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Domingo, 16 de junio de 2013
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Teatro> Tres obras sobre Ezeiza, 1973

Operación masacre

A cuarenta años de la masacre de Ezeiza, producida el 20 de junio de 1973, tres obras teatrales proponen volver sobre el acontecimiento dramático de la historia argentina para iluminarlo desde diferentes luces y perspectivas. Una impactante instalación de Pompeyo Audivert en el Centro Cultural Haroldo Conti encuentra su contrapunto en otra propuesta del director, más ajustada al teatro de sala. En tanto, Jorge Gómez, el director de Biblioclastas, propone una lectura desacralizada del peronismo.

Instalación Museo Ezeiza 73

en el Conti

Una vez por mes, el Centro Cultural Haroldo Conti se viste de Ezeiza. Lo que vemos en el salón principal –un inmenso galpón, inmensamente negro–- no es una manifestación de hombres de a pie, ni bandos enfrentados, ni un avión suspendido en el aire, ni mucho menos ametralladoras disparando sobre una multitud. Lo que vemos es un museo viviente: pequeños altares apenas iluminados desperdigados por el espacio, donde los actores recitan el derrotero de un objeto que ha sido encontrado en esa tierra arrasada que quedó después de la masacre de Ezeiza, en 1973. Las que hablan son, entonces, las cosas: un documento de identidad, un caño de escape, un termo, una campera, un megáfono. Más de ochenta actores representan a más de ochenta objetos. Los restos olvidados, descartados o perdidos por los protagonistas de esa jornada estremecedora, prácticamente inverosímil vista desde hoy, pero fehacientemente ocurrida hace cuarenta años.

Y esa escena inefable, de penumbras, de cuerpos en estado lamentable –-sucios, de ropas viejas, rotas, ensangrentadas– ha sido concebida por Pompeyo Audivert. No es extraño que sea él quien haya tomado este hecho de la historia argentina, confuso y trágico, para traerlo hacia el terreno de lo teatral. No es la primera vez que toma un hecho o texto aparentemente lejano –como fue Lady Macbeth, con Cristina Banegas, por citar un ejemplo– pero que resuena fuerte en nuestra historia más cruenta. No es la primera vez que lo hace con escenas de esta clase, donde la poesía le gana por muchos cuerpos a la narración, como modo de llegar a momentos de verdad y patetismo.

El director cuenta que hace alrededor de seis años comenzó la investigación teatral acerca de Ezeiza en su estudio –El cuervo, que este año cumple veinte años de existencia– y concluyó con esta pieza-obra-instalación: “Nos fuimos dando cuenta de que venimos de allí, nuestra realidad histórica, nuestro presente empieza, por lo menos para mi generación, en Ezeiza. En Ezeiza se clausura una perspectiva histórica extraordinaria del campo popular y comienza una caída que recién se detiene con la llegada de Néstor Kirchner. Con la instalación Museo Ezeiza 73 queremos relevar la magnitud histórica poética y sintética de aquel acontecimiento único”.

Y la experiencia de transitar esta instalación emplazada no casual ni gratuitamente en el predio donde funcionó la ESMA, con todos los condicionamientos y las connotaciones que este espacio trae, es igual de única, de extraordinaria, que el hecho que recrea. El espectador recorre a pie el espacio y se va encontrando con esos objetos parlantes que cuentan su historia. No hay cuarta pared, no hay butacas donde refugiarse de la potencia de las imágenes.

En ese recorrido que para cada espectador será distinto y particular, se pueden escuchar textos como éste: “Soy el largavistas de Juan Ramírez, vengo de Tucumán. Me encontraron a 50 metros del palco, vine colgado de su cuello. Me encontraron sin rastros de mi dueño, sin esperanza de ver la esperanza. Quizás él mismo se convirtió en esquirlas, desde el barro se filtran sus ojos”. O: “Soy un leño recogido por María Lourdes Noia. Me encontraron la madrugada del 21. Entre los vagones despiertos, sobre los durmientes, que atraviesan la provincia de Buenos Aires desde Bolívar. María Lourdes me tomó en el bosquecito. Pasé de mano en mano entre canciones, entre bailes, como por una marea de festejos por la clausura de la ausencia. Soy abrigo en la noche desvelada, brasa de ardores contenidos, de gritos de victoria postergados. Una rama, una mujer, una guitarra de fuego conteniendo el invierno implacable”.

