Ayer, a los 80 años, murió Eduardo Lagos. Pianista y compositor, compartió su oficio con otras pasiones como la medicina –era oftalmólogo–, el periodismo –fue crítico de música popular en el diario La Prensa–, la náutica y la afición por reunir amigos armados con instrumentos. Nació el 18 de febrero de 1929, estudió medicina y se especializó en oftalmología, como su padre. También se formó al calor de las peñas que abrían los Hermanos Abalos en Buenos Aires, en las clases improvisadas de su amigo Adolfo Abalos y con el maestro Juan Carlos Paz, quien lo acercó a Debussy y Stravinsky. Lagos desarrolló nuevas maneras en el folklore, anticipándose a mucho de lo que llegaría más tarde, como con su vanguardista chacarera “La oncena”, de 1956, en alusión al acorde que prevalece, y popularizada por Mercedes Sosa. Definía sus composiciones como “música argentina popular contemporánea”, tomando prestada una definición de Waldo de los Ríos. Las discusiones sobre si lo suyo era o no folklore lo tenían sin cuidado; prefería situarse al margen de los cepos de la ortodoxia y desde allí componía. En discos como Así nos gusta, de 1969, se lo escucha junto a amigos como Astor Piazzolla, Hugo Díaz, Domingo Cura, Antonio Agri, Cacho Tirao y Oscar Alem, entre otros. De esos encuentros –folkloreishons, los llamaba– estaba hecha la música de Eduardo Lagos.
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