Viernes, 23 de abril de 2004
Un santo en bandeja
Por Moira Soto
Al igual que lady Macbeth, Salomé es una de esas chicas fatales vagamente históricas, muy reinventadas por la ficción, que cada tanto están de regreso, preferentemente sobre la escena (ambas inspiraron óperas, piezas teatrales, películas, pinturas, esculturas, poemas, narraciones literarias, estudios...). La ópera Salomé de Richard Strauss se representó en reiteradas oportunidades en el Colón, y este año se conoció una especie de comedia musical basada en el mito de este personaje bíblico que los evangelistas mencionan brevemente, pero cuya pésima fama se extendió con el correr del tiempo, y se consolidó definitivamente con la audaz pieza escrita (en francés) en 1891 por Oscar Wilde. Pieza que precisamente acaba de ser repuesta por el grupo Pura Sangre (que se formara en 1997 bajo la supervisión de Ricardo Bartís).
Esta Salomé, destinada en principio a la genial Sarah Berhardt y para la que Aubrey Beardsley realizó venenosos arabescos, fue prohibida justo antes de su estreno en junio de 1892 bajo el pretexto de que alteraba el relato de Marcos y Mateo, quienes, efectivamente, hacían recaer la responsabilidad de la decapitación del Bautista en Herodías, madre de Salomé. Según estos evangelistas, todo lo que hizo la joven fue bailar para el tío Herodes Antipas, su padre putativo a la sazón (Herodías había dejado a Herodes Filipo, su primer marido y progenitor de la pizpireta niña, para estar con su cuñado). Resumiendo, que cuando el rey le propuso a la princesita judía que le pidiera lo que se le cantara, “hasta la mitad de mi reino”, la chica buscó el consejo materno y esto fue lo que encontró: “La cabeza de Juan el Bautista”. La princesa obedeció, pero, acaso por temor de mancharse, acotó: “En bandeja”. Maldita la gracia que le hizo al rey ese pedido, pero mantuvo su palabra: uno de sus guardias bajó al calabozo y regresó con la cabeza del profeta en un plato. Se la alcanzó a la chica y esta se la entregó a su madre. En la narración evangélica, la danzarina ni siquiera tiene nombre. Algún historiador detectó tiempo después ese apelativo y también datos diferentes acerca de la muerte del Bautista. Pero la leyenda, obviamente, fue más fuerte. Cuando Wilde se puso a escribir su Salomé, hacía siglos que la bailarina había quedado como la única culpable de la muerte del santo para artistas como Lippi, Cramach, Caravaggio, Rubens; y ya Heine en un poema (1841) adjudicaba a Salomé las características de mujer fatal que se acentuarían en la visión finisecular de pintores y escritores, y que se podría resumir en la frase dicha por Juan en la obra de Wilde: “El mal entró al mundo por una mujer”.
La puesta de Fabiana Olivera –que se reservó un papel secundario de esclava– ofrece una atractiva búsqueda en lo visual: el diseño del vestuario (particularmente el femenino) rico en texturas y detalles sugerentes, un buen aprovechamiento del amplio espacio del teatro Antesala y la creativa marcación de los desplazamientos de los intérpretes; por su lado, la apropiada música adquiere relieve en la danza de Salomé. El texto ha sufrido algunos recortes al achicarse el número de papeles, pero se mantuvo la tensión erótica entre esa serie de personajes frustrados en su deseo: Herodías está celosa de Herodes que se derrite por Salomé que desvaría por el Bautista que la rechaza. Pero ella quiere besarlo y para lograrlo lo hace matar, antes de morir ella misma. Laura Mantel –de recordada actuación en Parásitos, de Von Mayenburg– es una cautivadora Salomé, mujer niña que por una cabeza juega con la calentura de su padrastro en presencia de su propia madre. Una chica terrible, no vamos a negarlo, pero más simpática en su determinación empujada por el amor locoque la consume, que el santo sermoneador que se la pasa tildando de ramera a cuanta mujer pase por ahí.
Salomé, viernes a las 21.30, Teatro Antesala, Costa Rica 4968, $ 8.
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