Cada actor escribió el texto que recita a partir del famoso método de construcción que Pompeyo Audivert practica desde hace años, “el automático”, mecanismo de asociación similar al utilizado por los surrealistas. Cada actor y cada sensibilidad se superponen en la escena, de allí la pluralidad de textos, de voces, de astillas de la Historia. Museo Ezeiza 73 pareciera proclamar la imposibilidad de construir un discurso total de esa jornada; como si frente a esta tragedia nacional sobre la que aún hay huecos, versiones y fundamentalmente tabúes, hubiera dos salidas posibles: la de la poesía y la de la irreverencia.

Y ésa es la vía tomada por esta multitud teatral: con desgarrados textos poéticos donde pueden rastrearse voces de Gelman y Urondo; y con un cierre paródico y anticlimático, muy acorde con las circunstancias: “¡Muchachos! Volvamos a casa con tranquilidad. A la salida está la urna donde pueden dejar su aporte para la causa. Fijensé, hay dos salidas posibles: una es por la derecha y la otra por la izquierda”.

Jueves 20 de junio, habrá funciones a las 17 y a las 20, en recuerdo de los cuarenta años de la masacre de Ezeiza. C. C. Haroldo Conti, Av. del Libertador 8151. 4702-7777. Entrada a la gorra.


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Limbo Ezeiza,

una inmersión en el peronismo

En el programa de mano una frase de Alberto Ure enmarca e impone un sentido: “Si se supera la franja melancólica, y admitiendo que también hay un Billiken peronista, que será menos irritante, pero no por eso es más entretenido ni útil, habría que plantearse que están en la propia historia del peronismo y del movimiento nacional los grandes temas trágicos”. Así lo cree también Jorge Gómez, que en esta pieza retoma los acontecimientos de Ezeiza pero justamente, muy lejos de la melancolía, del idealismo o de las versiones edulcoradas de la historia. Limbo Ezeiza retoma los acontecimientos con la distancia necesaria para que la poesía permita ver lo que la Historia no puede.

Lo que vemos entonces no es la patria ni los nombres conocidos; se trata de una familia en el futuro. Dos hijos esperan al líder familiar ausente durante muchos años. Cada uno abraza un punto de vista sobre este regreso. El padre llega con un paraguas negro. No se sabe si está vivo o muerto, o conservado con una técnica patafísica. Lo peor es que llega acompañado por un personaje maléfico que mutará de rol permanentemente, ganando la confianza del padre/líder, convirtiéndose en un hijo más en la disputa por la herencia.

Jorge Gómez, además de director de teatro, es historiador y tiene en su haber Biblioclastas, pieza teatral sobre los robos e incendios y sus resistencias en bibliotecas, archivos y museos de Latinoamérica. Explica sobre el germen de Limbo Ezeiza que “es una temática que me interesó desde que llegó a mí a través del relato de mi familia. He leído todo lo que me llegó, pero la acción dramática concreta me surgió en 2006 cuando se realizó el traslado de los restos de Perón a la quinta de San Vicente. Ahí terminé de armar el mundo. El 20 de junio de 1973 es el punto de partida para poder pensar no sólo ese momento histórico puntual sino también el derrotero que siguió el peronismo. Y si algunas cosas de aquello repica hoy, tendrá que ver con una historia que no está concluida”.

Limbo Ezeiza no intenta representar las dos tendencias que se enfrentaron ese día y ese tiempo, sino que a través de las figuras de estos dos hijos (de un mismo padre, el carismático y poderoso Norberto Trujillo) se muestran dos posiciones arquetípicas: disputas de género, de pragmatismo e ideales, de estrategia y ética, y más.

