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Martes, 25 de marzo de 2014
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Zitarrosa, de Rodolfo Santullo y Max Aguirre

Otra leyenda para un cuadrito

El guionista uruguayo y el dibujante argentino realizaron una evocación sentida y cariñosa del autor de “Doña Soledad”. Un homenaje que apunta más al hombre que a la figura pública, lo que termina dándole un cariz distintivo a la obra.

Por Andrés Valenzuela
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El libro de Santullo y Aguirre reúne diez anécdotas ilustradas.

Hay un terreno difuso en Zitarrosa que escapa los límites precisos del género. No es un documental, pero está producido como uno. No es ficción, pero tanto el guionista uruguayo Rodolfo Santullo como el dibujante Max Aguirre debieron echar mano a su intuición en algunos pasajes para llenar los huecos que el relato oral deja vacíos. No es un tributo, exactamente, y tampoco la figura del mítico cantautor uruguayo es ensalzada sin atenuantes. Zitarrosa es, en todo caso, una evocación sentida y cariñosa por un artista fundamental de la cultura latinoamericana. Una evocación que se hace desde el hombre, antes que desde la figura pública, y en ello reside su mayor virtud.

El volumen, publicado en Argentina por LocoRabia (originalmente coeditado en Uruguay entre Estuario Editora y Grupo Belerofonte, con el apoyo de los fondos concursables para la cultura), reúne diez anécdotas ilustradas que pintan al cantante de cuerpo entero, tanto en sus mejores pasajes como en sus momentos de capa caída. Las anécdotas surgen de quienes lo trataron en el llano: colegas, compañeros de militancia, yunta hermanada por la distancia, artistas y circunstanciales conocidos. Previas a los shows con el hombre pasado de copas, la tristeza deshilachada del exilio. La vez que se excusó de tocar para el partido diciendo que su representante pedía 20.000 dólares para tocar y la vez que se fue a tocar a la esquina porque el dueño de un teatro le escamoteó la plata que le debía. O de ese asado de despedida en el que le habían pedido que cantara y se quedó jugando al truco y comiendo un choripán en el desván, porque quería una despedida íntima antes de volar a México por quién sabe cuánto tiempo. También hay un capítulo curioso que retrata la entrevista que Zitarrosa le hizo a Onetti durante sus incursiones periodísticas.

Desde lo narrativo, el trabajo de Santullo y de Aguirre no muestra fisuras. Hay un gran esfuerzo de investigación detrás de cada página del libro y en ambos se advierte la solidez ganada como historietistas. Los datos que vuelcan no son duros ni entorpecen la narración, ni las anécdotas se comen al protagonista del libro. En lo gráfico hay una muy buena reconstrucción de época y Aguirre alterna tramas, composiciones de página y planos para llevar la narración a buen puerto. Quizá el único problema de la edición argentina del libro es que el coloreado está planteado en distintos tonos fuertes de cian, mientras que la original uruguaya era en verdes más sobrios.

En esta obra lo que consigue la dupla es que el lector que ya conocía a Zitarrosa vaya a buscar sus discos. Que el que no lo había escuchado lo busque. Y que todos lamenten no poder compartir ya un vino con él.

Subrepticiamente, Santullo y Aguirre deslizan datos sobre la vida de su célebre protagonista, pero no se ceban en ellos. Lo importante es el recuerdo que los otros tienen sobre su figura y la construcción que realizan es más emotiva que factual. Por eso mismo resulta imposible no emocionarse en pasajes como el quinto capítulo, dedicado a una presentación en el exilio en la que el Zitarrosa historieta “canta” sobre las imágenes de la dictadura militar uruguaya. Como tampoco se puede evitar compadecerse del hombre triste que no habla ni ríe cuando almuerza con sus huéspedes, hasta que su tocayo Sabat le regala una caricatura. Y del mismo modo, es imposible no rendirse ante ese hombre borracho que, en el velorio de su ídolo, llora: “él cantaba para todos”.

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