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Domingo, 29 de mayo de 2005
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La respuesta a Literatura de izquierda

No te hagás el vanguardista

Por Angel Berlanga

En “Un ejercicio de esgrima”, Martínez le responde con mucha elegancia e ironía a Damián Tabarovsky y su Literatura de izquierda, un texto con pretensiones de diagnóstico sobre las pestes de la narrativa argentina que contendría, a la vez, un tonificante pesticida que él mismo está en condiciones de dar. Las cincuenta páginas de este ensayo de Martínez (que pidió contestar este tramo de la entrevista vía correo electrónico para ser cuidadoso en sus respuestas) son, a la vez, su propio análisis de situación, un análisis que tampoco elude críticas concretas a damas y caballeros.

¿Por qué habrá levantado tal polvareda Tabarovsky?

–Tampoco exageremos: él mismo dijo, para restarle importancia, que fue como el ladrido de un chihuahua en la calma de una siesta. Por el espacio sorprendente que se le dio, para mí quedó a la vez demostrado que, no sólo en la televisión sino también en los medios culturales, el escandalete siempre paga. Lo gracioso es que Tabarovsky se postulaba a sí mismo para el ideal estoico de un escritor sin público, de espalda a los medios, y terminó recorriéndolos todos...

¿Tuviste algún tipo de devolución de alguno de los mencionados en “Un ejercicio de esgrima”?

–Algunos de mis amigos de la literatura lo leyeron y creo que se divirtieron bastante. Entre los que están en los antípodas, tampoco recibí hasta ahora desafíos a duelo.

¿Qué “grupos de choque literarios” distinguirías?

–No todos los grupos literarios, por supuesto, son o fueron “de choque”. Ni tampoco se comportan ahora como se comportaban en los ‘90, cuando el afán principal era publicar por primera vez. Pero conformaron sin duda lo que Fogwill llamó inolvidablemente “sociedades de socorros mutuos”. Y obtuvieron cada uno sus espacios de poder: en las editoriales, en las redacciones culturales, en la academia, desde donde elaboraban las corazas culturales afines a sus propios libros. Para los escritores “a secas”, estas alianzas constituían un “adentro” muchas veces hostil, un sistema de inclusiones y exclusiones.

¿Por qué decidiste responderle?

–Porque su ensayo daba el pie para una idea que tenía largamente postergada: la de discutir “de una sola vez” alguno de los lugares comunes más frecuentes en las letanías sobre el mercado y la academia, los experimentos formales, y las preferencias posmodernas en la crítica literaria contemporánea. Por añadidura, se refería a la narrativa argentina más reciente, de la que también me interesaba dar mi testimonio en un par de cosas.

¿Dirías que atrás de su libro hay un “programa”, o que se trata exclusivamente de la –nada original– estrategia de vomitar sobre unos cuantos para llamar la atención?

–Tal como escribe él mismo, en toda discusión de posiciones ideológicas hay una parte “civilizada” que corresponde a la exposición de argumentos y una segunda parte hasta cierto momento oculta, que corresponde a las verdaderas intenciones, al ansia de imponerse, más allá de las razones. Supongo que esta duplicidad también le cabe en este caso a él, que terminó recurriendo al procedimiento más burdo de la descalificación de los demás.

¿Para qué sirvieron las idas y vueltas derivadas de sus declaraciones?

–Su libro fue uno de los primeros intentos de cierto aliento para hablar específicamente de los autores que surgieron en los ‘90. Quizá después de mi respuesta se sumen otras, que vayan conformando un cuadro más completo, con todas las voces. También, aunque no comparto sus ideas sobre lo que significa hoy “vanguardia” en literatura, siempre me pareció importante discutir criterios de originalidad en la narrativa contemporánea.

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