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Viernes, 25 de junio de 2010
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MASCARADAS DE MAYO, ESPECTACULO CALLEJERO EN LA PLAZA DE MAYO

El teatro cuenta la historia

Integrantes de La Runfla, el Grupo Caracú y la Escuela de Teatro de la Manzana de las Luces le dan forma a un recorrido que continúa el espíritu de comunión popular. De la Plaza a la Manzana, pasando por el Cabildo, una puesta impactante.

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“Los actores se conmueven en el balcón del Cabildo”, dice Alvarellos.

Tres palabras encierran el significado de los festejos por el Bicentenario de la Patria: multitud, arte y calle. Los ecos del 25 resuenan, quedan ganas de reunirse y compartir. Hay artistas ávidos de fusionarse con los espectadores en un fervor colectivo. Así lo demuestran las funciones de Mascaradas de mayo, una producción del Teatro Cervantes, los domingos en el casco histórico de la Ciudad. Montada al aire libre, transita por los hechos que constituyeron la Semana de Mayo. Los actores pertenecen a La Runfla, el Grupo Caracú y la Escuela de Teatro de la Manzana de las Luces. Los acompañan un ensamble de vientos y percusión, una batucada y la cantante María Virginia Albino. Detrás de escena están Héctor Alvarellos (puesta en escena y dirección actoral), Cristina Escofet (libro) y Jorge Gusman (idea y dirección general).

El frío impera, pero pocos son los que se niegan a convertirse en público. Es que la invitación es poderosa: son las 14.30 (este domingo será a las 13.30, por el partido Argentina-México) en Plaza de Mayo cuando arriban la banda (saxo, trompeta, trombón y redoblante) y treinta actores que contarán “las mascaradas que la historia necesita recordar”. Lo que sucede en la plaza es anterior a 1810 y tiene que ver con la esclavitud de los negros africanos. Dos narradores en zancos hilan las acciones y describen el contexto exterior. Y mientras suena la batucada, un grupo de actores negros protagoniza escenas de fuerte intensidad.

Según Héctor Alvarellos, director de La Runfla, Mascaradas... se centra en “la Historia no contada”, de la que forman parte “la esclavitud, la portación de armas de French y Beruti y las prohibiciones de la actividad teatral y las fiestas en la calle”. El acento está puesto también en el rol de los próceres. Los más aplaudidos son Mariano Moreno y Manuel Belgrano, de quienes se reproducen discursos. Los aspectos políticos y sociales cobran mayor relevancia ante cualquier lectura económica que pueda hacerse de los acontecimientos. Y otro eje es el cultural, porque no bien irrumpen los actores se presentan como tales. “La idea es que ‘tomen’ la historia. El teatro siempre acompaña los hechos históricos. En muchas oportunidades fue prohibido. El nuestro es comprometido”, recalca Alvarellos, veterano del teatro en espacios abiertos.

La plaza es el primer escenario. El segundo es el Cabildo, donde se evidencia el buen uso de los espacios por parte del elenco, como su manejo del lenguaje callejero. Un virrey Cisneros borracho grita desde lo alto del edificio, mientras en la calle French y Beruti encienden la agitación. El último destino es la Manzana de las Luces, donde se representan la expulsión de los jesuitas y la quema de La Ranchería, primer teatro nacional eliminado con ese método. Lo particular de la puesta está en la posibilidad que habilita su carácter callejero: situar la representación en los mismos lugares en los que ocurrió la Historia. “Eso pone en funcionamiento la memoria colectiva”, recalca Alvarellos. “Cada espacio habla, es un símbolo. Por eso los signos propios del teatro resultan agrandados. Y favorece a la emoción: los actores se sienten conmovidos en el balcón del Cabildo”, concluye.

La condición primordial es la transformación del transeúnte en espectador. Pero el mecanismo no se agota allí, ya que se busca la participación. Los traslados implican un roce con ese tercer estadio, porque “el público va detrás de escena, está comprometido físicamente”, analiza Alvarellos. “La sorpresa es un factor importantísimo. Hay que sostener el interés”, añade. Por eso en Mascaradas..., toda vez que los presentes se mueven sucede algo inesperado.

Hay dos momentos en los que la participación del público alcanza su máxima expresión. El primero es la proclamación de la Primera Junta, que desata un baile en la puerta del Cabildo, mientras los músicos ejecutan “Siga el baile”, de Los Auténticos Decadentes. El segundo coincide con el final y está más cerca de la conmoción que de la alegría. Los actores consultan a los espectadores los males que les gustarían erradicar de estos 200 años y anotan las respuestas en papeles. Luego de leerlas en voz alta, los arrojan a una fogata. “La idea es poner a la gente en nuestros orígenes como seres humanos”, reflexiona Alvarellos. “Es sentirnos juntos, estar en un círculo que nos iguala y nos pone en un mismo deseo. Parece elemental pero tiene mucha vigencia. La gente se olvida de estas cosas porque llevamos una vida más técnica, de pantalla de computadora.”

Pese a esos olvidos quizá selectivos, Alvarellos percibe vientos de cambio. No oculta su sorpresa por la cantidad de espectadores que ya vieron Mascaradas... –“más de dos mil”–, por la fidelidad que manifiestan aun cuando la calle no los obliga a quedarse y por cómo muchos, una vez comenzada la función, son capturados por la propuesta. Con veinte años al frente de La Runfla y actor y fundador de varias compañías, Alvarellos vivió “muy emocionado” los festejos del Bicentenario. “Vi mucha gente disfrutando como nunca antes en mi vida. Me hizo recordar a mi niñez, a los carnavales. Sentí alegría, respeto, buena onda. Lo mismo que pasa con este espectáculo”, expresa. “Hay gente muy predispuesta a recibir y compartir. Yo, que sobreviví a la dictadura, siento que ésta es una calle usada. La calle es un acto de libertad.”

Informe: María Daniela Yaccar.

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