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Domingo, 18 de septiembre de 2005
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Gente grande

Por Mariana Enriquez
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Dos consideraciones previas antes de comenzar a desmenuzar A Bigger Bang, flamante disco de los Rolling Stones. Primero, es desproporcionado e injusto compararlo con las pasadas glorias de los años setenta. Ninguna banda –ni siquiera los propios autores– puede repetir genialidades como Beggar’s Banquet, Sticky Fingers, Let it Bleed o Exile on Main St. No, A Bigger Bang no es un disco tan bueno como aquéllos, a pesar del entusiasmo de varios críticos exaltados. En segundo lugar, tampoco se puede considerar A Bigger Bang un disco más porque los Rolling Stones, a esta altura, no son un grupo más, y ya no les sienta ninguna categoría. Ni de dinosaurios, ni de geronto-rockeros, ni de cínicos, ni siquiera de leyenda. Hace falta una nueva definición: una banda con más de cuarenta años de carrera, un promedio de edad de 62 años y en plena actividad es un hecho inédito en la historia del rock, y probablemente irrepetible. Hace diez años, se los podía mirar con escepticismo; ahora superan cualquier capacidad de asombro y, sinceramente, no se entiende lo que están haciendo ni por qué. (El argumento de la ambición compulsiva ya no es suficiente.)

En A Bigger Bang los Stones no incluyeron ningún guiño a la electrónica o el hip hop, gran acierto, porque jamás les funcionó. Producido por Jagger-Richards y su habitual colaborador Don Was, apenas hay invitados o coros o firuletes. Empieza con tres rocanroles: “Rough Justice” (frenético) y “Let Me Down Slow” (simpático y pop) y “It Won’t Take Long” (oscuro). Las guitarras bien adelante, la elegancia inaudita de Charlie Watts y la voz todavía juvenil de Jagger son todo lo que hace falta para un comienzo más que sólido, casi impecable. Más adelante hay aciertos notables: “Oh, Not You Again” (una de las mejores performances vocales de Jagger desde Tattoo You), “Laugh I Nearly Died”, un lamento por Jerry Hall donde Jagger se atreve a todo y se las arregla para sonar sincero. El alma del disco vuelve a ser Keith Richards que en “This Place is Empty” suena como un Johnny Cash destrozado pero es garantía de buen gusto y, sí, sensualidad. No hay mucho más –se puede mencionar la amenazante “Dangerous Beauty” o la melosa e irresistible “Streets of Love”–, pero hacía veinte años que los Stones no editaban un disco tan bueno. Ni tan fresco. Y eso sí que no se lo esperaba nadie.

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