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Domingo, 28 de diciembre de 2008
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Entrevista a Philippe Starck, diseñador estrella

“No somos más que mutantes”

Su nombre lleva a pensar en objetos carísimos, pero Starck va mucho más allá y plantea la necesidad de una creatividad absolutamente libre para afrontar los problemas del planeta.

Por Borja Hermoso *
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Starck y Bill Gates: “Los que sepan ser diferentes, únicos, estarán protegidos de todo contratiempo”.

Uno llega al ultralujo del hotel La Mirande de Aviñón pensando que quizás el rey Midas del diseño mundial tenga todo dicho a través de su catálogo de objetos, envoltorios y edificios, y que a lo peor su discurso dialéctico se asemeje al del enanito mudo de Blancanieves. Y de repente irrumpe en el salón Philippe Starck (París, 1949), da la mano sin mirar, se sienta, pide agua mineral y da rienda suelta a una diarrea verbal digna de Demóstenes, no sólo por su cantidad, también por su intención, que va destilando en suculentas cargas de profundidad contra la excesiva frivolidad de nuestra era y contra los tontos profesionales que siguen creyendo en la exclusividad de su magisterio.

Lúcido, veloz, culto, locuaz e indisimuladamente pagado de sí mismo, Starck no tiene freno y lo mismo habla de un rascacielos en Osaka que de un barco a energía solar, de La Alhóndiga de Bilbao (un espacio protegido de 43.000 metros cuadrados que rehabilita para convertir en centro cultural) que de conceptos como “humanismo ecologista” o “ecología democrática”, acuñados por él y que trata de incorporar a su trabajo. El tipo que en 1981 rediseñó los apartamentos privados de Mitterrand en el Elíseo para escarnio de quienes idolatraban el rigor gaullista y pompidoliano, el mago de Oz que rediseña las tiendas, discotecas, hoteles y clubes más in, el inventor del “estilo emocional” y del exprimidor de limones con forma de hombre araña, asegura que vive “como un monje”, que lee doce libros a la vez y que la evolución de sus diseños es “hacia una mayor honestidad”. Y no para un segundo porque, avisa, “el mundo se acaba, sólo le quedan 4000 millones de años de vida y no podemos perder tiempo”.

–Estamos en medio de una crisis económica, pero no está claro que a usted le afecte mucho: no para de trabajar por todo el mundo.

–Digamos que represento un espécimen bastante interesante de lo que pudiera llamarse “cómo extraer un beneficio económico de la creatividad cultural multiforme”. Soy una especie de poeta moderno. Pero mi vida es complicada: cuando estoy en Bélgica soy productor de alimentos biológicos; cuando estoy en Holanda, arquitecto naval; cuando estoy en Inglaterra soy diseñador y propietario de páginas de Internet, arquitecto, director artístico y diseñador de cohetes; en Alemania hago diseño industrial; en Suiza soy diseñador de aviones; en Italia, ecologista y diseñador de muebles; cuando estoy en Francia soy director artístico de varias cosas, decorador y diseñador de lámparas, motocicletas o gafas; en España soy arquitecto de museos y productor de aceite de oliva... todo eso es muy interesante, porque me hace pensar que, en términos de creatividad y de su inserción industrial, Europa no es una teoría, sino un hecho consumado.

–Lo menos que puede decirse es que se lo nota orgulloso de su trabajo..

–Hace diez años, con motivo de mi gran exposición en el Centro Pompidou, alguien sacó la cuenta –no sé cómo, la verdad– y concluyó que mi trabajo hacía vivir a 300.000 personas. Y sí, me sentí muy orgulloso. Si eso es verdad, fíjese: lograr que 300.000 personas se ganen la vida, armado solamente con un cerebro bastante enfermo como el mío, un lápiz y un cuaderno, es motivador. Y todo el mundo puede hacerlo: no necesitamos grandes medios, ni grandes escuelas, yo mismo soy totalmente autodidacta, nunca tuve un título de nada. Lo único que hay que hacer es trabajar duro con la cabeza y atreverse a hacer cosas.

–¿Tiene alguna receta mágica para sobrevivir en tiempos de crisis?

–Bueno, toda esa dimensión económica de la creatividad de la que hablaba antes tiene muchísima más importancia en tiempos de crisis. Y ahí existe algo que es vital, que llamo “la posesión de la diferencia”. Para cualquier empresa, saber ser diferente de los demás es vital... y en tiempos de crisis se convierte en un bien extraordinario. Todo se trastrueca en un sistema binario de vida o de muerte, en la medida en que los primeros que morirán económicamente serán los que no tengan nada de particular que ofrecer y sólo basen su estrategia en la bajada de precios. En cambio, los que sepan ser diferentes –mucho mejor, únicos– estarán protegidos de todo contratiempo.

