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Lunes, 13 de julio de 2009
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Entrevista al historiador Lucas Lanusse

“Aún hay quienes creen que los bombardeos estuvieron bien”

En su libro Sembrando vientos, explora las responsabilidades en la expansión de la violencia que sacudió al país entre 1955 y 1973. “Ni las Fuerzas Armadas ni los partidos políticos antiperonistas le encontraron la vuelta a un país ingobernable”, señala.

Por Silvina Friera
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“No me cuesta nada criticar a Lanusse”, dice Lucas refiriéndose a su tío abuelo, ex presidente de facto.

El historiador Lucas Lanusse escribe libros que podrían provocar un infarto agudo a una rama de su árbol familiar –es sobrino nieto del dictador que fue presidente de la Argentina entre el ’71 y el ’73– que tiene que digerir, como puede, que el joven se apasione con la génesis de Montoneros, con los sacerdotes que entendieron el Evangelio como un mensaje revolucionario y con la violencia política. En Sembrando vientos (Vergara) explora a través de veintiún episodios las responsabilidades de los principales actores políticos en la expansión de la violencia que sacudió a la Argentina entre 1955 y 1973.

Para contextualizar, el libro arranca con la llegada de Perón al poder en junio de 1946. Este punto de partida, lejos de pretender adjudicarle la culpa de todos los males al peronismo, le permite trazar un bosquejo de cómo la sociedad comienza a dividirse. Los exabruptos de los discursos de Perón en contra de la Iglesia no pueden ni deben ser equiparados con las bombas que se arrojaron sobre los civiles en la Plaza de Mayo en junio de 1955. El historiador recuerda que en 1953 el capitán de fragata Jorge Alfredo Bassi, que era aviador naval, compartió con un puñado de oficiales de confianza una idea que fue el germen atroz de una escalada que no se detendría: “¡Qué lindo imaginar la Casa Rosada como Pearl Harbor!”. La brutalidad de la matanza, alrededor de 250 muertos y ochocientos heridos, no admite justificación. La tregua ya no sería posible. Perón, acorralado, subió el voltaje de sus últimas declaraciones. “¡A la violencia le hemos de contestar con una violencia mayor! (...) ¡La consigna para todo peronista, esté aislado o dentro de una organización, es contestar a una acción violenta con otra más violenta! ¡Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de ellos!”

Desde el Paraguay, donde comenzó un largo y accidentado exilio, Perón respondió a un periodista que le preguntó qué pensaba hacer para volver a la Argentina: “Nada, en absoluto. Todo lo harán mis enemigos”. Lanusse afirma que “la historia demostraría que tenía razón: durante casi dos décadas, ni las Fuerzas Armadas ni los partidos políticos antiperonistas le encontraron la vuelta a un país ingobernable, y Perón debió regresar convocado por propios y extraños para intentar poner orden”. Aunque tampoco él lo conseguiría. El historiador desmonta capítulo tras capítulo los discursos crispados y narra los hechos tratando de distribuir equitativamente las responsabilidades del desmadre entre el peronismo, el radicalismo y la Iglesia Católica. Pero no duda en inclinar la balanza contra las Fuerzas Armadas que encabezaron la Revolución Libertadora y la ofensiva revanchista de Aramburu, que mandó a fusilar al general Juan José Valle y a otros veintitrés peronistas tras el frustrado levantamiento cívico-militar de junio de 1956. Como en su anterior libro, Cristo Revolucionario, donde se sirve del testimonio de Rubén Dri, uno de los fundadores y referentes del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, que dijo: “El hijo de puta de Lanusse sabe que está retrocediendo, que el Gran Acuerdo Nacional se le está yendo a la mierda, y manda estos mensajes para meter miedo”, en Sembrando vientos tampoco tiene ningún prurito a la hora de cuestionar a su tío abuelo cuando repasa la masacre de Trelew. “Que Lanusse salga ampliamente favorecido en términos relativos frente a un Videla, frente a lo que pasó en el ’76, y que ahora se lo pinte como abanderado de la democracia, me hace pensar que estamos todos en pedo –subraya el historiador en la entrevista con Página/12–. Cuanto más se agranda la figura de Lanusse, porque hay muchos militantes y ex guerrilleros que lo respetan, más tiendo a tomar distancia de él. Me parece que representaba ese discurso de las Fuerzas Armadas y ciertos sectores sociales de que era una suerte de ‘elegido’ por designio divino en cuyas manos estaba el destino de la Patria. No me cuesta nada criticar a Lanusse.”

