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Domingo, 3 de enero de 2010
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El próximo sábado, Richard Bona en concierto en Willie Dixon.

Armonías africanas jazzeadas

Virtuoso bajista y compositor, el lenguaje del camerunés Richard Bona refleja múltiples y variadas influencias. Pero sobre todo se destaca en la fusión del jazz y las músicas tradicionales de su infancia africana. En Rosario tocará con su banda.

Por Edgardo Pérez Castillo
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Bona también es capaz de sostenerse firmemente como cantante.

Africa es un continente asociado a la percusión, algo por cierto bien merecido, pero hay en esa asociación una injusticia implícita: el dejar de lado a las increíbles melodías que allí se generan. Desde un instrumento estrechamente vinculado con la base rítmica, y a partir de la universalidad del jazz, el bajista Richard Bona sostiene sin embargo un fuerte vínculo con las raíces melódicas africanas. También capaz de sostenerse firmemente como cantante, el músico oriundo de Camerún es una referencia de la escena jazzera, pero además un ejemplo único de las ricas posibilidades que da la fusión en ese difuso terreno de la llamada "world music". En ese marco, el próximo sábado, a las 22, Bona llegará acompañado por sus músicos para brindar un único concierto en Willie Dixon (Suipacha y Güemes), en una feliz sorpresa para la siempre escueta oferta veraniega.

Richard Bona viene de la música tradicional del oeste camerunés, ésa que interpretaba de niño siguiendo el ejemplo de su abuelo, utilizando a un balafón (pequeño xilofón de madera) como medio. Con cinco años el pequeño Bona ya actuaba en la iglesia local, donde rápidamente se convirtió en una pequeña leyenda local, un niño prodigio cuyos espectáculos en bodas, bautizos y pequeñas fiestas todos querían contemplar. Antes de entrar en la adolescencia, junto a su familia se mudó a una ciudad y, allí, descubrió a la guitarra, los instrumentos eléctricos, y fue sólo cuestión de tiempo hasta que se obnubilara con Jaco Pastorius y se volcara al bajo.

Tras la muerte de su padre en 1985, Bona decidió abandonar Camerún para instalarse en París en 1989 con tan sólo 22 años. Allí su fama como virtuoso no hacía más que crecer en cada una de sus apariciones en los clubs de jazz locales, junto a músicos como Didier Lockwood, Marc Ducret, Manu Dibango o Salif Keita. Y luego, a Nueva York, donde terminó de instalarse dentro de la escena del jazz como una figura particular. Y si bien es ése el género en el que ha logrado reconocimiento, Bona jamás se desprendió de aquellas melodías y ritmos que marcaron su formación musical primaria.

De hecho, el músico canta en su propia lengua, hecho fundamental para comprender gran parte del encanto de sus canciones. En una entrevista a un programa de televisión holandés, Bona lo explicaba así: "Cuando la gente canta en su propio dialecto, la música toma otro nivel. Podría cantar holandés, en japonés, pero eso le quita esencia a la música. Podés cantar en japonés, pero la poesía no es la misma, la melodía no es la misma, no es el mismo sentimiento. Podemos mezclar todas estas músicas, pero creo que los dialectos son los que hacen que la música africana suene como suena".

Más cercano al formato de canción que a las estructuras del jazz, el último disco de Bona, "The ten shades of blues", sintetiza la enorme experiencia del músico, que demuestra su gran capacidad compositiva, su condición de multiinstrumentista y de versátil cantante. Con ésa propuesta, el sábado Bona desembarcará en Rosario, con un show sorprendente.

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