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Martes, 5 de febrero de 2008
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UNA VISITA A LA TRASTIENDA DE “LA VUELTA AL MUNDO EN 80 DIAS”

Ciencia ficción en clave musical

El director chileno Zelig Rosenman y la soprano Georgina Frere revelan entretelones de un musical atípico.

Por Alina Mazzaferro
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Zelig Rosenman y Georgina Frere se animaron a musicalizar a Julio Verne.

Zelig Rosenman tiene una cábala: siempre sube al escenario por la izquierda. En el teatro Opera, donde acaba de estrenar La vuelta al mundo en 80 días, el musical que él mismo escribió y dirigió, el director chileno invita a Página/12 a pasar al submundo de bambalinas de la sala de Corrientes 860 y realiza el recorrido que ordena la buena suerte. Es que no es momento de tentar al destino cuando ha estrenado su primera obra en la Argentina, convocado por el productor Mario Minckas (responsable de El emperador de la Atlántida, El Ratón Pérez), con la soprano Georgina Frere como protagonista, quien lo sigue por la escalera izquierda con una sonrisa cómplice.

La historia que ha elegido Rosenman, una versión del libro de Julio Verne, es bastante menos mística que su director. El protagonista de este superclásico del padre de la ciencia ficción es un científico que asegura que en 80 días dará la vuelta al planeta Tierra, en una época en que el avión era tan sólo un producto de la imaginación. A pesar de la dificultad de la proeza, este millonario metódico y devoto de la ciencia realiza todos los cálculos para regresar a Londres en la fecha pautada, luego de un tour por la selva africana, los puertos de Asia y de América, entre otros sitios de lo más disímiles. Claro que cuando Verne ideó esta pieza de 36 capítulos repletos de aventuras jamás pensó que sus diálogos y situaciones iban a ser contados a través de canciones.

“La idea nació hace mucho tiempo; yo quería hacer un montaje de alguna historia que nunca se hubiera realizado en forma de comedia musical. Investigando, descubrí que este libro nunca había sido montado así”, explica el actor y director que en el país vecino fue responsable del montaje de Aladdin, Los locos Addams y Greystoke, entre otros musicales. Minckas, por su parte, ya había puesto el ojo en Rosenman tras ver la puesta chilena de Mary Poppins que éste dirigió. Enseguida Zelig subraya una coincidencia: “¡Yo vine acá ese mismo fin de semana a Buenos Aires a ver El Ratón Pérez, que era una producción de Mario! A los veinte días, él me estaba mandando un mail; así nos conocimos y salió la idea de armar un proyecto juntos”, cuenta.

En tan sólo tres meses, el chileno instalado en Buenos Aires escribió el guión, buscó a los actores y se zambulló en los ensayos, junto a un elenco de 24 actores, ocho músicos, el compositor Jimmy López y la coreógrafa Claudia Padilla. El desafío estaba claro: ¿cómo llevar una novela de ciencia ficción tan compleja a la escena, saltando de un lugar del mundo a otro en cada cuadro? “Me entusiasmó la idea de pasar de China a Africa y de allí a Nueva York, mostrando diferentes culturas dentro de una misma obra”, relata el director, acomodado ya en su camarín. Georgina Frere, sentada a su lado, asiente con la cabeza. “Me encantó que fuera una comedia ligera que me permitía cantar en varios idiomas: inglés, italiano y chino”, acota la actriz de Drácula, Las mil y una noches y, tal vez, la futura Christine de la versión local de El Fantasma de la Opera, la exitosísima pieza del lord de los musicales, Andrew Lloyd Webber, que iba a llegar a Buenos Aires este año, pero su estreno se postergó para 2009.

Frere, sin embargo, parece igualmente feliz de protagonizar una producción con menos despliegue y renombre internacional. “Cuando empecé a trabajar con Zelig, todo lo que me proponía me emocionaba mucho”, subraya ella. Inmediatamente, Rosenman le devuelve las flores y agrega que “Georgina es muy juguetona, no duda en hacer lo que se le pide; se atreve a hacer cosas nuevas, no cuestiona nada, está entregada al arte, a la interpretación”. Más allá de que director y protagonista parecen haber congeniado muy bien –tanto que, según ellos, “van a nacer dos nuevos proyectos que estamos ideando juntos, pero aún no podemos contar nada”–, lo cierto es que Zelig trabajó de un modo poco convencional en este montaje. Los musicales suelen ser obras cerradas en las que se trabaja con un libreto y un corpus de canciones fijados a priori. Sin embargo, el chileno es un devoto de “la prueba y el error”, y se dio el lujo de poner y quitar escenas, inventando decenas de principios y finales para la obra hasta el cansancio. “‘¿De nuevo vas a cambiar el final?’, me decían todos. Y sí, lo cambiaba. Algunos personajes morían, después vivían nuevamente. Pasaron muchas cosas hasta que lo encontramos; lo hicimos para buscar de qué manera contar mejor la historia”, explica el director. “Me gusta introducir elementos que sean un poco diferentes. Por ejemplo, en general las oberturas de los musicales tienen un ballet; acá empezamos con el escenario pelado, una vara con focos y el personaje en un escritorio, tecleando su máquina de escribir. La idea es buscar cosas nuevas y en el musical todo está permitido. Se pueden mezclar todas las artes y todos los géneros”, insiste.

Como resultado, la música de La vuelta... es un popurrí de lo más ecléctico: un tango, salsa, algo de pop, por aquí un rock y más tarde un reggae (una fórmula que ya pudo verse en otras ocasiones, como en el Peter Pan de Ariel del Mastro). El broche de oro: “Nessun dorma”, el aria del acto final de la ópera Turandot de Giacomo Puccini, interpretada por la misma Frere. Rosenman tiene bajo la manga la justificación para este mix de géneros y estilos: “Tratamos de buscar melodías pegadizas para que la gente salga cantando. El público reconoce el ritmo y siente que conoce la canción, le suena familiar. Una de las cosas más importantes dentro de cualquier espectáculo es la búsqueda. Más allá de cómo sea el resultado, ésta ya tiene un valor en sí, por el atrevimiento de intentar hacer algo distinto. No sería divertido para ningún creativo ir repitiendo fórmulas”, concluye. Y se va contento el director, bromeando junto a su protagonista, siempre por el ala izquierda de la sala, con el fin de proteger a su creación de cualquier mala racha, fantaseando que esta pieza podría ser, tal vez, el pasaje de su propia vuelta al mundo: ya hay planes para llevar la obra a México y España.

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