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Domingo, 10 de abril de 2011
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Responso

Vidas rotas

Por Beatriz Sarlo

En 1963 se publicó Rayuela. En diciembre de 1964, Responso. Difícil encontrar dos libros más distintos. Cortázar escribía desde una base sólida, armada con las vanguardias clásicas, el surrealismo y sus marginalia. Saer, en cambio, da la impresión de que ha leído bien a Pavese. La forma complicada de Rayuela parecía el futuro de una ficción cuyo mandato proscribía la lectura lineal, de comienzo a fin; el programa de Rayuela podía resultar novedoso pero era muy claro en sus indicaciones. Sobre Saer era difícil decir mucho, en principio porque en 1964 tuvo muy pocos lectores. Rayuela era un libro esperado. A Saer no lo esperaba nadie o sólo Juan L. Ortiz, Hugo Gola y sus amigos santafesinos, como Roberto Maurer, a quien está dedicado Responso.

Además, los dos comienzos sonaban inconmensurables: “¿Encontraría a la Maga?”. La pregunta descorría el telón ante un escenario parisino habitado por personajes inteligentes, arbitrarios y misteriosos. Leído ese comienzo mítico contra la imagen familiar de una mujer que está a punto de poner azúcar en una taza de té, Responso no promete nada, sino que pide una lectura a la que no le hace grandes promesas.

Tengo la primera edición de Responso, que no ofrece ninguna pista sobre la novela ni sobre su autor. Habituada, como todos hoy, a que los libros aparezcan centelleando en medio de un display publicitario que gestiona la prensa y avanza interpretaciones molestas o serviciales, el primer libro que Saer publicó en Buenos Aires llevaba sólo la garantía del sello: Jorge Alvarez, editor de una movida innovadora.

Saer fechó la escritura de Responso entre diciembre de 1963 y enero de 1964. Tenía, por lo tanto 26 años, que no fueron motivo suficiente para escribir una novela juvenil. Esa novela será Cicatrices, aunque es arriesgado y probablemente injusto que la edad de algunos de sus personajes y la relación de Angel con su madre sean toda la prueba de juventud de un texto original y seguro. La literatura de Saer parece haber sido compuesta siempre por un escritor que desprecia (u oculta) las vacilaciones del que comienza. Su editor, Alberto Díaz, me dice que, en las sucesivas reediciones para Seix Barral, Saer no corregía nada o sólo, muy de vez en cuando, alguna errata. Lo escrito ya estaba escrito para siempre.

Si las fechas son verdaderas, Responso se escribió muy rápido, digamos que más o menos tres páginas por jornada para armar una trama que transcurre entre las ocho de la tarde de un día de diciembre de 1962 y el amanecer del siguiente, más un flashback en el segundo capítulo, que sintetiza los diez años anteriores, pero claro está: no parece una síntesis. Esa velocidad de escritura (Roberto Maurer recuerda las noches interminables de aquellos primeros años, que compensaban las también interminables horas diurnas dedicadas a leer y escribir) podría razonablemente atribuirse a la juventud. Pero no parece juvenil, salvo unida a otros casos excepcionales de historia literaria, la seguridad sin vacilaciones de la novela. Saer quiere mostrarse ya hecho como escritor aunque quizá no como el que será pocos años después. Es un escritor formado el que termina su formación en sus tres primeros libros, fórmula paradójica que, sin embargo, es exacta. Responso no se podría hacer mejor: lo que sí estaba en el futuro eran mejores novelas de Saer. Pero Responso no es un ejercicio preliminar.

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