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Domingo, 13 de febrero de 2005
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Leónidas Lamborghini: cómo hacer poesía con lo más descarnado del noticiero de TV

Un poeta nacional

La risa canalla (o la moral del bufón)
Leónidas Lamborghini
Paradiso
84 páginas

Por Sergio Di Nucci
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¿Cómo hace un poeta para no rabiar ante la incomprensión pública de su arte? Entre las muchas maneras de ser poeta, y de huir de ese mal trago, dos se contraponen. Una es artística. Es la manera de Lugones, por citar un ejemplo argentino. Consiste en la ambición de construir un nuevo lenguaje, hacer una poesía que no se parezca a nada más que a sí misma. Hay otra manera, más favorecida por la popularidad y hasta por la simpatía. Para seguir con los ejemplos argentinos, es la de Carlos Mastronardi, que ofrece espontaneidad y sinceridad donde la otra busca lucir su laboriosidad.

Dentro de lo falible de las clasificaciones, Leónidas Lamborghini pertenece al primer grupo. Su carrera, desde el horizonte actual, es la de un poeta profesional. Llegó a convertirse, sin proponérselo, en una especie de Pablo Neruda argentino. Lo que el comunismo fue para el chileno, es el peronismo en su obra. Ambos usan y desprecian las formas clásicas y las vanguardistas. Ambos redactan una poesía política que se ofrece como alternativa a la canción de protesta. A ambos les gusta jugar al uso de una métrica antigua y elevada para un tema moderno y bajo.

El último libro de Neruda, Incitación al nixonicidio, ensayaba la triple rima de Dante. Este de Lamborghini, La risa canalla (o la moral del bufón), compuesto en tercetos dantescos pero sin rima, recuerda también, por el criterio de selección de sus temas, a otros libros nerudianos como Estravagario y Fin de mundo. Aunque el objeto encontrado por el poeta argentino es la actualidad del noticiero de Canal 13. Secuestradores que amputan dedos, cámaras ocultas (“por la vagina de la hembra aquella”), mujeres con ansias de talk show, villanos varios (Berlusconi, Parmalat, los corruptos, como cuando afirma que “la corrupción es el Sistema mismo”), travestis observadas clínicamente. Abundan personajes de la historia y la literatura que recitan monólogos dramáticos (un cruzado, el Papa, el infatigable Walter Benjamin, Ungaretti, Santillán cubriendo el cuerpo de Kosteki: “Haciendo memoria como hacíamos pan”, lo que suena muy nerudiano). No faltan las piezas del cancionero peronista tradicional: la Casa Cuna, los cabecitas, el himno por un nuevo 17 de octubre. El efecto general de cita dantesca (el libro acaba aludiendo al último verso de la Commedia) acaba por ser contraproducente en un poeta al que siempre se ha elogiado como político. Las citas cultas producen un distanciamiento irrecuperable, que embota la percepción. La política se despolitiza, el sexo pierde su urgencia. Aunque siempre uno pueda ampararse en la ironía y aferrarse a ella como a un cínico estandarte. Una masturbación “en la vía pública” (“Pelo mi verga erecta y me la sobo me la siento, me turbo: sale el chorro”); la castración del marido de Lorena Bobbit (“conocerán ahora su tamaño”); el caníbal de Rotenburgo (“antes, le corté el pene y lo almorzamos”). Y algo que se filtra, hasta en los poetas artísticos: “Sólo el poder del Pene, oh varones / nos redime de estar en este mundo / dominio artero, Imperio de la vulva”.

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