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Domingo, 19 de febrero de 2012
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Casos > Whitney Houston o cómo ir de Aretha Franklin a Mariah Carey

Houston, tenemos un problema

Por Natali Schejtman
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Justo ella, la cantante más premiada, apareció muerta en la habitación de un hotel a horas del comienzo de los premios Grammy, y dejando el tiempo de anticipación suficiente para que esta junta de la industria pesada musical regurgite una muerte trágica en la línea del show. El anfitrión, LL Cool J, puso cabizbajos a los músicos hiperlookeados para acompañar su plegaria. Pero luego, el verdadero homenaje-a-Whitney de los Grammy fue la performance de Jennifer Hudson, a quien Houston le entregó tres años antes el Grammy por disco R&B. Jennifer, ganadora de American Idol, cantó “I Will Always Love you”, mientras que de algún modo rozaba el complejo legado de Whitney Houston: un monumento al virtuosismo vocal que despierta pasión de fans desconsolados e interés en aquellos que ven en ella algo así como un punto de inflexión.

Su entorno desde los inicios estuvo marcado por la música: hija de la cantante Cissy Houston, prima de Dionne Warwick y ahijada de Aretha Franklin, dio sus primeros pasos en el coro de una iglesia en Newark. En los ‘80 y ‘90, su carrera fue ascendiendo, convirtiéndola en una diva y un éxito de mercado. Su voz impactante y esas notas alargadas le fueron dando un lugar privilegiado con sus particularidades. En un análisis muy iluminador sobre la relación de la cantante con la era post-derechos civiles y la cultura popular publicado en The Nation, la profesora de Inglés y Estudios Afroamericanos de la Universidad de Princeton, Daphne A. Brooks, expone que “Whitney no era Etta o Aretha, ciertamente tampoco era Diana Ross. Le faltaba la energía de alto octanaje de los shows de Tina Turner o el funk erótico de Chaka en la cima de la era Soul Train. Pero en muchos sentidos era la suma de todas estas artistas combinadas, rearregladas y reimaginadas para los ‘80 de Reagan y Bush”. Y agrega que Whitney Houston, tomando un poco de cada una, creó una heroína pop que el mundo antes no había visto: “El más reiterado de sus muchos logros como artista es quizá ser la primera mujer negra en tomar la virtuosidad técnica de sus habilidades aprendidas en la iglesia y trasponerlas exitosamente hacia los arreglos pop de Top 40 del industrial sello Arista previamente testeados en el mercado”. Whitney Houston ratificó un lugar de masividad para las cantantes negras y fomentó, según distintas voces, una nueva vía de visibilidad, si bien también fue acusada de falta de autenticidad por algunos críticos culturales negros. Incluso en una entrevista con Houston más o menos reciente, Oprah Winfrey le dijo: “Vos fuiste la primera princesa negra”, y mencionó una cita de LA Times en la que se la considera como un “tesoro nacional”. Es decir, algo más que mainstream.

Evidentemente, Whitney llegó a tener el mundo a sus pies, con canciones insignia y un hit que servía tanto para banda de sonido de una película con ribetes románticos-eróticos como para las promociones de una miniserie televisiva sobre un chico con síndrome de Down (así fue en la televisión argentina). Tal era su flexibilidad en sus años en la cima, en el centro, cantando en el Super Bowl de 1991 el himno nacional de Estados Unidos en plena Guerra del Golfo y convirtiendo su irrepetible versión en otro éxito de ventas.

Pero sus problemas de adicción no encajaban con Disney, ni con la imagen de una princesa. La cantante, que pasó por un matrimonio tormentoso con Bobby Brown, entró y salió de rehabilitación. Sus presentaciones, si bien con altibajos, distaban de ser lo que habían sido y su voz desilusionaba, seguramente a ella más que a nadie. Los medios se regodeaban en los efectos que causaban algunas de estas apariciones en público, incluso aquellas que eran vendidas como “el regreso de Whitney Houston después de la terapia”. Su último disco de estudio, lanzado al borde de 2009, tiene algunas menciones a la propia fuerza y a la oscuridad de su situación, fiel a esa recurrencia –más y menos sutil– de producir discos que “procesen” los eventos traumáticos de las estrellas, como fue en su momento Black Out, el disco del período derrapado de Britney Spears.

Ahora es la industria mediática la que revuelve esta miel agria: ya hay fotos que recrean “los últimos minutos” de Houston y hasta una periodista que quiso encontrar un posible culpable, a tal punto que el conductor de CNN que la escuchaba desde el piso despegó a la cadena de esos comentarios.

Whitney Houston triunfó con una voz inverosímil y una adaptación particular a lo largo de las décadas. Es un icono de esos cuya lectura ilumina algo más grande que su figura. Al igual que Michael Jackson, murió desoladamente. Sus vínculos con Michael son varios: ambas figuras record, saltaron más allá de las barreras que pudo suponer alguna vez el color de piel y cualquier otra, pero murieron lejos de la cresta y dejando como estela el indicio de un sufrimiento profundo. La muerte de Whitney también podría alinearse con la de tantas estrellas apagadas por el descontrol sobre su propia vida, ese que el showbiz extrema para contraponer a los nuevos tratamientos de belleza y múltiples ejercicios y dietas macrobióticas que realizan las figuras en su plenitud. La foto del actor corriendo por Beverly Hills vs. la de la estrella demacrada en la oscuridad de un boliche top.

En los mismos Grammy en que la cantante Melanie Fiona, hija de guayaneses, bendijo a Houston al dicho de “no estaría acá parada si no fuera por vos”, los padres de Amy Winehouse subieron a recibir un premio que le correspondía a su hija, muerta a los 27 años por ingesta excesiva de alcohol. Ahora, con Whitney Houston, una historia más se agrega a la lista de mujeres que no pudieron sobrevivir a pesar de una voz genial.

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