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Sábado, 22 de marzo de 2008
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Murió Oscar Terán, agudo analista de la memoria, el exilio y la militancia

Fin para un humanista comprometido

El intelectual, autor de En busca de la ideología argentina y Nuestros años sesenta, hizo aportes teóricos sustanciales sobre la identidad argentina.

Por Silvina Friera
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Oscar Terán se definía como “marxista convicto y confeso”.

“No sé qué soy, pero sé de qué huyo.” Estas certeras palabras de Montaigne repetía Oscar Terán para describir su propio itinerario intelectual que va del marxista confeso al socialdemócrata que deseaba pertenecer a una izquierda que no tenía forma partidaria en la Argentina. Esta cita del pensador francés, a la que apelaba para referirse a la crisis de identidad que implicó la caída del marxismo como ideología, ahora genera congoja, tristeza y rabia. Le andaba escapando a la muerte, pero no pudo. Aunque peleaba desde hacía seis meses contra un cáncer de colon. Terán murió el jueves a la noche a los 69 años. La comunidad intelectual argentina extrañará a uno de los intelectuales más reconocidos del país, docente e investigador de la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Nacional de Quilmes, investigador principal del Conicet, miembro del club socialista José Aricó y del consejo editor de la revista Punto de vista, y autor de libros clave en los que analizaba la crisis del marxismo, la militancia de los años setenta, el exilio, la memoria y la argentinidad, entre otros tópicos, como En busca de la ideología argentina, Nuestros años sesenta y José Ingenieros: pensar la nación.

Terán nació en 1938 en Carlos Casares, provincia de Buenos Aires. La combinatoria genética de padre radical y madre socialista daría como resultado previsible una marcada crianza antiperonista. Recordaba que 1955 fue un año crucial en su vida por su llegada a Buenos Aires –el descubrimiento de la vida urbana para quien venía de un pueblo de provincia– y porque terminó la secundaria en medio del golpe de septiembre del ’55. “Marxista convicto y confeso”, como él se definía, participó no sin entusiasmo de las manifestaciones estudiantiles burdamente antiperonistas. Entonces vivía en una pensión en Caballito, cercana al Parque Chacabuco y a la fábrica Volcán, donde la mayoría de la gente era implacablemente peronista. Mucho después patentó una frase que parecía dicha por un peronista: “el golpe del ’55 era nuestro Guernica sin Picasso”. Aunque nunca fue peronista, admitía su fascinación por el peronismo, que indudablemente empezó en la pensión de Caballito y que tuvo un punto de inflexión cuando fue a una de las primeras manifestaciones permitidas en la época de Frondizi en Parque Patricios. “La visión de aquella columna popular que yo veía como la sal de la tierra y que avanzaba contra la policía al grito de ‘la vida por Perón’ fue un impacto realmente movilizador de todas las estructuras dentro de las cuales yo trataba de pensar la realidad política y social argentina”, confesaba en una entrevista incluida en el libro De utopías, catástrofes y esperanzas. Un camino intelectual (Siglo XXI), una selección de artículos, ensayos y entrevistas que mostraban las facetas más personales de Terán.

El autor de En busca de la ideología argentina (1986), Aníbal Ponce: el marxismo sin nación (1983), José Ingenieros: pensar la nación (1986), Nuestros años sesenta (1993) y Las palabras ausentes. Para leer los póstumos de Alberdi (2004) reconoció que no iba a las clases de Borges porque, además de considerarlo “gorila”, no podía ver su literatura por debajo de sus posiciones ferozmente antiperonistas. “Nunca fui a sus clases, pero mis amigos me contaban que eran del orden de lo malas. Un escritor genial no tiene por qué ser un buen profesor. Celebro no haberme excedido y haberlo insultado”, señalaba en 2006.

En 1977 se instaló en México, donde realizó una maestría de Estudios Latinoamericanos y retomó su trabajo intelectual al vincularse con otros exiliados argentinos que, ante el estupor por “la derrota”, comenzaron a reflexionar sobre el pasado reciente. Integró el grupo de discusión Mesa Socialista que editó la revista Controversia, y empezó a escribir la primera versión de su libro sobre José Ingenieros. La crisis teórica del marxismo y las denuncias sobre el socialismo real minarían las convicciones ideológicas de Terán, quien a comienzos de los ochenta, todavía en México, se asumía como “un marxista en crisis”. Desde que regresó al país, en 1983, se convirtió en lo que él llamaba un “izquierdista reformista”, un socialdemócrata que trataba de conciliar la justicia social con la democracia.

Estaba convencido de que el optimismo era un “sentimiento bobo” y que el pesimismo, además de trivial, convocaba a la pereza intelectual. Ante esa disyuntiva, Terán prefería la palabra esperanza. “Me gusta citar a Octavio Paz cuando decía que quien conoció la esperanza ya no la olvida. La sigue buscando bajo todos los cielos; entre todos los hombres, entre todas las mujeres”, subrayaba. Fantaseaba con escribir una novela sobre Diego Alcorta, primer profesor de Filosofía de la UBA, aunque decía que no servía para escribir literatura y que la sola idea de hacerlo le parecía abrumadora. No era un opinólogo mediático; no escribía sobre cualquier tema que se pusiera de moda. “A veces el intelectual tiene la obligación de callarse”, decía para justificar su postura de intervenir o polemizar sólo en aquellas circunstancias en las que creía que tenía algo para decir. “Como dudo mucho de que al menos yo pueda llegar a saberlo todo, debo necesaria y responsablemente callar sobre tantas cosas acerca de las cuales tengo opiniones pero escasos fundamentos, pruebas o reflexiones generalizables. La palabra es un bien escaso, es mejor cuidarla.” Aunque no siempre coincidieran con sus opiniones, muchos extrañarán ese cuidado y rigor que Terán tenía con la palabra.

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