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Sábado, 29 de mayo de 2010
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Hasta mañana puede verse Revolucionarios de Mayo, de Ariel Mlynarzewicz

Pintar próceres de carne y hueso

La muestra que se exhibe en el Correo Central comprende doce cuadros de diez actores de la gesta emancipadora del siglo XIX y un documental en el que el artista explica cómo hizo sus obras con la asistencia de algunos intelectuales.

Por Silvina Friera
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Mlynarzewicz concibió la muestra Revolucionarios de Mayo “en tres meses y a los espatulazos”.

La vida de un artista es un combate cuerpo a cuerpo contra el tiempo. No es fácil trasladar al lienzo retratos de una forma “espontánea”, haciendo zancadillas al panteón iconográfico en una vertiginosa carrera contra reloj. Si el muchacho pelado de remera blanca no dijera, tan suelto de cuerpo desde la pantalla que lo proyecta, que está por pintar a diez próceres de la gesta emancipadora del siglo XIX, nadie creería, al ver los doce cuadros de Ariel Mlynarzewicz, que fueron elaborados en casi tres meses en su taller del barrio de Boedo. José de San Martín, Mariano Moreno, Simón Bolívar, Juana Azurduy, Juan José Castelli, Manuel Dorrego, Martín Miguel de Güemes, Manuela Sáenz, Bernardo de Monteagudo y Manuel Belgrano integran el dream team de Revolucionarios de Mayo, la muestra que se exhibe en el Centro Cultural del Bicentenario, en el deslumbrante edificio del Correo Central.

En febrero comenzó el backstage de esta road movie pictórica. Jorge Coscia, secretario de Cultura de la Nación, que fue alumno del taller de Mlynarzewicz, le encargó para la nueva señal televisiva Cultura Nación una serie de cuadros sobre revolucionarios. Con frenesí, paciencia y voluntad, el artista investigó sobre las figuras elegidas, leyó muchísimo, visitó museos, bibliotecas y lugares históricos. Además recibió en su estudio de Boedo, siempre mate en mano –como se observa en un trailer del documental, cuando el hombre no anda a los espatulazos–, a Hugo Chumbita, Osvaldo Bayer, Gabo Ferro, Hebe de Bonafini, Pacho O’Donnell, Norberto Galasso y Hernán Brienza, entre otros intelectuales, para intercambiar figuritas sobre los héroes que empezaría a retratar. Mientras sus visitas desmenuzaban las aristas menos conocidas de San Martín, Moreno, Dorrego, Belgrano y el resto del dream team, el pintor, como un poseso, esbozaba cada uno de los fragmentos de la serie. El intercambio filmado forma parte constitutiva de Revolucionarios de Mayo.

Un hermosísimo aluvión zoológico invadió el Correo Central después de la inauguración de la muestra. Cuando muchos se percataron de que el pelado de la pantalla estaba ahí, al alcance de un apretón de manos, un hombre lo saludó y lo felicitó como si estuviera ante una estrella de rock. “¡Qué patriota que sos!”, le dijo. Mlynarzewicz –bautizado por Carlos Alonso como su “único discípulo reconocido”– agradeció cada uno de los elogios, sorprendido y emocionado ante los piropos y fans que cosechó en un par de horas. “No sé si soy patriota, pero intenté tener esa actitud revolucionaria de dejar todo sin esperar nada”, le cuenta a Página/12. “La pintura tiene que tener movimiento, cierta violencia, como la tienen los revolucionarios y las revoluciones. Creo que tiene que tener fuerza y, al mismo tiempo, síntesis.” No es frecuente que “un pintor de cuadros”, como prefiere definirse, tenga un contacto tan inmediato y próximo como un cantante con su público. “La gente me pedía permiso para sacarse fotos con los cuadros. Nunca fui tan popular en mi vida –admite–. Aparte de que mi ego está agradecido, ¡qué bueno que la gente esté recibiendo de esta manera mis obras!”

La cara de San Martín no parece la de un blanco español. Hay escamas de pintura que revelan la fuerza subversiva del mestizaje. “Chumbita tiene la teoría de que era mestizo; dice que era hijo de Alvear y de su criada, una aborigen guaraní. El gran héroe de la patria, porque en definitiva es el número uno, tenía sangre aborigen. Este detalle reivindica su figura desde un lugar muy interesante; por eso decidí pintarlo con la piel mestiza”, aclara Mlynarzewicz, que ha presentado, entre otros trabajos, la serie La familia y la estremecedora La agonía de mi padre en el Museo Nacional de Bellas Artes y en el Centro Cultural Recoleta. “Mi actitud como pintor también fue revolucionaria porque a veces me demoro más de dos años en hacer un cuadro. Mis modelos se tienen que bancar doscientas sesiones –recuerda el artista, con la sonrisa del obsesivo que se apiada por unos instantes de sus criaturas–. Esto me abrió la cabeza, en el sentido de encontrar nuevas formas. Venía de una pseudo crisis, después de haber pintado la cúpula del teatro Regio. Fue muy estimulante estar en los andamios, solo, sin asistentes, varios meses en romance con la cúpula. Pero cuando volví a mi taller, me dije: ‘¿Y ahora qué?’. Me hacía falta una propuesta diferente.” El apetito insaciable de Mlynarzewicz encontró su mejor abono en un nuevo romance: resolver cada uno de los retratos, “a los brochazos, a los espatulazos”, en breves jornadas. “Son cuadros hechos en una tarde, donde se juntaron la pulsión pictórica y la necesidad de transmisión de lo que me iban contando.”

