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Domingo, 18 de agosto de 2013
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Dos últimas funciones de "La tercera parte del mar", en el teatro La Manzana.

Olas encrespadas de una trama siniestra

El director Felipe Haidar se apropia del texto de Alejandro Tantanian, transformándolo en un juego atrapante donde el espectador no termina nunca de acomodarse en la butaca.

Por Julio Cejas
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Victoria se transforma en el hilo conductor de la historia.

Hay un lugar donde el viajero nocturno va a extraviarse. En la oscuridad acecha el mar, en ese sitio alguien aguarda la llegada de un nuevo visitante, junto con él ingresa el espectador al cuarto de esa mujer que necesita ser nombrada para existir más allá de los confines de un espejo. De esta manera entramos a esa gran encrucijada que nos propone "La tercera parte del mar", texto enigmático del creador porteño Alejandro Tantanian, que tuvo en Rosario una notable versión dirigida el año pasado por Felipe Haidar, en una ópera prima que retorna esta noche y el lunes a las 21 en el Teatro de La Manzana (San Juan 1950).

Este primer trabajo del grupo Enjambre Producciones, participó el año pasado del 9º Argentino de Teatro que se realiza en la ciudad de Santa Fe y se sostuvo este año en cartelera con buena respuesta de público.

Los cimientos de esta propuesta se pueden rastrear en las actuaciones de María Cecilia Borri y Emiliano Dasso, un equipo que supo manejar una gama de registros que van del susurro, la media voz, los matices poéticos a las más extremas tensiones cercanas al desgarro y la violencia.

En su rol de director, Haidar se plantea una relectura de esa dramaturgia cargada de signos que se disparan en diferentes direcciones, contando con el aporte de Huella Laetoli, responsable de una puesta en escena que privilegia la luz y los objetos escénicos, en un clima oscuro que también se apoya en la banda sonora para embarcar al espectador en un cuento de pesadilla.

"La tercera parte del mar se convirtió en sangre...", dice un fragmento del Apocalipsis bíblico, metáfora que en la propuesta de Tantanian, posibilita múltiples lecturas, casi todas ligadas al tema de la búsqueda de la identidad, a crímenes y cuerpos arrojados al mar.

Esta es también, la historia de Victoria y un padre que la somete a torturas, una poética de cadáveres escondidos bajo el piso, resucitados para construir un puente en el medio del mar.

Esta noción de laberinto misterioso está recreada a partir de una apropiación del espacio donde la luz y los objetos escénicos junto con la ambientación musical, acompañan al público a un sitio que nos recuerda mucho los climas del cine de terror.

Esa casa donde habita Victoria nos recuerda otro sitio cargado de presagios: "La casa de Asterión", el cuento donde Borges recrea uno de sus míticos laberintos, el del Minotauro: "Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera".

En esta versión de Haidar, el que entra es el espectador y desde su mismo ingreso toma contacto con un despliegue de espejos que ocupan otro lugar de significación, tapizando las paredes de ese cuarto asediado por un mar que pareciera por momentos tragarse a los protagonistas.

El espejo y el tema de la mirada, el pedido casi angustiante por parte de Victoria para que Rodrigo la nombre, es siempre la mirada del otro la que estructura al sujeto, le devuelve todos los fragmentos de su cuerpo, un ritual donde ella afirma: "Debo estar enamorada de mi cuerpo muerto".

María Cecilia Borri, en el rol de Victoria, se transforma en el hilo conductor de la historia, su cuerpo atrapa la densidad de la obra y pareciera por momentos deslizarse entre los pliegues de una invisible coreografía que la lleva a fundirse dentro de los espejos, para reaparecer jugando a las escondidas como un ser que va de lo voluptuoso a lo siniestro.

Dasso por momentos, juega a ser el partenaire de Victoria, se incorpora a su juego, se deja abrumar por su ritmo vertiginoso, por el misterio de su historia, pero pronto se transformará en otro de los monstruos que sacuden la escena, mostrando su ductilidad y su técnica al servicio del personaje.

La asistencia técnica de la obra estuvo a cargo de Celeste Bardach, Dana Maiorano colaboró en la asistencia general, Soledad Otero fue responsable de la Producción, Victoria Madariaga participó en la asistencia de dirección y Candela Bianchi en Prensa y difusión.

Haidar logra apropiarse de un texto polémico, transformándolo en un juego atrapante donde el espectador no termina nunca de acomodarse en la butaca, como si los vaivenes de ese mar al que alude la obra, lo conmoviera con las olas encrespadas de una trama siniestra.

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