UN HOMBRE FUE MUERTO EN UNA PERSECUCION. ACUSAN A LA POLICIA
Una balacera sobre el auto del rehén
Dos ladrones obligaron a Claudio Barbarelli a subir a su propio auto en Llavallol. Y luego se lo llevaron, al parecer a buscar plata a algún cajero. La policía descubrió el hecho y comenzó a seguirlos. Empezó el tiroteo y el que murió fue el rehén. Faltan las pericias, pero todo indica que cayó bajo las balas policiales.
El Fiat Uno de Barbarelli, perforado por las balas.
Claudio Sergio Barbarelli, de 35 años, casado y padre de dos chicos, murió ayer al quedar atrapado en medio de un tiroteo entre policías y ladrones, quienes lo habían secuestrado en su propio auto y frente a su casa. Aunque aún restan las pericias y la autopsia, todo indica que cayó bajo la balacera de efectivos de la Bonaerense, que no habrían reparado que se trataba de un rehén. El caso, un calco del de Mariano Witis –el músico asesinado en Beccar por la policía cuando era llevado como rehén en su propia moto–, se produjo en Llavallol, partido de Lomas de Zamora, cuando Barbarelli fue obligado por sus captores a recorrer la zona bancaria del barrio. Luego de ser perseguido varias cuadras a los tiros por un patrullero de la comisaría del barrio, el auto de Barbarelli chocó contra un árbol. Con el coche detenido, recrudeció el cruce de balas, que finalizó recién cuando los asaltantes arrojaron sus armas al suelo.
“La imagen era terrible. Claudio quedó tirado boca arriba con el disparo en la cabeza y otros tres en el cuerpo. El auto estaba destrozado: tenía como veinte balas entre la parte trasera y el lado del conductor”, aseguró a Página/12 un amigo íntimo de la víctima. Los asaltantes resultaron heridos y fueron trasladados a un hospital de la zona, donde permanecen internados bajo custodia policial. Todo indicaría que, al menos el disparo mortal en la cabeza de Barbarelli fue efectuado por la policía. Se espera para hoy el resultado de la autopsia.
“Los policías tendrán que defenderse ahora. De la manera en que quedó el auto, cualquiera entiende que fue la policía la que mató a mi marido”. Las declaraciones de Cristina Sandoval, esposa de Barbarelli y madre de sus dos hijos de 2 y 8 años, fueron contundentes. Los impactos de bala, en su mayoría traseros, eran la evidencia indiscutible para la mujer de que su esposo había muerto víctima del gatillo fácil. Para colmo, en la comisaría de Llavallol la información no sólo escaseaba sino que era confusa: “Primero nos dijeron que murió cuando chocó el auto, después que el tiro en la cabeza se lo había pegado uno de los ladrones, ahora dicen que pudo tratarse de un error”, contó a este diario Juan Carlos, “amigo de Claudio desde los 15 años”.
Barbarelli, o “el Tano”, había salido de su casa de Dávila 90 cerca de las 11, apenas terminado el partido entre Italia –la tierra de sus padres– y México. Cuando estaba cerrando el garage con el motor en marcha de su Fiat Uno negro, se cruzó a dos hombres que, a punta de pistola, lo obligaron a subirse a la parte trasera del vehículo y acompañarlo, aparentemente para una de las clásicas recorridas bancarias. “El les dijo que se llevaran el auto, pero lo metieron atrás a los empujones”, explicó una familiar que prefirió no dar su nombre. Con Barbarelli subido de prepo, el Fiat salió “arando”. El ruido llamó la atención de Cristina Sandoval, quien salió de inmediato a la calle, donde se enteró de lo sucedido por dos vecinos –los únicos testigos del hecho– y fue de inmediato a la seccional a denunciar el secuestro.
“Cuando llegó ya era tarde. Claudio estaba muerto y nadie le decía nada”, comentó la familiar. “No me querían contar lo que había pasado. Hasta me dijeron que me tenía que quedar en la comisaría para declarar”, aseguró Cristina. Según las versiones que manejaban los allegados a la familia, los asaltantes arrancaron en dirección a la calle José Hernández, para tomar a la derecha hasta la avenida Antártida Argentina –la principal en Llavallol–. Ya en la avenida bancaria tomaron nuevamente a la derecha, pero a las pocas cuadras se cruzaron con el patrullero, que giró en U, dando comienzo a la persecución. “Ahí doblaron a la izquierda y agarraron Diego Gibson, que es la paralela a Antártida. Iban pisando a fondo pero después de unas cuadras se encontraron con la fábrica de vidrios Vasa, donde termina Gibson. Entonces intentaron doblar de vuelta hacia la avenida pero iban tan rápido que no pudieron y chocaron contra un árbol”, detalló Juan Carlos, junto con algunos testigos de la huida.
Según los propios testigos, el intercambio de disparos recién comenzó media cuadra antes del impacto contra el árbol, aunque la policía aseguraque había empezado mucho antes, en la avenida. “Los delincuentes respondieron con tiros apenas el móvil policial les dio la señal de alto. Durante todo el trayecto siguieron disparando y, cuando chocaron, el tiroteo no terminó sino que fue todavía más intenso”. La versión brindada por el jefe de Comando de Operaciones de la Delegación de Investigaciones (DDI) de Lomas de Zamora, Darío Ibáñez, fue acompañada de un sutil mea culpa en nombre de la fuerza: “Se trató de un hecho lamentable”, se limitó a decir el oficial principal de la DDI. Incluso, en la propia seccional de Llavallol, varios testigos escucharon a un oficial admitir la responsabilidad de sus colegas interpretando la muerte de Barbarelli como un “error”.
Lo cierto es que quienes presenciaron el trágico final aseguraron que se lo podía ver a Barbarelli en el asiento trasero haciendo señas desesperadas a los uniformados para que no disparasen. “Evidentemente no sabían quién iba arriba del coche y tampoco les preocupaba”, opinó con voz firme y llena de bronca Sandoval. Tal era la impotencia que sentía la mujer, que en un arrebato tomó del pelo a uno de los ladrones de su marido y le pegó una patada en el estómago. “Yo no fui señora. Nosotros no fuimos”, alcanzó a decirle desde el piso el joven esposado, mientras la mujer lloraba encolerizada. “No hacía falta que me lo dijeran. Si todas las balas se las metieron por la espalda”, contó más calmada la mujer, un par de horas más tarde.
Barbarelli presentaba una perforación en la cabeza, dos en las piernas y otra en la espalda, aunque podría haber recibido más tiros. Por su parte, los asaltantes, de 20 y 21 años, ambos habitantes de la zona y cuyas identidades se mantienen en reserva, recibieron heridas de consideración en el abdomen uno, y el otro en la cadera y en una pierna. En el lugar, la policía secuestró una pistola Browning calibre 9 milímetros y una Tanfoglio calibre 635. La causa quedó en manos del fiscal de turno de Lomas de Zamora, Walter Lucero, y del juez Horacio Tubío, del juzgado de Garantías Nº 4 de Lomas. Lucero dispuso el secuestro de las armas utilizadas por los asaltantes y los policías involucrados en el hecho, al tiempo que ordenó la realización de la autopsia al cadáver de Barbarelli para determinar el calibre de las balas que impactaron en su cuerpo y la dirección de entrada de los disparos.