Ante la mirada desprevenida del visitante, los doce cuadros derraman una profusión vivaz de detalles. La potencia del color y la materia pulsean contra el frío del bronce, contra la cancelación de la experiencia humana con la que se suele encorsetar a los héroes. El fusilamiento de Dorrego es, sin dudas, uno de los más impactantes. Fue Brienza, autor de El loco Dorrego, el encargado de sintetizar las peripecias políticas y vitales del caudillo federal en el taller del pintor. “Tenía un perfil anarco increíble; era un tipo capaz de salir en bolas a la calle. No le importaba nada. Lavalle, que mandó a matarlo, fue el que hizo el primer golpe de Estado en el país. Y eso me fogoneó: mientras estaba pintando, tomé partido por Dorrego”, recuerda el artista, tan pasional para hablar como para pintar. A la izquierda del centro del cuadro están los militares, como si fueran robots que cumplen una orden. En la otra esquina, Dorrego es un hombre que se está desgarrando por el impacto de las balas. “Metí el cuerpo en los cuadros –resume Mlynarzewicz–. Emerson decía que el hombre es la mitad de sí mismo y que su otra mitad es la expresión. No había manera de no sentir una emoción muy intensa mientras pintaba.”

Como en una procesión por las entrañas de su obra, se detiene frente al cuadro de Belgrano y lo mira como si tanteara honduras y revolviera en el bastidor de su memoria. “Con Gabo Ferro hablamos mucho de lo que significa la revolución y ser revolucionario”, recuerda. “Eugène Delacroix decía que la pintura es un combate, que en la pintura es preciso jugarse el pellejo. Todo el tiempo sentía que me jugaba el pellejo y que tenía que tener la misma actitud que habían tenido estos tipos. Los retratos de los próceres que vimos en la escuela primaria no tienen la rebeldía y la violencia que sería parangonable a la gesta de Mayo.” En un mundo donde imperan los hombres, dos mujeres imantan la atención del espectador. En Amor es revolución, el centro lo ocupa Manuela Sáenz, la patriota ecuatoriana. Bolívar está detrás, como abrazándola. “El dicho es al revés: detrás de cada gran mujer hay un gran hombre”, subraya el pintor. “Bayer me contó que cuando Manuelita vio a Bolívar quedó deslumbrada, y dejó todo para acompañarlo en la revolución. Debe haber sido bastante pintoresco el momento en que Manuelita le dijo a su marido: ‘Tenés que estar orgulloso, te estoy dejando por Bolívar, vas a pasar a la historia’”, bromea Mlynarzewicz.

La madre de América es Juana Azurduy, patriota del Alto Perú. Otra gran madre, Hebe de Bonafini, repasa en el trailer la vida de esa luchadora que acompañó a su marido en todas las batallas. Y que perdió a cuatro de sus cinco hijos. Sobre un fondo gris azulado, Juana lleva la bandera roja de la revolución en una de sus manos, como si estuviera afilando su espada antes de entregarse al combate. La bandera argentina, como una chalina que se desenvuelve por el viento, les da una potencia excepcional a esas facciones que interpelan, con una franqueza avasallante, a quien la mira. Un rostro se impone en un primerísimo plano: es el de un hombre cuyo cuadro se titula Che Monteagudo. Para orientar a Mlynarzewicz, O’Donnell comparó al revolucionario tucumano con el Che Guevara. “El está donde está la revolución. Si había que matar, mataba; y si había que morir, moría”, afirma el historiador en el trailer. “Lo pinté en un primer plano porque hay que mostrarlo más, hay que reivindicarlo y lograr que su rostro sea más familiar. Tiene un monumento chiquito en Parque Patricios, donde está la calle Monteagudo. Cuando a Huracán se le da por ganar, los hinchas le ponen la camiseta”, ironiza el pintor. El Moreno de Ariel –que así firma ahora sus cuadros– está construido con un concienzudo trabajo con espátulas, pinceletas y colores vibrantes. “Con esas herramientas busqué que el espectador tuviera esa misma sensación que se tiene cuando se lee algo sobre Moreno.”

El artista cuyos grabados, pinturas y dibujos se han exhibido en Polonia, Estados Unidos, México y Chile, volvió a usar mucha materia en su pintura, algo que practicó en su primera juventud. “Retomé esa cosa más eyaculativa, pero de una manera más reflexiva, dándole al mismo tiempo un lugar a la emoción”, advierte Mlynarzewicz. “Hay una necesidad de la gente de encontrar otra manera de representar a los próceres, como tuve yo esa necesidad de pintarlos. Hay que sacarlos del bronce, de ese modo anticuado de representación, hacerlos más de carne y hueso, y relacionarlos con lo que significa una revolución, que es algo nuevo, algo que cambia. Como me dijo Gabo Ferro: ‘Después de una revolución, por más que intentes, no se puede volver atrás’.”

* Revolucionarios de Mayo puede verse hasta mañana, de 14 a 21, en Alem 297.

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