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Viernes, 24 de noviembre de 2006
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CECILIA SZPERLING Y EL PROYECTO “CONFESIONARIO, HISTORIA DE MI VIDA PRIVADA”

“Volvieron a emerger las experiencias personales”

“Yo lancé una pregunta: ¿Qué es una confesión? ¿Qué es hablar en primera persona y contar la vida personal? ¿Cómo se hace eso?”, cuenta la escritora, que logró vencer la resistencia inicial y consiguió que la confesión se “pusiera de moda”. Además del ciclo en el C. C. Rojas y el libro, en breve se verá una serie de micros en el canal Ciudad Abierta.

Por Silvina Friera
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“Siempre puede aparecer alguien que lo minimice o lo tome como algo frívolo, pero esta tendencia responde a una necesidad.”

La confesión se puso de moda entre los artistas. Pueden declarar odios, amores insanos, preferencias y turbaciones. Pueden reconocer mentiras, estafas y engaños. “Te cuento mi vida, escuchala con atención, que es lo único que conozco”: Los escritores, especialmente, se sacaron el pudor de encima, sortearon la valla de lo prudente y lo adecuado y contaron secretos íntimos, vergonzantes, ante el público. En Confesionario, historia de mi vida privada, el ciclo que organiza la escritora Cecilia Szperling en el Centro Cultural Rojas, hubo y aún hay “carne”. Y de la buena. ¿O no es acaso incorrecto, pero saludable, blanquear la envidia que sintió Sergio Pángaro frente al ascenso de otro compositor al que todos empezaban a mencionar por lo talentoso? O no es elevar la apuesta de sacar los trapitos propios al sol cuando la actriz Rosario Bléfari, en un diálogo con una amiga, plantea el tema, siempre ríspido, de la plata y le pregunta: “¿Vos cómo hacés que no trabajás y siempre tenés dinero?”. La escritora Hebe Uhart se animó a contar que tuvo un novio borracho hace treinta años, cuando estaba con licencia por psiquiatría en el colegio en que trabajaba, y pensaba, por entonces, que un borracho no era un enfermo, sino alguien que podía dejar de tomar cuando así lo decidiera. Y da un paso más allá porque también admite que, como dormía todas las noches en casas distintas, su madre usó los ahorros que tenía para comprarle un departamento para que viviera con su novio. Alan Pauls, bromeando, asume que así como hay un anticristo, “Fogwill sería mi antipadre”.

Ese “contame tu condena, decime tu fracaso”, que está implícito en la confesión, parece haber prendido en un suelo húmedo y fértil. El ciclo Confesionario... se prolongó más allá de la cita obligada de los martes a la tarde en el Centro Cultural Rojas. Se acaba de publicar un libro, que reúne los textos de quienes participaron durante 2004 (incluye, entre otras, las confesiones de Marcelo Birmajer, Albertina Carri, Mariana Chaud, Edgardo Cozarinsky, Daniel Link, María Moreno, Susana Pampín, Washington Cucurto, Laura Ramos, Martín Rejtman, Javier Daulte, Martín Kohan), y ya se están empezando a grabar los micros (con Rosario Bléfari y Alan Pauls) que se proyectarán en el canal Ciudad Abierta. Claro que al principio, recuerda Szperling, cuando organizó un ciclo similar en las bibliotecas municipales hace diez años, le sobraban los dedos de la mano para enumerar los escritores que aceptaban el desafío de querer contar algo personal. “Yo lancé una pregunta: ¿Qué es una confesión? ¿Qué es hablar en primera persona y contar la vida personal? ¿Cómo se hace eso? Yo dejé que las respuestas aparecieran en manos de cada uno de los autores”, dice Szperling en la entrevista con Página/12.

En el prólogo del libro, Szperling recuerda que Max Ernst contaba, siempre que podía, que el nacimiento de su hermano coincidió con la muerte de su mascota preferida, un pájaro. Un día feroz y definitivo. “¿Ernst nos da a entender –se pregunta Szperling– que el nacimiento de su hermano fue el fin de lo que más amaba? No sabemos cómo fue y si esto tiene alguna relación con las mujeres emplumadas que dibujó una y otra vez. Pero el caso es que expresa la perplejidad de un niño frente a los extraños acontecimientos a los que nos somete la vida.” También señala que Marcel Proust hizo girar su obra, los siete tomos de En busca del tiempo perdido, en torno al momento en que su madre ya no acude a darle el beso de las buenas noches. ¿Por qué ahora fascina y seduce tanto escuchar los secretos de un artista, lo que nunca antes se había animado a revelar?

