lo acerca a sus mandíbulas y se lo come.
La agresividad, la violencia y, como se ha visto, el canibalismo están a la orden del día en las relaciones sexuales entre varias especies de animales. Las luchas previas por conseguir a la mejor hembra y las posteriores por retenerlas son características de mamíferos como los elefantes (hasta 10 veces mayores los machos que las hembras), osos (cinco veces) y leones marinos (tres veces), que forman verdaderos harenes con hembras sumisas. Aunque lo de sumisas habría que revisarlo en el caso de los lobos marinos, porque aquí las damas someten al pachá a un esfuerzo sexual continuo, y si éste, agotado, no responde, lanzan gritos desesperados que quieren decir algo así como “que venga otro macho, que éste ya no nos sirve”. Enseguida surge un soltero más fuerte que se enfrenta violentamente al macho exhausto por tanta cópula, con lo que las hembras consiguen un semental nuevo y más participativo.
A la hora de la cópula también se dan casos de violencia, aunque muchos de ellos están explicados más desde la lógica humana que desde la necesaria adaptación de las especies al medio y al momento de la reproducción. En este aspecto, los penes desempeñan un papel protagonista y convierten en minucia cualquier artilugio presente en un sex shop. Vaya por delante que este órgano sexual no resulta imprescindible en el reino animal. Lo importante es que se encuentren los óvulos con los espermatozoides, y en ocasiones vale con que peces o bivalvos de ambos sexos suelten de forma sincronizada en el agua millones de estos gametos para que salga adelante una pequeña parte de la descendencia.
De vuelta al momento del acto sexual directo, una compañera del hogar, la chinche doméstica, muestra en su cuerpo las cicatrices dejadas por el aparato reproductor del macho, algo semejante a una cimitarra puntiaguda. “El macho no busca con ella el orificio sexual de la hembra, que lo tiene, sino que la clava alevosamente en cualquier punto del dorso e inyecta allí su esperma, que llega a los órganos de reproducción a través de la corriente sanguínea”, resume Vitus B. Dröscher. No menos explícito se muestra al describir el pene de las serpientes: “Es un objeto espantoso, del que en estado erecto sobresalen espinas, verrugas y ganchos que le permiten echar literalmente el ancla a la hembra”.
Otro pene sobresaliente entre la fauna en cuanto a tamaño no es el del elefante (1,5 metro y 45 kilos) o el de la ballena azul (3,6 metros), sino el del diminuto percebe, que, como casi todo en la naturaleza, tiene su explicación. La imposibilidad de desplazarse de estos crustáceos, fijados a las rocas, ha desarrollado un pene 40 veces mayor que su cuerpo con el objeto de poder alcanzar con él a su pareja.
Hay grados de transformismo psicológico. En Sudamérica habita un roedor, el agutí menor, cuyos machos montan el paripé con tal de obtener el favor de la hembra; adoptan el papel de cría desvalida y falta de cariño que despierta los sentimientos maternales de la hembra, que acto seguido pasa del amor filial al conyugal.
Ni los machos de ranas ni los de chimpancés necesitan de este teatro para conseguir copular. Directamente echan mano de la violación en masa. Entre las ranas, el grado de lascivia ciega es tal que los machos montan a otros que ya están acoplados a una hembra, a individuos de otras especies e incluso a trozos de madera o piedras de tamaño similar al de estos anfibios. En cuanto a las chimpancés, éstas entran en celo una vez cada varios años y les dura escasos días. Hay ocasiones en las que una sola hembra tiene que aguantar la avalancha de ansiosos chimpancés que hacen cola para saciar su apetito sexual. No ocurre lo mismo con los bonobos, una especie de monos que vive en Africa, posiblemente los que más y mejor saben disfrutar de los placeres del sexo dentro de unas relaciones de absoluta promiscuidad. De entrada, copulan de frente, rasgo que los emparenta aún más con el ser humano. Además, las hembras utilizan el acto sexual para apaciguar el carácter guerrero de los machos, para solucionar otro tipo de conflictos y para conseguir comida. Estas conductas van desde los más sensuales besos en la boca y tocamientos discretos hasta la masturbación, el sexo oral, los juegos eróticos entre crías y las decenas de coitos en una hora por hembra.
El record de copulaciones, en cualquier caso, lo ostentan los seres más promiscuos de la Tierra, los roedores, que en ocasiones pasan del centenar por hora. Entre otros mamíferos prima la calidad sobre la cantidad; así, el rinoceronte sólo realiza una que dura una hora y media. Pilar Cristóbal, sexóloga, antropóloga y escritora de un reciente libro sobre el comportamiento sexual de los animales, advierte: “La falsa creencia de que el polvo obtenido tras moler los cuernos de rinoceronte es un poderoso afrodisíaco tal vez tenga su origen en la observación de su cópula”. Sin embargo, Cristóbal, consciente de que esta leyenda lleva a la especie al borde de la extinción, remata que, si supieran que parecerse a los rinocerontes significa aspirar a un coito anual, “no pagarían tan caro su cuerno y permitirían que continuaran con sus largas, ruidosas y pacíficas cópulas”.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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