“No soy extremadamente futbolero, no juego bien al fútbol, ni siquiera soy hincha de Boca”, afirma Jorge Leandro Colás en las notas de prensa de su tercer largometraje. Y así como no fue necesario ser dueño de ninguna de esas características para abordar un relato con olor a transpiración, a pasto recién cortado y a vestuario, tampoco hace falta ser futbolero o xeneize para apreciar sus virtudes. El procedimiento narrativo de Los pibes es similar al de su primer documental, Parador Retiro, y por su énfasis en la descripción de las operaciones cotidianas de una institución podría pensarse en las enseñanzas del cineasta Frederick Wiseman. Sin embargo, a Colás no le interesa registrar todas y cada una de las instancias de una entidad deportiva de la envergadura y complejidad de Boca Juniors; por el contario, su mirada es mucho más concentrada, por momentos microscópica. Y definitivamente ajena a las luminarias: lejos de la Primera División y los contratos multimillonarios, el film detalla los procedimientos por los cuales el club selecciona, tamiza y “ficha” a los jugadores de más corta edad.
“No podemos probar mil chicos”, explica uno de los cazatalentos ante una multitud de jóvenes y padres enojados, detenidos por la frialdad de la reja de ingreso, enfrentados a la realidad: no hay lugar para todos. El film se regirá por esa tensión dialéctica entre la esperanza de muchos (“acá todos los papás se piensan que su pibe es el próximo Messi”) y la cruda materialidad de aquello apenas posible: de los aproximadamente 40.000 niños y adolescentes que son probados anualmente, sólo 40 ingresan al organismo. El veterano y legendario Ramón Maddoni —descubridor de Riquelme y Tévez, entre otros futbolistas de primer nivel— forma parte del equipo de seleccionadores que la cámara de Colás acompaña en diversos viajes por Buenos Aires y el interior del país, canteras de posibles talentos en edad de merecer una primera oportunidad.
Tanto Maddoni —quien en alguna entrevista periodística se jactó de saber si un jugador es “distinto” a los seis o siete años de edad— como el resto del equipo fueron registrados en charlas cotidianas donde se impone el fraseo pícaro, el comentario ingenioso y el anecdotario futbolero de bambalinas. Pero más allá de esa simpatía de barrio, de padre putativo y buen consejero, existe la demanda de cumplir objetivos, de formar y nutrir a un grupo de futuros jugadores.
Apoyado por un trabajo de cámara y de montaje preciso, el guión de Colás organiza el material de forma cronológica, de manera de cerrar el relato con la última prueba de ingreso de los mayores del grupo a las divisiones inferiores del club. En una típica situación motivacional, llega el comentario acerca de aquellos que ya lo lograron, los que pasaron por esa prueba y triunfaron. Luego, la medición de altura y peso, los chistes nerviosos de vestuario, la salida a la cancha, los pies en movimiento y la esperanza en los ojos. De allí puede salir la próxima estrella de Boca, parecen decir las últimas imágenes de Los pibes, mientras corren los títulos y el film cierra su aproximación a un universo desconocido cuyos resultados finales están a la vista de todo el mundo.
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