–Usted se sitúa entre estos últimos, claro está.

–Es que yo he hecho algo que exige decisiones radicales, que es escapar de lo confortable, de lo conseguido, y quizá por eso se me exhibe hoy un poco como si fuera un animal de circo que simboliza el éxito gracias a una creatividad libre. Porque hago lo que quiero. Bueno, más bien lo que puedo. Y preferí, antes que seguir inmerso en lo que podríamos llamar “un diseño a la moda”, consistente en producir un objeto bello cada año, lanzarme a retos mucho más conectados con las prioridades que elegí, que son las ecológicas. Apuesto por una especie de humanismo ecologista, y ya me olvidé de la vieja batalla del “diseño democrático”, porque considero que es una batalla ganada hace 30 años.

–No fue una victoria fácil.

–¡Claro que no! ¡Antes, a nadie le gustaba eso del diseño! Bueno, la verdad es que a mí tampoco me interesan los diseñadores.

–Entonces, según usted, el camino a seguir ahora es...

–Ahora mismo, nuestra orientación se dirige hacia lo que llamamos “la ecología democrática”, es decir, dar a la sociedad creaciones de alta tecnología a precios asequibles, fácilmente encontrables y fácilmente utilizables, con el fin de producir energía bajo diferentes formas.

–Si es verdad todo lo que cuenta, parece usted un modelo para todos aquellos que tienden, en tiempos difíciles, a dejarse arrastrar por el lamento, la queja, la melancolía.

–¡Es que no podemos quedarnos quietos! Mire, por desgracia recibí una educación demasiado buena como para permitirme el lujo de ser un oportunista, pero creo que cada crisis es como una guerra y ofrece nuevas oportunidades económicas, estéticas nuevas, nuevas necesidades. Nada de eso puede dejarse escapar. Todas las grandes innovaciones tecnológicas surgen, por desgracia, como consecuencia de las guerras. Las nuevas tecnologías, por fortuna, nos van a permitir acelerar el abandono de la gasolina, del petróleo y, por qué no decirlo, de la sacralización divina del automóvil. Muchas cosas van a cambiar. Y las crisis son positivas para eso. Los retos y las dificultades conforman la verdadera belleza del hombre. Si no hay dificultades, nos ablandamos.

–Siguiendo por ese camino de “utilizar la crisis en beneficio propio”, ¿puede una situación como la actual llegar a servir de inspiración para la creación?

–Claro que sí, está claro, es una oportunidad formidable. Devanarse los sesos para alcanzar, por ejemplo, nuevas formas de crear energía es algo extraordinario. Hace poco pasé varias semanas de auténtica felicidad profesional dando vueltas a mi cabeza buscando nuevas ideas de cara a la creación de nuevas superficies fotovoltaicas, nuevas vías de energía solar que poder adaptar a nuevos edificios. Ahora mismo estoy obsesionado con poder hacer funcionar barcos enteros con energía solar. ¡Es formidable! ¿No? Y lo repito: las ideas nuevas traen estéticas nuevas.

–¿Es la realidad del día a día lo que más le inspira?

–Claro, pero a condición de que pongamos esa realidad en relación con la gran imagen de la mutación, la mutación de nuestra especie, de toda una civilización. Ni un solo producto merece existir si no se inscribe en ese largo y lento trabajo de nuestra evolución. Hoy día hemos de trabajar, por ejemplo, en la invisibilidad que puede llevar a la desmaterialización, o en la posibilidad de crear productos que tengan cada vez más capacidad de inteligencia, pero menos volumen y menos peso, y en cosas así. ¿Cómo ser pesimistas con un campo así por delante?

–¿No le da a usted la sensación de que el género humano actúa por defecto, como si pensara siempre que es el último y definitivo eslabón de esa gran mutación universal?

–Claro que sí, y ése ha sido el mayor factor de inmovilidad en nuestras sociedades. El desconocimiento de lo ocurrido, la falta de memoria... son cosas especialmente idiotas cuando uno piensa que esa historia es muy fácil de leer: una historia con principio y fin. Una historia de 8000 millones de años que empezó hace 4000 millones en forma de bacteria, de pez, de rana, de mono... y ahora está justo en su mitad. Bueno, aquella bacteria no tenía ni idea de lo que íbamos a ser, ni nosotros tenemos idea de lo que seremos en el futuro, antes de que, dentro de 4000 millones de años, la implosión del Sol provoque la explosión de este mundo. No somos más que mutantes. Y ahí radica nuestra belleza. Y ahí está la diferencia entre nosotros y una vaca: somos la única especie animal que decidió, por fantasía, asumir el control de la dirección, de la velocidad y de la calidad de nuestra curva de mutación. Eso es extraordinario, pero implica tener claro que no somos lo definitivo, sino una mera transición. Hace cinco minutos usted y yo éramos otros...

