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Sábado, 5 de enero de 2008
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Un tímido en la pista

“Yo bailo muy mal”, se apresura a aclarar Edgardo Cozarinsky tan pronto como se lo empieza a interrogar sobre la experiencia milonguera que se desprende de su libro. “En las milongas donde la gente baila bien, me da mucha vergüenza mostrar cómo bailo yo. Por ahí voy con dos o tres amigas que me toleran a lugares más o menos anónimos, y me largo a la mitad de la pista si está medio oscuro. Pero en lugares como Niño Bien o Salón Canning, jamás bailo. No me animo a que me miren.”

–Sin embargo, en su libro aparece como un milonguero experimentado, de lo más conocedor.

–Porque voy mucho, la milonga es un lugar donde estoy a gusto. Pero voy simplemente a tomar unos tragos y a saludar a los amigos, tengo gente conocida, la famosa Tía Nelly, las meseras, amigos de acá y de Europa que siempre encuentro en las milongas. Voy tres cuatro veces por semana, pero nunca a bailar.

–¿Y no logró pulir su estilo después de tanto recorrer milongas?

–No.... me falta pista. Soy muy tímido, no lo soy en otros ámbitos de la vida, pero en la milonga sí. Mi profesor más reciente me dijo eso, que me falta pista, que tengo las figuras pero me domina el espacio. Bailar en una milonga es como manejar en una autopista a las 7 de la tarde: tenés que estar mirando cómo viene el tráfico, cómo no chocar con las demás parejas, cómo sortear los obstáculos... Hay que tener mucha cancha para estar cómodo en la milonga.

–¿Y no lo hacen sentir incómodo por quedarse mirando y no participar?

–No. Entiendo que para una mujer que no baila puede ser más incómodo estar en una milonga. Pero para el hombre es diferente, porque está el código de que él es el que domina, el que saca a la mujer, y ella acepta. Es un código muy entre comillas, porque después, en la pista, todo cambia: ahí la mujer es la que tiene el mando.

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