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Sábado, 12 de marzo de 2005
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VUELVEN LOS CAFES CIENTIFICOS DE BUENOS AIRES

Ciencia con cafeína

Por Federico Kukso
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Se dice que hablando se entiende la gente. La frase, por cierto, lleva consigo toda la carga de inocencia y sencillez de aquellos enunciados que se sedimentan acríticamente en el lenguaje (“no hay mal que por bien no venga”, “el que ríe último ríe mejor”, o cosas por el estilo), pero hay que admitir que tiene mucho de verdad: a fin de cuentas, la historia muestra –y recuerda a aquellos que se tapan los ojos– que las sociedades (plenamente) democráticas crecen a partir del diálogo y la conversación. Es algo tan básico, humano y esencial que muchas veces pasa inadvertido, se lo considera superfluo y hasta plausible de ser descartado, en lugar de alentar la asiduidad de su práctica. De seguir este último camino, con el tiempo afloran los resultados: una sociedad aceitadamente aislada, conformada por sectores que sólo velan por sus intereses y no tienen la más pálida idea acerca de lo que hacen los demás.

Es un síntoma de fractura tajante, de desconexión abstracta, que en la Argentina se observa muy bien con todo lo que roza lo científico: la “gente” (un sustantivo que engloba una heterogeneidad difícilmente abarcable) dice desconocer el diario actuar de los científicos y los imagina ayudados por estereotipos (del científico distraído o el científico loco –figura siempre masculina y anciana– colmado por ideas retorcidas y poco productivas en un laboratorio esterilizado de tubos de ensayo y mecheros siempre encendidos). Tanto es así que cualquier científico es tomado muchas veces como una eminencia portadora de la verdad, una persona –como ocurre con la figura del médico– sin rasgos humanos (sin familia, sin preocupaciones económicas, sin equipo de fútbol favorito, sin amigos, sin hobbies, sin malas intenciones) a ser respetada simplemente porque sí.

En los últimos años, la artificialidad de esta escisión en las relaciones (imaginarias) tendidas por “la gente” poco a poco va cediendo gracias a la profusión de charlas, obras de teatro, megaeventos, programas televisivos y reuniones varias que buscan despojar a la ciencia (y sus actores, los científicos) del traje de lo exótico. Una de los ciclos que por su asiduidad ha tenido más éxito es el del Café Científico, una actividad gratuita organizada desde hace cinco años por el Planetario Galileo Galilei de Buenos Aires que convoca el tercer martes de cada mes a científicos y a público diverso en torno de un café para que haga de la ciencia lo que de hecho debe ser: conversación.

El Café Científico, que este año vuelve a La Casona del Teatro (Av. Corrientes 1979), en efecto, pretende romper con la idea de conferencia pedagógica, de charla soporífera, solemne y tediosa que infla el aura de la autoridad científica (“el experto”). La idea es abrir, en cambio, un espacio informal para que el ciudadano común y corriente (si es que existe tal) pregunte libremente lo que siempre quiso saber, se entere de la forma en que los científicos trabajan y del estado de la ciencia; una circunstancia ayudada por “la situación de café”, un ámbito en el que rigen la coloquialidad y la distensión. El ciclo 2005 arrancará este martes a las 18.30 en La Casona del Teatro (Av. Corrientes 1979) y, como ya se hizo costumbre, Futuro publicará un resumen en su entrega del sábado inmediato al encuentro.

De eso se trata, pues: saber que cualquiera puede comprender la ciencia, pues al fin y al cabo la ciencia nos pertenece a todos.

Café científico 2005

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