–¿En el bombardeo a la Plaza en 1955 está el huevo de la serpiente?

–Sí, es así. Algunos me han planteado que tal como está desarrollado ese capítulo parecería que fue el peronismo el responsable de la violencia. El libro iba a comenzar con los bombardeos, pero me pareció que si no contaba la historia de la década previa era muy difícil, era muy abrupto arrancar con las bombas. La desmesura, la criminalidad de los bombardeos, claramente inaugura la violencia política en el país. Y esto no lo digo solamente yo, sino todos los estudiosos del período. Esos bombardeos superaron lo conocido hasta entonces y abrieron una etapa en la que realmente parecía que todo valía.

–Aunque dice que los historiadores no dudan en afirmar que con los bombardeos comienza la violencia, parecería que aún hoy, sotto voce porque es incorrecto asumirlo en voz alta, se sigue “legitimando” ese bombardeo en tanto se piensa que el peronismo es violento, pero las clases medias están como inmunizadas.

–Ese es el núcleo central del libro. Todos parecen tener la excusa perfecta. Aun hoy, cuando leés algunos documentos, te sorprende la manera en que ellos creen que esos bombardeos estuvieron bien, que lo que hicieron no fue criminal. Pero ahí están los hechos y son incontrastables. En los capítulos del libro se cuentan episodios de la historia argentina donde hubo muertes, sangre, irracionalidad, grandes dosis de locura, y todos tienen entre comillas la justificación perfecta. Ningún peronista puede discutir el discurso de Perón del 31 de agosto de 1955, que fue una animalada, de una irresponsabilidad tremenda, por más que estén inscriptos dentro del bombardeo de la Plaza de Mayo. Muchas veces las mejores fuentes son las de los propios protagonistas. La descripción que hace de la jornada del 16 de junio Isidoro Ruiz Moreno en La revolución del ’55 es tan apestosamente elitista y tan transparente en cuanto a que le importaban tres mierdas la vida entre comillas de esos negros, que ese relato es francamente escalofriante.

Cuando el padre Hernán Benítez, un peronista de la primera hora y uno de los pocos que no temía criticar a Perón en la cara, leyó las “Directivas generales para todos los peronistas”, las “Instrucciones generales para los dirigentes peronistas” y el “Plan de rumores”, objetó el tenor de estos documentos y lanzó, como subraya Lanusse en el libro, “una de las más impactantes profecías de la historia argentina”: “Lo grave es que de seguir empecatado Perón en sus trece subversivas y los gorilas en su frenesí revanchista, en su elitismo apestoso, en la injusticia social institucionalizada y blasonada, y sobre todo, en la escandalosa entrega del país al imperialismo y los monopolios, las nuevas generaciones convertirán a Perón en héroe, en visionario, y a la guerra civil en la única solución y el único remedio para salvar a la Argentina (...). Los hijos de los gorilas, por repudio a sus padres, se volverán peronistas y guerrilleros. Desde lejos verán sólo lo positivo de Perón. Lo que sellará su figura histórica”. El historiador define a Benítez como un “hombre brillante”. “Esa carta es un buen ejemplo, si uno quisiera rastrear una línea editorial del libro, de lo difícil que es ver en Perón un paradigma de virtudes o a la lacra más tremebunda de la historia argentina. En este año 2009 resulta tan ridículo hablar de Perón como el salvador de los trabajadores como del tirano”, plantea Lanusse.

–¿Por qué cree que a pesar del tiempo transcurrido sigue prevaleciendo un pensamiento tan dicotómico en torno de Perón y del peronismo?

–Quizás es una teoría un poco forzada. Pero esto de hablar de ángeles o demonios, de salvadores o de las lacras de la Patria, es una transpolación a nivel colectivo de algo muy habitual. Siempre es mucho más cómodo descargar en una persona o en un grupo las responsabilidades para no hacernos cargo de la cuota que nos corresponde. Es medio paradójico hablar de víctimas, pero somos un poco víctimas de este discurso muy peligroso. Aun hoy escucho una de las frases más grotescas que se puedan oír, y más seguido de lo que se puede imaginar: “La culpa de todo fue de Perón”. Con el libro terminado empecé a pensar en todas estas cuestiones.