–Pero ya lo dijo usted: la memoria es corta.

–La memoria es increíblemente frágil, pero es que además no existe ninguna voluntad de investigar, de mirar más allá. Mire, lo que más me aterroriza de la sociedad actual es el corto plazo, ver cómo la gente se desplaza dentro de su propio segmento olvidando por completo de dónde viene y sin tener ni la más remota idea de adónde va.

–Quizás ocurre que nos quedamos sin metas, sin planes o sin ideales.

–Evidentemente, una sociedad que no tiene ningún guía, ningún guión, ninguna utopía, va mal encaminada. Porque eso está claro: vivimos en una era profundamente moderna... pero nunca fuimos menos utópicos. Nunca la humanidad tuvo menos proyecto de sociedad que hoy. No hay nada por delante. Hasta hace poco hubo al menos la utopía del socialismo, del comunismo, del capitalismo y otras. Hoy no hay nada. El socialismo se ha formalizado del todo. El comunismo era una idea maravillosa, pero cayó por culpa de la mala calidad del primer prototipo, lo que es extremadamente idiota, porque si yo tirase la toalla cada vez que me sale mal el primer prototipo de una creación, estaría jodido, no haría nunca nada. Teníamos un proyecto de reparto universal de la riqueza, algo que era esencial. Bueno, como salió mal el primer ensayo, hubo quien dijo: “Es el proyecto el que falla”. ¡Pues no, señor!

–Tropezar para seguir andando.

–Evidentemente. Yo hago cinco o seis prototipos de cada objeto. Habría sido del todo lógico que hubiésemos ensayado cinco o seis prototipos de comunismo. Yo creo que una de las urgencias es la puesta en marcha de un gran partido, o de un gran movimiento popular basado en la idea del reparto. Es necesario repensar el reparto mundial, no sé bien cómo, pero hay que hacerlo. Por supuesto, eso da miedo, pero porque nadie se tomó el tiempo de pensar a fondo estas cuestiones. ¡No se trata de quitar a los ricos para dárselo a los pobres! Es otra cosa. No sé cuál, pero otra. Y desde luego, como no haya en un futuro cercano una organización mundial del reparto, vamos hacia un conflicto civil a escala mundial.

–Algo de eso está ocurriendo ya con las revueltas provocadas por las hambrunas de Africa.

–Es un prototipo de lo que puede llegar, aunque creo que esas hambrunas fueron creadas por grandes compañías estadounidenses con el fin de favorecer a algunas ONG. Pero sí, el caso es que esa gente no tiene casi nada que comer. Y queda muy poco tiempo para que no tenga nada de nada. Y entonces, cuando lleven el cadáver de su niño en brazos, sacarán el machete y exigirán comer. Es fundamental adelantarse al problema y buscar soluciones. Pero creo que vamos derechitos a estamparnos contra la pared.

–Teniendo en cuenta que la historia no deja mucho resquicio al optimismo, ¿qué opina de...?

–¡Ah, no, cuidado, no hay que confundir las cosas! La historia es globalmente optimista, y no hay que dejarse llevar por el pesimismo. Una vez más, hay que contemplar las cosas con perspectiva y a gran escala: se vive mucho mejor hoy que antes. Tenemos seguridad social, hospitales, adelantos... Lo que pasa es que el mundo no se dio cuenta todavía de que, por vez primera en la historia de la humanidad, ha entrado en una fase decisiva. Antes, la Tierra era autoestable, gozaba de una estabilidad natural asegurada por el equilibrio ecológico. La naturaleza lo gestionaba todo con una capacidad de inercia enorme. Pero ahora vivimos en un planeta dominado por el hombre, no por la naturaleza, y los efectos son atroces.

–¿Cuál es su relación directa con la felicidad de los demás? ¿Cree que el disfrute de un objeto bello o cómodo puede ayudar a paliar la infelicidad, ya sea de forma efímera, mediante el placer?

–Para mi desgracia, recibí una educación religiosa larga y pesada que hizo que, para mí, la idea de servir al otro sea trascendental. No me puedo imaginar crear algo para mí solo, sería egoísmo o masturbación estéril. Siempre trabajo esperando que lo que hago aporte una utilidad práctica a alguien. No siempre lo consigo, lo confieso. También espero aportar felicidad, y eso también sucede a menudo. También me gusta ofrecer placer, abrir vías nuevas y denunciar cosas. Así que en absoluto soy favorable al producto por el producto. También sé que no soy un genio en plan Einstein o Ptolomeo.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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