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Martes, 9 de septiembre de 2008
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Jaime Torres y el Tata Cedrón, juntos en un escenario

“Nos damos el gusto de tocar todo lo que nos gusta”

En los shows que están compartiendo en Buenos Aires, cada uno hace lo suyo y luego se juntan para interpretar un puñado de temas. ¿Dónde está la coincidencia? “Hacemos música, poesía, provocamos emoción; no es poco, ¿verdad?”, dicen.

Por Santiago Giordano
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Jaime y el Tata se presentarán el viernes y sábado próximos en el Centro Cultural Tasso.

“Mirá el perfil griego del tipo”, bromea el Tata Cedrón apuntando las cejas frondosas en dirección de Jaime Torres, mientras ambos posan para la foto. “Mirá, Tata, los griegos eran grandes navegantes y nosotros los coyas grandes caminantes, así que en algún punto nos debemos haber encontrado”, retruca el charanguista. Son distintos. Cedrón transita la senda del tango, al que sintonizó también con versos de poetas que lo miraban desde afuera, para sumarle la carga de rabia que su proverbial melancolía le impedía ejercer. Torres viene del folklore, que pintó como pocos desde su charango y al que empujó hasta cruces casi impensables, por ejemplo con el chill out, con el flautista Magic Malik y el percusionista Minino Garay, con la Sinfónica Nacional, con Paco de Lucía, con Divididos o con el piano distinguido de Ariel Ramírez. Cedrón vivió 30 años en Francia, aunque de una manera u otra, como Troilo, siempre estuvo volviendo; Torres se jacta de haber elegido su país para vivir. Jaime habla con voz pausada, sin perder el tono gentil; al Tata lo arrebatan las palabras a medida que la conversación fluye.

Son distintos, está claro; sin embargo, nada de eso les impide encontrarse en un escenario, como sucedió en varias oportunidades en distintos lugares del mundo y se está repitiendo en el Centro Cultural Torquato Tasso (Defensa 1575). Arrancaron el fin de semana pasado y volverán a presentarse este viernes y sábado, junto al charanguista estarán Goyo Alvarez (guitarra), Javier Sepúlveda (quena, sikus) y Néstor Pastorive (percusión y danza); al guitarrista y cantor lo secundarán Miguel Praino (viola) y Miguel López (bandoneón). “Este encuentro nace fundamentalmente de la amistad. Nunca pasé por París sin compartir momentos con el Tata, sin por lo menos darle un abrazo”, asegura Torres. “Pero además de la amistad de años, hicimos cosas juntos –interviene Cedrón–, si bien nunca nos pegoteamos. Lo que hicimos con Paco Ibáñez, algunas giras por Francia, un espectáculo de los mayas, alguna vez en Mar del Plata. Jaime me invitó cuando tocó en el Alvear y yo le devolví la gentileza en el Bar Tuñón, además de compartir nuestra música en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno.” “Quién te dice que este no sea el punto de partida para un futuro espectáculo conjunto –arriesga Torres–. En esta oportunidad estaremos cada uno con su grupo y tendremos un momento de encuentro que se dará con algunos temas, de esos que hacemos en la intimidad, cada vez que nos juntamos en casa. Pero es a partir de esa espontaneidad que las cosas podrán ir tomando cuerpo, y eso es lo más natural. Llegará el momento en que nos demos cuenta de que el espectáculo conjunto ya está listo; mientras, compartimos algunas de esas melodías olvidadas, nos damos el gusto de tocar lo que nos gusta.” “Ni Jaime toca tango ni yo chacareras. Se trata de encontrarnos a compartir”, concluye Cedrón.

Ciudadano Ilustre de Buenos Aires, Cedrón volvió a residir en la Argentina cuatro años atrás, después de pasar tres décadas viviendo y trabajando en Francia, componiendo y tocando tangos al frente del Cuarteto Cedrón. “Qué querés, tengo pasaporte francés e inevitablemente parte de la cultura francesa la absorbí en todos esos años –explica el ahora ciudadano de Boedo–, pero me siento argentino, porque las cosas que pasan acá me duelen como siempre. El día en que no me duelan más, no tendré derecho a sentirme de acá. ¿Que cómo estoy? Y... como cuando me fui, peleando, haciéndome mala sangre...”

“Yo, en cambio, soy de San Telmo y en estos conciertos jugaré de local, por eso la gente vendrá a verme”, bromea Torres, que nació en Tucumán, de padres bolivianos, pero vivió casi toda su vida en Buenos Aires. “Con mi familia vivíamos primero en Chacarita y después nos mudamos a Viamonte y 25 de Mayo, la zona del bajo, con sus piringundines y el movimiento del puerto”, recuerda el charanguista. “Después, en el ’48, nos fuimos a Bolivia. Yo tenía 10 años y me llevé un charango chiquito que me había regalado mi maestro Mauro Núñez. Volvimos cuando tenía 15 y nos instalamos en Rosario.”

