Le decían Momo, pero Esponja no le hubiese quedado tan mal. Norberto Minichilo (1940-2006) era un músico radical cuya capacidad de absorción no reconocía límites: oía, absorbía y, cuando retorcía, fluía –sucia o limpia– una música casi única. Suya. Tómese, por muestra, Tierra Improvisada (1997), disco debut de El Terceto, donde “Malena” y “Garúa” comparten un mismo cosmos con “Well you needn’t”, de Monk, y “La pomeña”. O Menos es Más (1999), un compendio arriesgado y libertario de tango, folklore y jazz que, pasado por su matriz, funciona como un solo género. Minichilo se murió buscando, tozudo, con sus propias herramientas: una batería, a veces el piano –su instrumento primigenio–, la marimba y una voz áspera, arenosa, inimitable; ensamblados entre sí, daban su sino estético. Pueden verse aquellos dos discos del trío como el cenit (flor de compañeros había tenido en Hernán Ríos y Pablo Tozzi) o esas experimentaciones en solitario que podía entregar en bandeja a otros (Desarticulaciones, 2006), meterse en el cubo mágico de la improvisación (Baires Blue, 1999) o encarar, con maestría y riesgo, su propia visión de las cosas musicales. De otra manera.
Así le puso al disco que, finalmente, terminó siendo póstumo. Lo había grabado en marzo de 2006 en toma directa y sin sobregrabaciones. La idea era editarlo en 2007, pero ocurrió el infarto. El atraso fue breve. Alicia, hermana y admiradora número uno, puso las cosas en su lugar y el disco salió finalmente por Acqua Récords. Justicia. De otra manera muestra a un Minichilo maduro pero audaz. Siempre en búsqueda. Capaz de estremecer al hombre de hielo con el fraseo pasional de su voz y el sonar elemental de una marimba a través de una pieza propia –“La fallada”–, o dejar volar al piano a través de una balada también de pluma personal: “A veces”. Abierto como para permitirse incorporar al aguardentoso aire de baguala “Agua y arena”, un fragmento de “Canción para mi América” (Viglietti); o evocar la esencia jazzera de su formación primera –y cristalina– mediante un homenaje personal: “Una para Luis”.
De otra manera implica y muestra, además, un esquema de experiencias con destino inconfundible de identidad: Minichilo y el mundo de otros visto por él. Suma y síntesis. Free folklore –que para nada significa neofolklore o folklore de avanzada– que se cuela por una despojada visita a “Grito santiagueño” de Raúl Carnota, u otra –swing percusivo– de la tristísima “Cuando muere el angelito”, de Inchausti y Ferreira. También tango: “Tinta roja”, de Piana y Castillo, que navega por aguas turbulentas transformado en una improvisación con tambores antiortodoxia, y “Fangal”, del gran Discépolo, dividida en dos: una instrumental y otra con piano y voz. Imprevisible, Minichilo murió yendo a más. Proyectando, como escribe de puño y letra en la lámina interna del compacto, llegar a los sellos más importantes de Estados Unidos y Europa. ¿Por qué no?
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