Siento cosas por mí se inscribe en el vasto universo de la pareja actual. Mayra (Vanina Montes) y Daniel (Claudio Mattos), opuestos pero complementarios, él excesivamente racional; ella, por demás impulsiva. En medio de una discusión acalorada, una vecina (Virginia Mihura) decide acabar con su vida, cuando sus cálculos fallan, y termina en el balcón de ellos. Este cambio de planes la hace pensar que desde ahí podrá vigilar los movimientos de su amado y saber si realmente ese otro, también odiado, se da cuenta de su falta. Desde ese momento, los diálogos entre M. y D. se intercalan con el monólogo de “la intrusa”. Pese a las diferencias entre cada situación, los une la necesidad de la defensa de sí mismos, de sus deseos, que en esta instancia parecen haber sido devorados por la animalidad y el egoísmo del otro.
Unos pocos elementos bastan en la escena, una planta, una silla y una cajonera tirados en el piso, gomaespuma desperdigada por todo el escenario ofrecen un paisaje claro: desorden, restos de lo que fue, aunque también parezca recrear el inconsciente, aquel que tanto obsesionó al no menos perturbado Freud. Los diálogos y los silencios son atrapantes y, fragmentariamente, la sumatoria de postales parecen hilarse. “Sos como un gorila que no tiene fuerzas para trepar un árbol y se cae y aplasta a los que tiene abajo. En esta casa perdí todo, dejé de valorarme. Vivo solo a pesar de tenerte cerca, y nada me entusiasma más que perderte”, le grita Daniel a Mayra. “Mis amigas deben estar casadas esperando hijos o planeando las próximas vacaciones. ¿Qué les digo? Hola, vení, hice todo al revés que vos, me estoy chocando la cabeza con la misma pared desde hace cinco años... Vengan a la casa del terror...”, se queja Mayra más adelante. En otro momento, su vecina cuenta: “Mi presencia tapaba todas sus ausencias... Me gusta estar acá, es paradójico..., me gusta estar en el lugar equivocado”. A esta trama, a la que no le falta el humor, se suma la exquisita musicalización en vivo (a cargo de Diego Becker) y las canciones entonadas por una de las actrices: la música como un personaje imprescindible.
Virginia (Mar del Plata, 1973), directora de la obra, actriz y productora, cuenta que conoció a Vanina (actriz y docente) y a Claudio (dramaturgo, docente y director) en distintos talleres que realizó y luego de varios años, que incluye un tiempo en España, ideó con Vanina las bases y convocó a su amigo para “completar y potenciar el texto”. Así, lo que comenzó como un trabajo de escritura conjunta y charlas en un bar, se convirtió en esta obra donde aparece “como elemento coincidente la imposibilidad de los personajes de ‘escuchar’ y de ‘ver’ al otro. Personajes enredados en sus propias frustraciones y de alguna manera encapsulados en sus propias creencias. Se trabajó con la idea de síntesis y de sinfín. Ahondar en la idea del error o el equívoco como punto de partida”, señala.
“Junto a la escenógrafa Laura Gamberg y el iluminador Ricardo Sica retomamos la idea de escena-laboratorio”, explica Virginia, a quien le toca, además, encarnar a la vecina, personaje que aunque real parece sobrevolar la historia como un fantasma que no pasa inadvertido. El absurdo se mezcla con lo poético, el drama y la ironía, en una obra que apunta a la incomodidad, llevando al espectador a querer detener toda esa batalla de pensamientos enredados en el “yo” de cada personaje y quedarse con la música. Pero sin hacer oídos sordos.
Funciones: todos los jueves a las 21 hs. en El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960. Más info: elcamarindelasmusas.com.ar
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