En distintas etapas de su vida, Jaime tuvo oportunidades para radicarse en Europa y hoy enfatiza que vivir en la Argentina fue una elección. “Cuando andaba bien de todo lo demás me podría haber quedado en Europa –asegura–, la gente allá no conocía lo que era un charango.” “Acá, en realidad, tampoco”, agrega Cedrón. “De todas maneras he recorrido bastante –continúa Torres–, con distintas formaciones, distintos espíritus. Si en muchos lugares no conocían el charango, nunca me presenté como si hiciera una cosa exótica, sino que lo hice desde la convicción de que mi música tenía que gustar. No fui a Europa a ponerme el poncho y gritar ‘huija canejo’: en el charango está mi origen y de ahí me aparece una causa.”

Cedrón, por su parte, aclara que en estas actuaciones está junto a él Miguel Praino, durante 45 años su aparcero, fundador del Cuarteto Cedrón. “Con Miguelito y el bandoneón de López tocamos en trío”, señala. Respecto de la actualidad del Cuarteto Cedrón, el Tata asegura que “va y viene”, pero no esconde su malestar por no haber estado en el último Festival de Tango de Buenos Aires. “Me invitaban, pero no pagaban un pasaje del integrante del cuarteto que vive en Francia –su hijo, el violinista Emilio Cedrón–. ¿Qué querían, que tocáramos por Internet?”, tira la bronca.

“Es que hacemos música, emoción, poesía. No es poco, ¿verdad? Es difícil juntarse, organizarse, por eso nos gusta estar en un espacio ya instalado, de esos que son tan necesarios para nuestra cultura”, explica.

“A Buenos Aires le hacen falta espacios para la música –interviene Torres–. Nosotros tenemos la ventaja de los años, de conocer a todos, pero para los más jóvenes se hace difícil.” “Mirá, no me hablés del tema que me pongo mal –agrega Cedrón–; el otro día me invitaron a una radio y les dije que no iba para hablar, que estoy podrido de decir cosas, que quería cantar. Entonces me fui con la guitarra y me largué ocho temas al aire. Después les tiré la onda a los pibes de hacer como se hacía antes: conciertos de música en vivo en la radio; primero dicen que sí, pero después, cuando llega el momento, se tiran atrás por cuestiones organizativas, que los sponsors, que dónde ponemos la gente...” “De esas cosas todavía hay alguna –insiste Torres–. En el auditorio de Radio Nacional, Sadaic organiza un ciclo en vivo, con público. A mí nunca me invitaron a tocar, pero esa es otra historia.” “Bueno, pero es sólo uno, no es como era antes –retoma Cedrón–. ¿Acaso hay un lugar para que los músicos argentinos toquemos en televisión, para una presentación en vivo, mostrando lo que sabemos hacer? No. Medio tema como cortina de cierre, a lo sumo. Partamos de una pregunta básica: ¿Es importante la cultura? El problema es la política cultural, cómo el Estado satisface las necesidades culturales de la gente.” “Lo que pasa es que dolorosamente nos seguimos manejando con los códigos del culto al poder político, desde hace mucho –puntualiza Torres–. Si no cambiamos esa concepción, estamos sonados.”

La charla empieza a terminar para dar lugar al ensayo. Comienzan a llegar los músicos, a templar los instrumentos, a desplegar el mismo repertorio de chistes de cada ensayo. Pero Torres y Cedrón todavía tienen para decir. “Hoy en día los músicos jóvenes que tocan en las tanguerías están podridos de hacer ese laburo –asegura Cedrón–, de tocar todos los días lo mismo: a las 11 ‘Naranjo en flor’, a las 12 ‘Adiós Nonino’ y cerrar con ‘La comparsita’. Eso es para turistas; después ves un tipo tirando la manga en el subte que la rompe tocando ‘Danzarín’ con el bandoneón.” “Está bien que un turista tenga espectáculos para ver –analiza Torres–, pero hay muchos tipos de turistas y algunos buscan otras cosas. Hay quienes conocieron el tango o el folklore por los artistas que están de gira por el mundo, que saben lo que es bueno, pero nadie protege al turista en este sentido. ¿Adónde se puede llevar, en Buenos Aires, a alguien que quiera escuchar folklore bien tocado? No es fácil encontrar un lugar y es una lástima, sobre todo porque no hay mejor eslogan turístico que una canción bien cantada.” “Eso de la moda del tango es un bolazo, te lo digo yo –concluye Cedrón–. Está bien que haya tango para el turismo, es laburo para muchos, pero pensar que a partir de eso hay una moda del tango es puro grupo. Y ojo que después de las modas vienen los saldos.”

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