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Domingo, 28 de mayo de 2006
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La Lopre: Memorias de una presa política

En breve cárcel

El testimonio, la literatura y la construcción del retrato de una mujer misteriosa son los focos que se iluminan mutuamente en la única obra de Graciela Lo Prete. Memorias de una presa política es el relato de un cautiverio que comenzó antes de la dictadura y la metáfora de un encierro más hondo que el de un presidio.

Por Claudio Zeiger

Memorias de una presa política
La Lopre
Norma
335 páginas

Dos veces, en Memorias de una presa política, se pasa por la misma experiencia: entrar a la cárcel. En la primera parte, Graciela Lo Prete cuenta la llegada a Devoto en julio de 1975. El lector advierte ya la fina capacidad de observación, la felicidad del detalle que se maneja desde la primera página. En el inicio de la segunda parte se cuenta el traslado a otro pabellón mucho más poblado (lo que coincide con el cambio abrupto del tipo de experiencia carcelaria, a tal punto que es como “volver a entrar” a la cárcel) y la precisión descriptiva impacta mucho más. No puede sino concluirse que el encierro ya ha dejado marca en algo que podría definirse como estilo: una forma intimista e introspectiva de ver la cosas, sí, muy marcada por la experiencia en carne viva de un duro núcleo de lo real (cárcel es aquí sinónimo de experiencia), da por resultado un estilo curtido. Podría pensarse en la influencia de Proust (a quien Lo Prete lee en la cárcel insistentemente junto a Simone de Beauvoir) raspada contra una superficie áspera, la magdalena mojada en mate cocido. Indudablemente asistimos en la lectura de este material inconcluso y póstumo, al nacimiento de una escritora.

Sin embargo, no se trata de resaltar aquí exclusivamente el aspecto literario de este libro y escamotear su valor y sentido testimoniales, ni de eludir los elementos de crítica explícita que contiene sobre los usos y costumbres de la militancia de los ‘70. Se trata más bien de no discernir tanto entre lo que está adentro y lo que está afuera de la literatura, lo que tiene más valor o menos valor, justamente porque ya la opción no es entre escribir una novela o hacer la revolución. Y si alguna vez esa opción existió, Graciela Lo Prete ya había hecho su balance sobre los sacrificios de la vida personal en aras de la militancia política cuando cae presa, y si bien saca sus conclusiones, sabe que en su vida ya no podrá separar la política de los afectos. La novela de la cárcel, según se lee, fue naciendo al calor de los días transcurridos dentro, fueron asuntos simultáneos, novela acoplada a la experiencia de vivir la novela. Por eso testimonio y novela aquí son lo mismo, son indiscernibles.

El sexto, la novela carcelaria del peruano José María Arguedas también empieza con la escena ineludible de la llegada al presidio de un grupo de presos políticos. Las dos diferencias notables entre estos relatos carcelarios que formarían una serie eventual, tienen que ver con la política y el género: en El sexto, los “políticos” ocupan un piso de tres, siendo ocupados los otros dos por los “comunes”, y tratan de mantener su diferencia e intervenir cuando la injusticia lleva al enfrentamiento de pobres diablos contra bestias infrahumanas. Todo ese universo de degradación queda afuera en el relato de Lo Prete; inclusive, en la primera parte hay un matiz de idealización eufórica en la vivencia del gineceo; ahí influye la diferencia de género con El sexto –universo ultramasculino hasta la homosexualidad (y donde ésta termina siendo el síntoma de la degradación)–; Memorias de una presa política es un libro entre mujeres y sobre mujeres, femenino en sus avatares y por el punto de vista. Y sobre todo mujeres políticas, militantes, o ex militantes. Los aspectos organizativos, la necesidad de disciplina, los debates entre los grupos (montoneros, ERP, las peronistas, las maoístas, las pocas sueltas), las formas de vincularse, son los temas recurrentes de la primera parte; mientras tanto Graciela Lo Prete va intercalando el relato de partes de su vida hasta llegar a un nudo del conflicto: “Siempre me encontré con la política cuando más preocupada estaba por darle un sentido a mi vida, o cuanto más sola estaba. Pero ya hacía años que no tenía participación concreta en ninguna organización y mi encarcelamiento era casi accidental.Lo que no era nada accidental es que tuviera siempre el mismo tipo de amistades y relaciones amorosas”.

El otro nudo de Memorias de una presa política –ideológico pero también fuertemente personal, según lo atestigua la cita anterior– tiene que ver con el balance de la militancia. Después del traslado, y de que los grupos mayoritarios hacen prevalecer sus razones de “funcionamiento” por sobre cuestiones más humanitarias, Graciela Lo Prete abandonará algunos merodeos retóricos previos para sonar concluyente y cerrar el círculo de la fusión vida/política: “En el pabellón se había metido el sectarismo político como una aguja de hielo, y yo había sentido, por primera vez allí, una soledad capaz

de aplastarme”.

En el epílogo, María Moreno cuenta la singular historia de este libro y el derrotero posterior de la autora a su salida de la cárcel, hasta su suicidio, en agosto de 1983. La soledad, la singularidad, el estar y no estar del todo, son rasgos de La Lopre (como la llamaban sus compañeras, como firma este libro) que se van naturalizando en la lectura a medida que avanzamos, y cobrando cada vez más nitidez. Pero cabe decir que hay un trasfondo de misterio que no se nos revela. A nosotros, de ella, nos llega este extenso e inconcluso texto donde la cárcel es materia pura y metáfora sutil. Quizá, casi seguro, Graciela Lo Prete vivió en la cárcel una experiencia liberadora, dura y autocrítica, emotiva; una metáfora de sí misma que apela a ese fragmento de cárcel que todos llevamos dentro.

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