Por Marcela V. Rodríguez *
La compra y venta de mujeres y niñas por y reducidas a sexo (y algunos niños y personas trans) son manifestaciones de violencia contra las mujeres que no han sido reconocidas como tales. La trata y la explotación sexual se asientan en estructuras de dominación, de desigualdad, en un sistema de jerarquías de género y sexuales. La violencia de género suele ser un campo de reclutamiento para la explotación sexual. Mujeres y niñas, de edades cada vez más y más tempranas, con una historia previa de incesto, de abuso físico o sexual, usualmente por algún familiar o allegado; mujeres maltratadas por sus parejas; con necesidades económicas; sin hogar ni lugar para refugiarse; mujeres migrantes o de grupos raciales desfavorecidos, suelen ser botín de este sistema de explotación.
Mientras son explotadas, son sometidas a nuevos abusos, violaciones, golpizas, lesiones de todo tipo y hasta torturas. Cosificadas en la pornografía. Atadas a deudas económicas permanentes con sus proxenetas o tratantes. Sujetas a la infección de enfermedades de transmisión sexual, en especial VIH-sida, obligadas a ceder al uso sexual sin preservativo, por circunstancias coercitivas. Muchas convertidas en adictas a las drogas o al alcohol por los explotadores para mantener el control y la dependencia. Con depresión, trastornos de personalidad y de stress postraumático –similares a los veteranos de guerra y a los sobrevivientes de tortura– así como procesos de disociación por los cuales se desconectan de su realidad emocional y sus cuerpos se desvinculan de la realidad. Arrestadas y sometidas a agresiones sexuales por parte de las fuerzas de seguridad, o condenadas por ilícitos cometidos en relación con su situación con trata o explotación sexual. Todo esto converge en violencia extrema, homicidios, suicidios y cifras de mortalidad de las mujeres explotadas mucho más altas que las de cualquier grupo de mujeres.
La explotación social está socialmente institucionalizada, tolerada, amparada y utilizada por integrantes del sistema de salud, de las fuerzas de seguridad, de los poderes políticos y del servicio de administración de justicia. Invisibilizar y banalizar la violación de derechos humanos de las mujeres por la trata y la explotación sexual es una estrategia política para su legitimación, su desarrollo y su rentabilidad.
* Coordinadora del Programa de Asesoramiento y Patrocinio para las Víctimas del Delito de Trata de Personas de la Defensoría General de la Nación.
Por Luciana Peker
“Si un hombre le pegaba a una mujer después de que ella la denuncia la quiere matar”, me dice una víctima que pide resguardar su identidad. Ella denunció el abuso sexual de sus hijas e, igual que muchas madres, sufre el abuso de la justicia como una espada que hostiga cada día de sus días por su denuncia. Denunciar no es fácil. Nunca lo fue. Tampoco es el único camino. Por supuesto siempre es lo mejor. Y lo mejor que paso después de NiUnaMenos es promover que las mujeres denuncien las múltiples formas de violencia de género.
–No nos callamos más –dicen las chicas que se atrevieron a denunciar a músicos de rock por abuso sexual. Les pedimos que hablen. Y hablan. Les dijimos que denuncien. Y denuncian. En el primer trimestre de 2015 hubo 9867 llamadas por casos de violencia en la Línea 144 del Consejo Nacional de Mujeres y, en los mismos tres meses de 2016, esa cifra aumentó a 21.861 llamados. Les pedimos que no aguanten. Y no aguantan. Ahora hay que estar a su altura. Acompañarlas. Escucharlas. Y protegerlas.
El viernes 3 de junio las calles se poblaron de voces para pedir presupuesto efectivo. No alcanza con decir que se está en contra de la violencia como una aspirante a Miss Universo se pronuncia a favor de la paz en el mundo.
No necesitamos eso. Necesitamos que no maten ni abusen de más mujeres y niñas.
Ante la violencia de género la exigencia se redobla. Si no se avanza se retrocede. No es que caminar una baldosa es un paso más aunque falten todavía tantas. Quedarse a mitad de camino, en este caso, pone a las mujeres en mayor peligro que si no se hubiera empezado a caminar. En los abusos sexuales existe una palabra en inglés –backlash– que define la reacción de retroceso después de las denuncias contra abusadores. En toda la violencia de género hay que ponerle palabras al gatillo machista después de que las mujeres se plantan con el no es no y no se callan. Ya no se está solo contra el machismo arcaico y la violencia clásica que se barría debajo de la alfombra y que la sociedad creía un tema privado hasta que levantamos el parquet de la agresión silenciada entre cuatro paredes y gritamos que la intimidad es política.
Ahora, además, se suma la potencia de las nuevas formas de agresión a través de las redes sociales y las nuevas tecnologías. Y, muy especialmente, la reacción machista frente a las mujeres que no aguantan. El neomachismo es doblemente peligroso. En 2014 la Corte Suprema de Justicia de la Nación verificó que treinta mujeres que denunciaron a sus parejas fueron víctimas de femicidio. Pidieron ayuda y el Estado no las ayudó con ninguna forma de chaleco antibalas. La masiva marcha de NiUnaMenos muestra que no las dejamos solas. Pero necesitamos políticas que las protejan.
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