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Martes, 1 de diciembre de 2009
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Elogio de la desnudez

Por Irene Ocampo
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Me gustó desde que la vi la primera vez en el locutorio. Su cabello renegrido, apenas ondulado cayéndole por la espalda, los hombros. Los gestos de la cara tan atentos a la pantalla de la compu. Nos encontramos varias veces más en el cyber. Solía pasar un rato después de su entrenamiento de hockey, así que dejaba el bolso y el palo atrás del mostrador para que se los cuidaran porque decía que había perdido varios en los cyber por donde solía andar. Así era, si se concentraba en la compu se olvidaba de todo...

Yo sentí algo una vez que le pedí ayuda para poder editar unas imágenes. Se me acercó y sentí la vibración de su cuerpo de deportista, ¿o fue el calor de sus manos cuando rozó la mía mientras usaba el ratón? Yo pensaba muy rápido, debía asimilar sus indicaciones y a la vez pensar en una estrategia para invitarla a tomar algo, o acompañarla hasta la parada del bondi, o qué se yo, y en esa ebullición pestañeé, y ella giró su cabeza para mirarme, y me sonrió como si entendiera el alboroto de mi mente. Entonces me dijo: "Qué lindos ojos tenés".

La luz tenue y mortecina del salón lleno de computadoras. La temperatura como de invernadero, propia de ese sitio con todos esos aparatos encendidos. Además, el calor de los cuerpos de los cybernautas sudando mientras se jugaban la vida en las calles llenas de delincuentes pixelados, o en las canchas de fútbol en pantalla gigante. en medio de todo eso, también aumentaba mi temperatura corporal, ¿o era apenas calentura?

Varias veces le pedí que me ayudara con alguna de las compus de mi laburo. Son muy viejas, pero para internet y escribir alguna que otra carta sirven. No tenemos jueguitos ahí. El sábado la pasé a buscar yo por el cyber en el que se quedó jugando mientras hacía tiempo esperándome. Me invitó a jugar con ella. ¡Ni loca!, le dije. Yo del Pacman no pasé, y me muero si tengo que matar un bicho que me está persiguiendo. A ella le encantan esas cosas...

Caminamos un poco, aprovechamos que ella andaba sin bolsos que cargar. A esa hora ya se comenzaba a sentir el movimiento tan distinto de la tarde del sábado que preanuncia la noche de joda, de baile, de cenas con amigos. Charlábamos de cómo nos había ido en el día, el laburo, las cosas con su familia. También mirábamos chicas. Hacíamos chistes sobre quién podría salir con otra chica, quién parecía torta de acá a la China, o quién nada que ver, pero que valía la pena intentar decirle algo. Esa noche, nosotras no saldríamos, así que imaginábamos situaciones que sólo serían eso, palabras, escenas inventadas. Nos reíamos mucho.

La invité a mi casa a tomar unos mates, yo, ella sólo tomaba agua. Y tuvimos al fin nuestro encuentro. Parece que la hora jugando la inspiró porque empezó a desvestirme y a decirme cosas relacionadas con la computadora.

"La piel es como lo que ves cuando navegás por internet. Si tocás acá, me dijo rozando sus dedos sobre mi pecho izquierdo, parece que se abre otra ventana, ¿no?". Y yo le decía que sí, porque parecía que me sumergía en otro mundo. Mientras íbamos perdiendo ropas y ganábamos desnudez.

"Cuando te doy un beso, es como que abro un programa nuevo, ¿no te parece?". Y otra vez yo le decía que sí.

"Debajo de la piel hay un sistema nervioso y venas y arterias que nos transmiten sensaciones, con las páginas de internet pasa lo mismo..." Yo me la quedaba mirando cómo me lo demostraba, haciendo click sobre los puntos más sobresalientes de mi cuerpo desnudo. Besándome como si estuviese descubriendo un nuevo programa. Rozando con sus dedos rincones a la búsqueda de tesoros escondidos.

Adrenalina que subía de nivel, mientras me perdía en la piel de mi jugadora de hockey transformada en una tan peculiar profesora de computación. Mi Luciana Aymar propia había cambiado el palo por un ratón de piel, saliva, músculos en tensión. Y yo aprendía el nuevo lenguaje mientras navegaba por su piel. Pasábamos de nivel en el juego erótico. Sumábamos puntos de energía sexual mezclada con caricias, besos, gritos y gemidos.

"¡Sí, sí!" Monosilábicas nos volvimos. "Clickeame, clickeame, por favor". Nunca pensé que podría desear tanto tocar la piel de otra con mi piel. Límite corporal impreciso que abre mundos, sensaciones. Salimos de una aplicación antes de que el ritmo significara más que el frenesí. Y así, pasando por distintas versiones, llegamos a abrirnos una a la otra.

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