La obra está narrada en un futuro, pero resuena a un pasado que por momentos parece presente. El peronismo es aquí una gran familia, un acervo cultural donde conviven Daniel Santoro en la imagen y Leonardo Favio en la música que pone a los protagonistas a bailar. Cierra Gómez: “En esta ambigüedad de espacios y tiempos aparece lo iconográfico, el ritual, los recuerdos colectivos, la belleza del peronismo, los diversos discursos que confluyen en él, la tragedia y la comedia, el homenaje y la crítica. Es ahí donde la obra plantea el recurso al humor para narrar una historia demasiado dolorosa”.

Viernes, a las 23, El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960. Reservas: 4862-0655.El viernes 28 habrá una función especial por los 40 años de Ezeiza, a las 13 horas, con invitados y posterior debate.


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Edipo en Ezeiza,

o el hogar como unidad básica

Pompeyo Audivert cuenta que Edipo en Ezeiza nació de una improvisación con unos actores que armaron una escena familiar muy graciosa donde un padre y su hijo tenían atada a la madre en la cocina y dudaban de que fuera verdaderamente ella, creían que un enemigo innominable y ominoso la había cambiado por otra cuando la original había ido a hacer las compras. Tiempo después el director recordó aquella improvisación, esta vez influido por el pensamiento acerca de Ezeiza que se había impuesto en sus investigaciones teatrales y decidió ponerse a trabajar sobre esa idea junto a los actores Julieta Carrera, Hugo Cardozo y Francisco González Bertín. Ellos son los protagonistas de esta suerte de “tragedia psicológica”, con tintes metafísicos, políticos y parapoliciales que tiene lugar todos los sábados a la noche.

La escena familiar es la misma. Un padre y un hijo tienen maniatada a una mujer de la que sólo escucharemos su voz respondiendo a las preguntas que le hacen en los largos minutos iniciales de la obra. Su cuerpo está cubierto por una bandera argentina. La imagen resuena de un modo siniestro, tal y como entendía este término Freud. Extrañamiento y reconocimiento a la vez. Inmediatamente surge una pregunta: pero Edipo y Ezeiza, ¿qué tienen que ver? ¿Cómo se inmiscuyen la política y la masacre en una historia familiar? El director explica: “Siento a Ezeiza como nuestra tragedia griega nacional. Unidad de tiempo y espacio, el viejo Dios padre cansado regresa del exilio en un pájaro de metal, en el gran jardín de la bienvenida el hijo pródigo y el abominable se arrancan los ojos por ser ellos quienes lo reciban, los otros hijos la ven de afuera, el líder se da vuelta en el aire de los hechos y aterriza en una base militar, cuando toca tierra ya es el ‘otro’ Perón. Todo en un mismo día”.

Por eso, desde el punto de vista familiar y mítico, Edipo en Ezeiza funciona como contrapunto al desmesurado proyecto del Museo en el Haroldo Conti. Esta es una obra teatral tradicional en el sentido de su forma de producción: hay un escenario y una platea. Aunque el modo de plantear las coordenadas existenciales de los hechos no lo sea tanto. Madre, padre e hijos no saben quiénes son, ni dónde están, ni para qué los pusieron allí. Se trata de una visión desmesurada de la historia hecha a nivel de una unidad básica hogareña.

En los restos fragmentados de un paisaje nacional que varía a cada momento, esta familia se somete a feroces interrogatorios con el fin de descubrir al traidor, al enemigo infiltrado. El afuera es un misterio y el adentro, versiones incompletas y afásicas de un proyecto colectivo que se frustró después del “picnic” de Ezeiza. La lucha continúa pero sólo por medio de la ficción. Esto termina de explicarse en una reflexión de Pompeyo Audivert: “Tengo una visión marxista de la historia y sin embargo creo en este proyecto que conduce Cristina, comprendo la contradicción y la asumo. No obstante, cuando hago teatro estas posiciones juegan su papel desde otro lado, son laterales, creo que lo revolucionario en el arte son las formas de producción poetizantes, la visión política personal del artista participa de esta forma de producción como fuerza o aliento desfigurado. La fuerza política del teatro es la poética”.

Sábados a las 22.30, en El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960. Reservas: 4862-0655.

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