¿Imaginaba Rosa Wernicke, allá por 1943 cuando publicó su novela realista social de tesis Las colinas del hambre, que 72 años después el contenido polÃtico de denuncia en su obra serÃa más vigente que nunca? Novela escrita, ambientada y premiada en Rosario (aunque su primera edición se publicó en Buenos Aires, por la editorial Claridad, que según cuenta Julio Chiappini pertenecÃa al republicano español exiliado Antonio Zamora), Las colinas del hambre se convirtió en un mito literario local, una contraseña entre eruditos, un libro siempre elogiado pero nunca encontrado y raramente leÃdo. El que Wernicke, periodista porteña y divorciada, se hubiera unido en segundas nupcias con el célebre pintor Julio Vanzo, luego ilustrador de aquella edición, sumó a la leyenda un glamour bohemio que no hizo más que adensarse tras la reclusión de la escritora en el hogar compartido (asistida casi únicamente por su compañero) debido a una enfermedad paralizante, retirando asà su presencia del espacio público y social.
Vale repetir aquà esta historia porque la editorial Serapis, un sello rosarino, acaba de publicar la segunda reedición de Las colinas del hambre en lo que va de este siglo (no es que en el anterior haya habido alguna). Y la otra buena noticia para bibliófilos, amantes del arte y público en general es que reproduce todas y cada una de aquellas ilustraciones de Vanzo. En 2009 esta novela se reeditó en Rosario con un prólogo (sin firma) de Eduardo D'Anna. Consignó Osvaldo Aguirre en su reseña que "Rosa Wernicke (Buenos Aires, 1907; Rosario, 1971) colaboró en los diarios La Prensa, La Capital y La Tribuna, donde tuvo a su cargo la sección bibliográfica. Escribió narrativa, poesÃa, ensayo, teatro y argumentos cinematográficos y adaptó novelas para el radioteatro. Una buena parte de esa obra quedó inédita".
En 2013, el sello rosarino Baltasara, de Liliana Ruiz, hija del editor que publicó por primera vez el libro de cuentos Los treinta dineros a fines de 1938, reeditó esta otra obra de Wernicke también premiada, también de alto voltaje sociopolÃtico. La novela se le parece en la eficacia con que la autora construye cada personaje y su entorno inmediato como una dramática viñeta literaria, sólo que en la novela estas se entraman contra un trasfondo general de injusticia social que deja leer hoy sin equÃvocos su crÃtica al capitalismo (en los cuentos, el lector actual aún podÃa individualizar cada tragedia).
Según el blog de Baltasara, la novela Las colinas del hambre sirvió "a magistrados y legisladores como elemento de prueba en alegatos a favor de la protección de la infancia". En "La mirada absorta", artÃculo académico incluido en su libro La lengua del ausente (Biblos 1997), el crÃtico literario Nicolás Rosa explica que las "colinas" del tÃtulo aluden a "los montones de basura que se acumulaban en los bajos del arroyo Saladillo" (en la periferia de Rosario) y que "la montaña de basura era la emergencia de los restos del festÃn ciudadano".
Tan fogueada en lecturas del realismo español y francés como en la observación directa, Wernicke describe este ambiente insalubre con tanta precisión naturalista que llega a llamar a cada bacteria patógena por su nombre, situando allà a tipos sociales que se representan bien singularizados. El atrapante relato sigue una simetrÃa que va y viene entre dos clases sociales, dos hermanos desclasados en sentidos opuestos (Juan Ramón y MartÃn) y dos familias: la del jabonero Videla, que logró su ascenso social literalmente desde el fango y cuyos hijos se conducen como burgueses de alcurnia, y la de la hermosa pero misérrima Cándida, a punto de ser vendida por su padre en un matrimonio arreglado a un criador de cerdos que es un cerdo más.
"La descripción de la pobreza en el plano narrativo literario asumió siempre una narración que apela a la cientificidad de los enunciados (la pobreza entendida como mal social) y en el otro extremo como miserabilismo folletinesco", escribió Nicolás Rosa, situando a Rosa Wernicke en una misma tradición junto a Charles Dickens y a ElÃas Castelnuovo. Cabe nombrar además a Galdós y a VÃctor Hugo. Este último es citado en un monólogo interior por Juan Ramón Fuentes, el dandy cÃnico en desgracia cuyo contrapunto es su hermano abandonado MartÃn, ex convicto tuberculoso devenido en una especie de santo popular.
Anclada históricamente en "la Rosario pre peronista" (como bien dice la reseña de la nueva edición en El Corán y el Termotanque) y geográficamente desde la primera lÃnea en "El vaciadero municipal del barrio Mataderos", en la villa miseria de Beruti y Ayolas que en la realidad sigue ahà (al sur de la Avenida Pellegrini y al este de la calle Esmeralda), esta novela que ganó en 1943 el premio Manuel Musto fue escrita para indignar y despertar conciencias. Candente y actual es su alegato a favor del asistencialismo, la valentÃa con que reclama al Estado su responsabilidad en la redistribución de la riqueza y la honestidad con que lucha por desenmascarar la hipocresÃa, el egoÃsmo y la indiferencia de una sociedad que en nada parece haber cambiado.
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