“Hace diez años no estaba tan legalizado para los escritores, y para el arte en general, el hecho de contar la experiencia personal”, explica Szperling. “Desde una postura más académica y prejuiciosa, se desconfiaba de la experiencia. Quizá se venía arrastrando una falta de contenido en la literatura y supongo que muchos autores sintieron que esa tercera persona, que estaba más reivindicada por la academia, era poco interesante, producía muy poca atracción, tenía muy poco que decir. Algo entró en crisis en la Argentina en relación a relatos muy vaciados, y eso hizo que la experiencia personal volviera a emerger. Faltaba un poco el qué contar.” La autora de El futuro de los artistas y Selección natural comenta que al principio llamaba a los autores pidiéndoles, casi suplicándoles, que se animaran a participar del ciclo. “Una de las primeras que dijo sí, sin dudar, fue Hebe (Uhart). Y a ella se sumaron Alan (Pauls) y Sergio (Pángaro), que ayudaron a instalar la idea y el ciclo.”

–¿Cómo explica que se haya puesto de moda contar la historia personal?

–Lo bueno, más allá de lo snob que pueda generar, es que cuando algo se pone de moda ayuda a reivindicar temas muy tabúes. Si tiene cierto glamour la confesión, siempre puede aparecer alguien que lo minimice o lo tome como algo frívolo, pero me parece que esta tendencia responde a una necesidad, porque de hecho no es un producto que generé para venderlo y hacerme millonaria (risas). No podemos acusar a nadie de que está lucrando con esto.

–Pero en caso de que sea tomado como frívolo, una cuota de frivolidad es propia casi de la condición humana. No habría por qué espantarse con eso, ¿no?

–Creo mucho en la alta y la baja cultura, aunque sé que existen grandes diferencias. Me conmueve Proust cuando En busca del tiempo perdido –voy por mi segunda relectura– habla de los celos, pero también puedo disfrutar de los programas de Oprah Winfrey, que realmente hace cosas increíbles. Un día hizo un programa antifóbico y entonces había uno que le tenía miedo al huevo y tenía que tratar de comérselo. Yo me enganché porque todos tenemos fobias, y creo que la primera persona lo que hace es ponerles palabras a muchas cosas que ya sabemos; no hay grandes revelaciones donde uno abre la caja de Pandora y sale un monstruo. Lo más fuerte es que te cuentan algo que en el fondo, en alguna medida, lo viviste: los miedos, los rollos con las enfermedades, la envidia, los celos. Este recorte es de artistas porque es lo que soy y de lo que conozco. Pero no sé cuáles serían las diferencias o los límites, si mañana fuera como una Oprah argentina.

–Estaría haciendo un talk show con escritores y artistas...

–No sé cuál sería la relación entre Confesionario y un talk show. Yo no estoy editando, les estoy pidiendo que cuenten algo del yo. Y cada uno elige cómo, por eso hay muchos subgéneros: diarios íntimos o de trabajo, un pensamiento o fantasía, anécdotas, cartas. El artefacto artístico es una elección del autor, con el riesgo de que sea decepcionante. El talk show tiene ciertos objetivos, tiene una estructura melodramática, pero yo me enteraba del texto en el momento en que lo leía cada artista y no había cálculo. Confesionario es una pregunta sin medir el resultado y eso creo que lo diferencia del talk show. Hay encuentros y cruces que tienen una potencia increíble y hay otros que no consiguen la misma química, pero siempre hay un desafío.

–¿Qué es lo más difícil de contar?

–Hay muchas cosas difíciles de contar porque, como decía Proust, no es sencillo “romper el velo de lo cotidiano”. El momento más álgido para el artista no es cuando lee ante el público, sino el reconocimiento; el momento de epifanía es cuando Rosario Bléfari agarra ese diálogo interior y lo plasma o cuando Hebe Uhart dice que su novio era borracho y ella tenía licencia por psiquiatría. El momento de la epifanía es como encontrar un tesoro.

–¿Cuál sería la diferencia entre la confesión y el chisme?

–La confesión es poner palabras a algo muy íntimo; es poner el cuerpo y hablar de uno. El chisme es hablar del otro, “me contaron que...”. La confesión puede tener malicia con uno mismo, pero me estoy haciendo cargo; el chisme tiene que ver con la cizaña hacia el otro. Son dos cosas opuestas. La confesión es “yo te voy a contar esto”, que es mío y no de otro.

–¿Es cierto que la llaman para confesar?

–Sí, y tengo lista de espera (risas). A mí me resulta increíble que muchos autores, que antes se negaban o se burlaban de la posibilidad de leer en público una confesión personal, ahora quieran participar.

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