La obra de Donald Margulies está pensada para escenarios grandes. En la sala de El Duende fue indispensable alcanzar una síntesis espacial que se afirmó en la economía de objetos y la elección de colores. Otra de las zonas donde hizo falta poner esfuerzo fue la letra. El círculo tiene uno de sus pilares en el diálogo, y encima dura una hora cuarenta. A los actores eso no los asusta –ya hicieron un Ricardo III que duraba tres horas–, pero sí los obligó a ensayar con cuidado, para que la síntesis de recursos no atentara contra la tensión dramática. “Cada tanto nos concentramos en la letra pero nunca hay que perder la improvisación –apunta Alezzo–. Improvisando te hacés dueño subjetivamente de la situación, y más tarde cambiás tus palabras por las del autor. Cuando no tenés el soporte del papel, estás obligado a estar atento a lo que expresa el otro. Y eso es clave.”
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