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Jueves, 16 de febrero de 2006
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“SENSUCHT”, EN LA BERLINALE

Deseo y nostalgia, en clave alemana

El film de Valescka Grisebach sorprendió por su intensidad y sutileza.

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Sensucht podría ser una de las películas aspirantes a los premios principales.
Por Luciano Monteagudo
Desde Berlín


“¿Qué es el destino? Me parece que es algo... que no se puede cambiar.” La conversación se desarrolla entre toboganes y hamacas, en un grupo de chicas y chicos preadolescentes. Escucharon por ahí una historia de amor trágica, romántica, que sucedió en el pueblo y la interpretan a su manera, con mucho criterio, pero sin solemnidad, con todo el entusiasmo y el pudor propios de su edad. Es el final –más bien el epílogo– de Sensucht, de la alemana Valescka Grisebach, que ayer iluminó la competencia de la Berlinale. Tercera de cuatro películas locales inscriptas en el concurso oficial, el film de Grisebach podría ser uno de los aspirantes a los premios principales, si no fuera porque las decisiones de los jurados siempre son impredecibles y éste que preside Charlote Rampling –y que integran, entre otros, el actor alemán Armin Müller-Stahl y Janusz Kaminsky, el fotógrafo polaco que trabaja con Steven Spielberg– no tiene por qué ser una excepción.

La expresión alemana Sensucht se refiere a un sentimiento de deseo, de anhelo, pero a la vez cargado de añoranza, de nostalgia. Toda esa confusión de emociones y dolores atraviesa el segundo largometraje de Grisebach (Bremen, 1968), que ya había llamado la atención cinco años atrás con Mein Stern, una historia de amor entre adolescentes berlineses, premiada en Toronto por el jurado de la crítica. Ahora es como si la directora hubiera madurado con sus personajes, y se interna en las vidas de Markus y Ella, un matrimonio joven, de una pequeña localidad de provincia. La película nunca lo informa, pero es tal la empatía entre ellos que se puede inferir que se conocen desde niños y que se quieren desde entonces. El trabaja como herrero y ella hace tareas domésticas y canta en el coro del pueblo. En un viaje a una ciudad vecina, donde va a recibir un curso de bombero voluntario, Markus se emborracha y amanece en la cama de una desconocida, la moza del bar donde estuvo festejando con sus compañeros. Podría ser la aventura de una sola noche, pero Markus se da cuenta de que ha sucedido algo especial y que ese sorpresivo deseo por Rose no hace sino provocar en él una añoranza profunda por Ella. Un destino oscuro parece haberse atravesado en el camino de ese hombre, y también de esas mujeres.

“El protagonista de mi historia es una figura exaltada, romántica, en un sentido casi anacrónico: es un hombre de honor, un hombre que trata de hacer todo bien, de asumir su responsabilidad, pero que fracasa, y no hay protección para un fracaso como el suyo.” Las palabras de la directora en la conferencia de prensa que siguió a la proyección son claras, precisas, pero pueden también llevar a engaño. El suyo es un film sin duda intenso, romántico, a la manera más alemana del término, pero a la vez absolutamente controlado, lacónico, y de una sutileza y una sensibilidad que no son frecuentes en la Berlinale, o al menos en su competencia oficial.

Para encontrar un film equivalente, hay que pasar por el Forum del Cine Joven y encontrarse con otro excelente film alemán, en el que parece ser un año particularmente promisorio para los locales. Se trata de Montag kommen die Fenster (Las ventanas llegan el lunes), segundo largometraje de Ulrich Köehler (Essen, 1969), un director que es bien conocido en el Festival de Buenos Aires, donde obtuvo un premio por su magnífica ópera prima, Bungalow (2002), y a donde volvió al año siguiente como jurado. El nuevo film de Köehler también se ocupa, como Sensucht, de un matrimonio joven, también radicado en una pequeña ciudad de provincia, pero aquí el tratamiento ya no es romántico, sino más bien existencialista.

Un poco a la manera del primer Wenders (el mejor, el de Alicia en las ciudades y En el transcurso del tiempo), la esposa de Montag..., a pesar de la aparente felicidad de su vida familiar junto a su marido y su hija, siente súbitamente la necesidad de abandonar el hogar. Lo hace sin previo aviso, como un impulso vital, como si le faltara el aire y necesitara salir a buscarlo a la vieja casa de campo de sus padres, o en un fantasmagórico hotel cercano, donde un ex campeón de tenis en decadencia (el auténtico Ille Nastase) juega por dinero con unos burgueses aburridos. De una manera muy distinta a lo que sucede en el film de Grisebach, también hay en esa mujer deseo y nostalgia, sentimientos complejos que la película de Koëhler nunca pretende explicar ni simplificar, sino simplemente poner en escena, en una expresión de respeto por el espectador.

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