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Domingo, 21 de agosto de 2005
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DOS SIGLOS DE ESPECULACION

Adictos a la deuda

Desde su nacimiento en 1810 Argentina ingresó a una tasa de endeudamiento y fuga de capitales. Julio Sevares señala a los traficantes de esa droga.

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“La deuda se usó para financiar guerras, especulación, burbujas de consumo”, dice Sevares.

Por Julio Sevares *

En 2004 se cumplieron doscientos años de la contratación del primer –y ruinoso– empréstito externo argentino. Ese año Argentina pagó cuatro mil millones de dólares de intereses por la deuda externa pública. En 2031 se cumplirán cincuenta años de la primera gran crisis de la deuda externa argentina en el siglo XX. Para conmemorarla, el Estado, es decir los contribuyentes, pagarán tres mil millones de dólares de intereses por la deuda reestructurada. Las sumas mencionadas son proyecciones realizadas considerando la mejor solución posible en las negociaciones con los acreedores externos y no incluyen los intereses por la deuda que pueda tomarse a partir de este momento presente (año 2005).

Desde su nacimiento en 1810 Argentina ingresó a una tasa de endeudamiento y fuga de capitales. Cada vez que el mercado financiero internacional tuvo dinero disponible las clases dominantes no lo destinaron para financiar la capitalización y el crecimiento de la economía –como en mayor o menor medida hicieron otros países– sino para financiar guerras, especulación, burbujas de consumo de las clases medias y altas y fuga de capitales. Por eso cada onda de endeudamiento terminó en crisis de todo tipo: de pagos, cambiarias, financieras, productivas y sociales.

En cada episodio los funcionarios de los gobiernos, representantes directos o indirectos del poder económico dominante, actuaron con ceguera e imprevisión y, en no pocos aspectos, en colaboración con los agentes financieros externos que se beneficiaban con el endeudamiento irresponsable de los argentinos.

Los agentes financieros, a pesar de los riesgos, los default y las crisis se entusiasmaron una y otra vez en las aventuras crematísticas atraídos por los altos rendimientos. En algunas ocasiones intervinieron colocando bonos de la deuda argentina entre inversores ávidos y ahorristas incautos, y en otras otorgando créditos con depósitos propios y ajenos.

El establishment económico y los economistas ortodoxos siempre han presentado los problemas de endeudamiento –argentinos y de otras latitudes– como consecuencia de malas prácticas fiscales o cambiarias que, en todo caso, son agravadas por las recién descubiertas imperfecciones de mercado de los circuitos financieros.

Pero la historia del endeudamiento argentino es una historia bifronte. Una cara es la forma de funcionamiento económico basado en la búsqueda de rentas financieras, esa pasión especulativa confiada, con razón, en que el Estado resarcirá a los eventuales capitalistas que pierdan luego de emprender sus aventuras financieras. A esto habría que agregar las conductas de los agentes gubernamentales quienes, en complicidad con agentes financieros, ponen en funcionamiento y aceitan los engranajes de los juegos especulativos.

La primera conclusión de este cuadro es: la deuda externa es consecuencia de un orden económico y no dejará la escena en tanto ese orden siga reproduciéndose.

La otra cara de esta historia, generalmente ocultada o poco subrayada, es la disposición de los centros financieros de alimentar endeudamientos riesgosos y hasta evidentemente insustentables, ya sea por avidez, por ceguera o por ideología.

La lógica de los mercados financieros es, en definitiva, el combustible que alimenta los fuegos de la deuda: los traficantes que empujan a los adictos al éxtasis momentáneo y a su ruina.

¿Qué papel juegan en esta relación perversa los organismos nacionales e internacionales supuestamente establecidos para regular la utilización del dinero, garantizar la prudencia de prestamistas y prestatarios y resolver las crisis que se presentan por los errores de unos y otros?

Hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial el mercado financiero internacional no tenía organismos reguladores. Los instituidos a partir de entonces –en junio de 1944, en el marco de la Conferencia de Bretton Woods se crean el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial– han operado no como guardianes del equilibrio financiero y macroeconómico sino como mandatarios de los países ricos y de los agentes financieros que pertenecen a éstos.

Los centros financieros han logrado, además, reducir las regulaciones, controles y limitaciones a su libertad de movimiento, una situación que contribuye a explicar el auge de la lógica financiera en la economía globalizada, la volatilidad de los mercados y, en consecuencia, la vulnerabilidad de las economías y la tendencia a las crisis.

Segunda conclusión de este cuadro: en la medida en que el poder financiero siga imponiendo sus reales y los gobiernos no re-regulen el mercado, el combustible de las especulaciones y las crisis seguirá recorriendo libre el mundo, como un nuevo fantasma que amenaza no ya el imperio del capital sino la salud de las economías y las sociedades periféricas. Y, en no pocas ocasiones, como ya ha sucedido, incluso ciertos núcleos del mundo rico.

* Economista. Autor de Historia de la deuda. Dos siglos de especulación, Colección Claves para Todos.

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