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Viernes, 14 de agosto de 2009
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Despensarme

Por Bea Suárez
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Inmensa en el mundo, canto.

Querría despensarme. Sí, despensarme. No: olvidarme. No. Despensar el vestíbulo en que Dios es lo más íntimo, o aquél motivo por el que llevo a todas partes mi mortalidad.

Dejar la acumulación semántica, pero no al género humano sino la tela con la que están hechos los hombres.

Volverme dura hasta la leña, convertirme en atún, salmón, sardina; evitar mezclar (o seguir mezclando) mi política en la de otros.

Quiero.

Quiero.

Quiero despensar esta ciudad desde la circunstancia legal de vivir en ella, abandonar mi natural tendencia a ver todo en uno, regresar a niña de campo. Si se pudiera.

Despensarme en pérdidas prematuras, atravesar toda la poesía este viernes a la madrugada, habitarla fantasmáticamente, llamar a mis criaturas, terminar en el tacho. Que no importe.

Algo insular ha invadido el barrio, ha quedado Dorrego en una vida que no cesa, la dinámica de sus hojas da intemperie en vez de abrigo. Siento lo separado de mí, ausculto, suscito, registro, sólo eso.

Perder sin añadir. Esa frase me cura. No arrepentirme de mis líquidos. Esa también me cura. Ver patos pasando la terraza, oscilantes o entusiasmados hacia la isla, algún ave carroñera equivocada en Rosario, y todo lo costero. Cura. Cura.

Sueño haber sido una hoja de sauce llorón, aparezco traslúcida, perenne, herrumbrada, incólumne, impertérrita, dura, como quien trasmitiera a Dios por empatía.

Despensar las cuerdas de mi emoción, mi poeta hogareña, la infinitud del ser, el acontecer diario y otras porquerías de todo cuanto existe.

Despensar la casa como refugio, el trabajo como seguro de vida, el amor en un corazón no cardíaco, la solemnidad como una contingencia.

Quiero.

Quiero.

Sí, quiero.

Quiero ser agua, espuma, corriente, sombra, tendido horizonte; cortar el atardecer en dos mitades y darle una al mundo.

Que llueva gente anterior desde un cielo no certero y me haga despensar la vida como medicamento.

Perpleja, infinita, qué mas da.

Cuando el poema es agua jabonosa y me acribilla, y siento latidos cerca, que no son míos, y la gente charlante hormiguea, y la distancia del Mississippi a Santa Teresa es nula, empiezo a pensar en despensarme, en que una Nitroglicerina venga y desarme.

Desarme y sangre. Desarme aunque sangre. Desarme a pesar de la sangre. De que corra.

(Rosario desaparecida).

(Rosario colgando de pasacalles).

Arbitraria y casual, mi esperanza mojada busca el río.

Y el río viene, aún desde lo desunido.

El Paraná viene a curar.

A ayudar.

A que cuando todo esté despensado pueda yo, sin disimular la letra, pensar de nuevo.

Pensar todo de nuevo.

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