–En Sembrando vientos también parece cuestionar ciertos rescates recientes, por ejemplo la figura de Frondizi o de Aramburu.

–¿Por qué a Frondizi ahora lo rescatamos como “el estadista”? Frondizi no tuvo el más mínimo reparo de reprimir a palazos; era un hiperpragmático que hizo un pacto con Perón que sabía que no podía cumplir. Lo mismo sucede con la izquierda revolucionaria. Qué historia triste, patética, la del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP) de Masetti en Salta, que tiene más fusilados por su propia tropa que muertos en combate, pero también cuánto nos dice aquella caricatura del ’64 sobre muchas concepciones e ideas de las guerrillas setentistas. Nos está hablando de ese extremado dogmatismo y la verticalidad que tuvieron. Aquella experiencia del EGP me parece muy válida rescatarla hoy porque desnuda ciertas concepciones muy militaristas que después se verían en Montoneros y en el ERP. Está muy naturalizada la muerte de Aramburu, personaje para mí siniestro como pocos, por lo cínico que fue, porque vendía una cosa y hacía otra. El episodio de los fusilamientos del ’55 es terrible; él le mandó a decir a la mujer de uno de los coroneles sublevados que fue a implorarle clemencia: “El presidente duerme y ha mandado no ser molestado”. Qué decir de Montoneros, una organización que nace, que se da conocer, secuestrando a Aramburu y teniéndolo tres días en una estancia. Al margen del rechazo que me genera la figura de Aramburu y lo “simpática” que pudo haberme caído esta acción de Montoneros, yo mismo que tengo esa veta medio infantil de la guerrilla heroica, y especialmente de la guerrilla montonera y peronista, pasadas las décadas me pregunto si cabía esperar algo demasiado diferente de una organización que secuestra a un tipo durante tres días y después lo mata a sangre fría en un sótano. A esta altura del partido se pueden conversar estas cuestiones y no quedarnos sólo con la versión de que eran jóvenes que por fin le pusieron un freno al avance oligárquico y a los atropellos de las clases dominantes, que hubo mucho de eso, y poder ver el conjunto. Hoy escucho discursos exacerbados que me llevan a decir: “Pucha, será que no aprendimos nada”.

–¿O será que el peronismo tiene por su origen y naturaleza elementos muy viscerales que conducen a la exacerbación?

–Sí, seguramente. El peronismo es un fenómeno único y el antiperonismo también. No es casual que en San Isidro haya visto recientemente unos carteles que decían “Cristina atea, montonera, prostituta...” y cosas por el estilo. Tal vez peco de ingenuo, pero quizá tanto el Gobierno como la oposición deberían ser un poco más responsables, sobre todo teniendo en cuenta lo que fue nuestra historia en estas décadas, donde ha prevalecido la descalificación, la cosa apocalíptica y maquiavélica. Quizá se podrían sacar algunas lecciones de nuestro pasado reciente.

El viejo refrán sobre el que pivotea el título del libro es “Siembra vientos y cosecharás tempestades”. “Aunque nos disguste, cosechamos lo que sembramos. Claro que esto produce frustración y uno a veces se enoja con la vida –admite el historiador–. A riesgo de ser poético, el título me parece perfecto para resumir esas tres décadas de la historia de nuestro país.” Lanusse confiesa que le costó mucho escribir el capítulo sobre los fusilamientos de 1956. “Me ensañé muchísimo con Aramburu, ¿se nota?”, pregunta.

–Sí, se nota la rabia que le generaron los fusilamientos.

–Es que fue una matanza de tres días, ¡durante 72 horas! Los autoproclamados defensores de la civilización, de la Constitución, “nosotros somos el derecho, la gente buena y bien nacida”, tuvieron la sangre fría para asesinar sin que les temblara el pulso (se enoja y levanta la voz). Quise narrar minuciosamente los detalles de cómo se dieron esos fusilamientos. Y cómo la multitud de gorilas pidió sangre en la Plaza y la hipocresía de la clase política y de los obispos, que muy tibiamente deslizó que se debía frenar la masacre. Pero nadie de los que se decían cristianos, occidentales y civilizados levantó la voz para detener el derramamiento de sangre.

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