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Domingo, 18 de marzo de 2007
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EL DESARROLLO DEL COMPLEJO SOJERO

Luces y sombras

Un documento del Cespa-UBA concluye que la soja es una producción apreciable y conveniente para el país, pero que resulta un error pensarla como el motor del desarrollo productivo nacional.

Por Claudio Scaletta *
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En 2006, las ventas al exterior del complejo sojero superaron los 8000 millones de dólares.

La producción sojera argentina crece sin pausa desde hace tres décadas con prescindencia del entorno macroeconómico. Sin embargo, el salto desde las 10 millones de toneladas a las poco más de 40 actuales se produjo en los últimos diez años, tanto por el cambio tecnológico como por el aumento de la demanda mundial. El cambio de precios relativos a partir de 2002 apuntaló el desarrollo de la pata industrial, que creció en tecnología y capacidad procesadora. Hoy el complejo aceitero portuario de Rosario es uno de los más grandes y modernos del mundo, y la economía local la principal exportadora mundial de aceites y harinas de soja. En 2006, las ventas al exterior superaron los 8000 millones de dólares, más del 20 por ciento de las exportaciones totales. Con un consumo interno prácticamente nulo, Argentina es el tercer productor mundial por detrás de Estados Unidos y Brasil.

La existencia de retenciones dio lugar también a un correlato fiscal de la bonanza, pero a pesar de las comprensibles quejas sectoriales, el tributo no afecta la elevada rentabilidad de los productores. Según demuestra un reciente trabajo del Cespa –el Centro de Estudios de la Situación y Perspectivas de la Argentina, que funciona en el ámbito de la FCE-UBA– sobre la evolución del complejo, esta rentabilidad es hoy mayor que cuando las retenciones no existían. En la ecuación se acumula el tipo de cambio efectivo y los buenos precios, lo que explica la continuidad del avance sobre otros cultivos.

La completa y exhaustiva investigación del Cespa realizada por Jorge Schvarzer y Andrés Tavosnanska se detiene también en las limitaciones del complejo. Las ambientales –sesgo hacia el monocultivo y sobreexplotación de los suelos– son sólo una de ellas. En términos de desarrollo económico se destaca el escaso concatenamiento del complejo, su alta dependencia del mercado internacional y su escasísima generación de empleo, tanto en la producción primaria como en la industria. El paquete siembra directa-soja transgénica por un lado y las cada vez más grandes plantas procesadoras de alta tecnología requieren de muy pocos operarios. Si bien es cierto que necesariamente se genera ocupación en el transporte y la comercialización, el conjunto demanda bastante menos empleo que otros cultivos.

El hecho de que las grandes multinacionales sigan apostando a la Argentina, lo que se refleja en la continuidad de fuertes inversiones en la industria del crushing, es una señal de que se espera que continúe el crecimiento sectorial. Existen sin embargo algunas luces amarillas. La más intensa es la vulnerabilidad externa. Argentina no tiene consumo interno y depende de la exportación para colocar su producción. Aunque también se exportan granos, la oferta está especializada en aceites y harinas. China, uno de los países que marcan el pulso de la demanda mundial, está aumentando su capacidad procesadora, lo que pone límites al escenario de largo plazo. Luego, más allá del entusiasmo que generan los ciclos de precios ascendentes, la capacidad adquisitiva por unidad de producto posee una irremediable tendencia descendente en el largo plazo: el “deterioro de los términos del intercambio” parece no haber dejado de existir.

La segunda luz amarilla es que, aun cuando la demanda mundial siga creciendo, existen dudas de que la oferta argentina pueda acompañarla. El crecimiento de la producción local respondió antes a la expansión de la frontera agrícola que a la mayor productividad. Amén de la sustentabilidad ambiental por sobreexplotación de los suelos y potencial desertificación, aquí aparece el grave problema de la competencia con otros cultivos. Lo sucedido con la retracción de la producción de algodón en el NOA es paradigmático y obliga, desde la política económica, a pensar en la comparación entre las rentabilidades individuales y las necesidades sociales. La conclusión del trabajo del Cespa es que la soja es una producción apreciable y conveniente para el país, pero que resulta un error pensarla como el motor del desarrollo productivo nacional. Por la tendencia de su precio, el escaso eslabonamiento productivo, los problemas de distribución del ingreso y la vulnerabilidad externa “su rol debería quedar acotado al de un sector apreciable de la producción que acompañe al resto de las actividades impulsoras de un desarrollo más armónico de la economía nacional”.

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