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Domingo, 16 de marzo de 2008
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Agro > Discursos de los dirigentes de entidades del campo

Deshonestidad intelectual

Los argumentos de los representantes del campo contra las retenciones no tienen relación con lo que pasa en el sector.

Por Claudio Scaletta
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En general, el actual discurso “procampo” se parece mucho a un discurso antisocial.

Lo del campo no es paro, sino lockout. La diferencia no es sólo nominal. Los que paran son empresarios, no trabajadores asalariados. Pero las diferencias no se detienen en las palabras. Los paros empresarios tienen escenarios cortos. Ante la primera señal de pérdidas, las medidas se deponen. A ello se suma que, desde el lado de quienes deben garantizar el abastecimiento de la población, siempre es posible recurrir a facilitar las importaciones.

A diferencia de la mayoría de los actores económicos, el “campo” tiene un gran poder de fuego mediático. Es verdad que sus entidades madre representan sólo marginalmente a las trinantes bases. Es verdad que los que suelen aparecer como progresistas reclaman lo mismo que los más conservadores. Pero finalmente el campo también funciona como reserva de valor del conjunto de las clases hegemónicas. Por eso, toda medida que intente redistribuir parte de la renta agropecuaria siempre disparará la descripción de escenarios apocalípticos en los que la economía queda sumida en la escasez.

Es comprensible la catarsis que se hace en algunos medios nacionales. A nadie le gusta pagar impuestos. Tampoco que le cambien las reglas de juego después de realizada la inversión. Menos aceptable es la tradicional deshonestidad intelectual con que suelen defenderse algunas posiciones. Al respecto resulta interesante considerar algunas declaraciones escuchadas en los últimos días.

Un alto dirigente que mandó al prójimo a estudiar afirmó que “la soja no impacta en la vida de los alimentos”. En consecuencia, no existiría relación entre los precios de los alimentos y la alícuota de las retenciones a la oleaginosa. Es verdad, el consumo interno de soja y sus derivados es marginal. A nadie le urge bajar el precio interno del aceite de soja o de los porotos. Sin embargo, la gran rentabilidad de estos productos significó una constante expansión del área sembrada con la oleaginosa, en buena medida en detrimento de otros cultivos. Si es más rentable hacer soja que cereales, entonces se producirán menos cereales. Si fuera de la zona núcleo se gana más con la soja que con las vacas, entonces se producirá menos carne y menos leche. Dicho por el absurdo, si las retenciones a la soja fuesen del 100 por ciento, toda el área que hoy se destina a este producto se dedicaría a producir alimentos que si impactan directamente en los precios internos. Además, dejando de lado los lácteos, se trata de transformaciones productivas en las que no existen “costos de transacción”. Prácticamente no hay costo en pasarse de producir oleaginosas a producir cereales (salvo en algunas fronteras agrícolas). Llama la atención que los mismos dirigentes que se quejan por la exclusión social y los desequilibrios productivos generados por el modelo sojero luego afirmen que no existe relación entre el precio del pan o la carne y las retenciones a la soja.

Otro alto dirigente acusó al Gobierno de ser “enemigo de la soja”. Como se explicó, la cosa no pasa por ninguna animadversión a la soja per se, al estilo de las organizaciones presuntamente ecologistas, sino por equilibrar los niveles de producción de cereales, oleaginosas y carnes.

El vicepresidente de otra de las entidades fue más allá, dijo que la “ganancia (que quedará tras el nuevo esquema de retenciones) no es motivante para un sector que después de la crisis hizo un esfuerzo tremendo” por la economía argentina. ¿A qué esfuerzo se referirá? ¿A haber vendido con un dólar a 4 pesos (menos retenciones, claro) la cosecha que se plantó con un dólar a 1? ¿Será ésta la motivación que necesita el campo para esforzarse por “la Argentina”? No se trata, como suelen disparar los dirigentes agropecuarios cada vez que se les hace alguna acotación, de tener un discurso “anticampo”, sino, por el contrario, de pensar la política económica para el conjunto de la economía y no sólo para uno de sus sectores. En otras palabras, de evitar que el discurso “procampo” sea un discurso antisocial.

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