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Miércoles, 31 de octubre de 2007
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VUELVE “ASUNCION”, EN LA SALA BECKETT

Un delirio místico que juega con la ficción y la realidad

Así definen el dramaturgo Ricardo Monti y el actor y director Jorge Rod su nueva versión de esta “metáfora irónica del poder”, escrita por el autor de Maratón quince años atrás.

Por Cecilia Hopkins
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“La imagen de la tierra usurpada remite a una violación metafórica”, dicen Monti y Rod.

Estrenada en 1992 en el teatro Presidente Alvear, en el marco del ciclo “Voces con la misma sangre”, Asunción, pieza escrita por Ricardo Monti, fue originalmente subtitulada por su autor de la siguiente manera: Delirio místico, pasión y muerte de Doña Blanca, manceba de Don Pedro de Mendoza que también sifilítica agoniza en la inmóvil noche paraguaya mientras a su lado, Asunción, niña indígena, pare el primer mestizo de la tierra, en el año del Señor de 1537. Estructurada a modo de poema dramático, la obra fue, poco después de aquel estreno, montada por Mónica Viñao, directora comprometida con el método actoral del japonés Tadashi Suzuki, modo de interpretación ideal para un texto que, como éste, presenta situaciones y personajes de intenciones metafóricas. El actor Jorge Rod, en aquella puesta, asistente de Viñao, acaba de estrenar en el Teatro Beckett (Guardia Vieja 3556) una valiosa versión de la misma pieza, con la actuación de Silvia Parodi, en el rol de la querida de Don Pedro –a esa altura, fallecido en su viaje de vuelta a España– y enamorada de Irala –recientemente llegado al flamante asentamiento de Asunción– y Ruth Palleja, en el de la aborigen embarazada de este último.

Rod ha participado como actor en muchas de las puestas de Viñao, entre otras, en Ana querida (versión de La dama del perrito, de Chejov) y Finlandia, del mismo Monti. Es éste su primer trabajo de dirección. El proyecto surgió en el taller que conduce Rod utilizando la misma metodología introducida por Viñao: “Este es un entrenamiento actoral altamente especializado y exigido”, opina el actor y director sobre este método que ya lleva treinta años vigente. Advierte también que, en su opinión, “tampoco se trata en modo alguno de la ‘única y correcta’ manera de entrenar actores. Es sólo un camino, pero se ha probado que es dinámico, potente y útil para actores de todo el mundo”. Esta forma de trabajo, según Rod, se caracteriza por un rigor parecido al de las artes marciales o el ballet clásico: “Además de poner a prueba nuestras habilidades físicas, el entrenamiento nos vuelve hacia nosotros mismos, a la esencia de nuestra voluntad y nuestro deseo de estar sobre el escenario. Nos pone a prueba. Es una batalla. La crisis es parte del trabajo y debe ser enfrentada con coraje y fortaleza”. En una entrevista con Página/12, el director y el autor de la obra intercambian opiniones acerca de su significado y propuesta estética.

–¿Asunción está emparentada con otras obras suyas, también de carácter histórico?

Ricardo Monti: –Tal vez tenga en común algunas cuestiones que tienen que ver con lo estilístico y temático, pero es una obra independiente. Asunción fue escrita en 1992 para el ciclo “Voces por la misma sangre” y dirigida por Laura Yusem. Desde hacía un tiempo que me atraía el tema, si bien más centrado en el personaje de Irala. Pero yo estaba pensando en un material narrativo. En cambio, Asunción podría definirse como un poema dramático. Yo venía trabajando con la estructura del verso desde Historia tendenciosa de la clase media, y esto también apareció en Maratón. Luego, para Una pasión sudamericana usé versos medidos, rigurosos y verso libre para La oscuridad de la razón. El verso surge de una especie de sonido interno, porque yo trabajo mucho con unidades rítmicas: el tono de una escena lo pienso como si fuera una composición musical –propia, no reproducible– y recién luego vienen las palabras. También cada personaje tiene su propia música, es mi manera de escribir.

Jorge Rod: –En un principio, desde lo actoral, esa musicalidad a la que Monti se refiere puede parecer una traba. Hay una estructura tan fuerte que en el momento de apropiarse de ese texto cuesta ponerlo en el cuerpo. Lo digo por mi experiencia en Finlandia... Por eso, en Asunción buscamos que la cadencia de la palabra y la poesía del texto aparecieran desde la ironía.

–¿Por qué define la obra como “una metáfora irónica del poder”?

J. R.: –Si bien todos los textos de Monti tienen varias lecturas posibles, en Asunción yo veo un juego entre la ficción que implica el “cuento” planteado y los datos de la realidad histórica, que aluden a la conquista y al abuso del poder. Yo encuentro un juego irónico en el enfrentamiento de esas dos mujeres tan diferentes por su lenguaje y otros aspectos de su cultura, que son atravesadas por el mismo hombre.

–¿Monti comparte esa opinión?

R. M.: –Es cierto que yo trabajo bastante con la ironía, aun en los momentos de mayor tragedia, si bien nunca la pongo en primer término, sino soterrada.

–¿También hay ironía en la presencia de la enfermedad en la obra?

R. M.: –También, porque Pedro de Mendoza ya estaba gravemente enfermo y sin embargo se embarca en una empresa de conquista, probablemente para ir en contra de esa enfermedad. Esto es un dato histórico, no así el hecho de que su manceba, Doña Blanca, se haya contagiado por estar con él durante el viaje, además de enamorarse del joven Irala.

J. R.: –Lo que nosotros nos propusimos fue centrarnos en la historia de estas dos mujeres ligadas, como decía antes, al mismo hombre. Doña Blanca desea entregarse a él y abandona todo; en cambio, la india fue sometida contra su voluntad. Ahí vimos a la mujer como la imagen de la misma tierra usurpada. Entonces, la apropiación tiene que ver con una violación metafórica.

R. M.: –Asunción está mencionada en las crónicas como “el paraíso de Mahoma”, tal era la cantidad de indias disponibles para cada español. De una de ellas nacería el primero de una generación de mestizos. Al final de la obra, cuando la india está por dar a luz, las palabras de Irala (“¿Qué será?”) aluden a cuál será la nueva historia que comenzará a partir de ese nacimiento.

–Asunción es un monólogo que, en la interpretación, parece rechazar de plano cualquier acción cotidiana...

J. R.: –La obra plantea un discurso verbal para Doña Blanca y un discurso corporal para la india. Yo opté por una puesta estática: me pareció el camino más prudente para transitar ese texto, para que la historia se mantuviese al margen de movimientos parásitos e innecesarios. Que las actrices manejen un código común es muy importante, en la intensidad física, en el manejo de la energía.

–Cuando escribe, ¿tiene en cuenta qué estilo de actuación se adapta mejor a sus textos?

R. M.: –Siempre. En este caso, yo imaginé a una figura tapada por sus joyas y vestiduras, estática en un trono barroco, pero en un entorno pobre, en una choza de barro, con la india a sus pies. Tenía la intención de aludir a una Europa atiborrada de oropeles pero enferma, podrida por dentro.

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