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Domingo, 4 de diciembre de 2011
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Fotografiando la zona

Hay conejos bajo la cama

Por Adrián Abonizio
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* Fue en Oliveros: la señora, venida del norte de la provincia hacía años que vegetaba en el hospicio sin molestar a nadie. Se acerca al director. -Hay conejos debajo de mi cama. -Claro abuela, dice él, condescendiente. Hay que echarlos urgente y le acaricia la mano. A la semana ella lo detiene en el patio. -Hay más conejos. Bueno, dice él y le administra una batería de ansicóticos. Ella insiste, ya con en el corazón achicharrado por la medicación. -Y cada día salen más, agrega. Una mañana ella se seca y muere. El jardinero teneboroso que se encontraba en el fondo descubre una madriguera de liebres que desemboca bajo su cama -piso de madera, humedad, abandono-. El médico se queda tieso. No hay testigos, salvo los lebreles que van llenando la habitación.

* Llega tarde a su cubil, por calle Cochabamba al oeste. No encuentra las llaves -las ha perdido en el trajín desde el centro- y el taxista espera. ﷓Por favor, que ocurra un milagro y las encuentre, murmura. Entonces ve salir de su casa, dos pibes cargando cosas suyas. Huyen en una moto a cien por hora. Le dejan la puerta abierta. -Mi ángel guardián entiende mal los pedidos, redacta en la comisaría. Pero esa parte de la declaración no es tenida en cuenta.

* Un matrimonio de ciegos en el parque toman mate. El, que está paseando, decide atarse los cordones en el banco contiguo. Les comenta sobre su afiliación xeneize ya que vé que ella ceba en un porongo con el escudito de Boca. El esposo se queda tieso, casi lo suelta -¿No me dijiste que era el de River?, la increpa ﷓Bueno, no es para tanto alarga ella, turbada. Es la primera vez que ve enojarse a un ciego. Se va, dejándola a ella toda roja de verguenza y a él dejando caer el mate a tierra como si hubiese rozado una cascabel.

* Perdían 10 a 0. Se acerca al árbitro, -¿cuánto falta?, comenta en un resuello lastimero. -Doce minutos, contesta marcial el árbitro, un besugo con cara de ojete. -Termínelo antes, le suplica por lo bajo ante el naufragio. El juez, deteniendo el partido y levantando la voz solo aúlla. -!Tenga un poco de dignidad señor!. Y le saca la amarilla antes, claro, de ser desmayado de una trompada.

* Hay conversaciones que son conversiones. Hay charlas que son benéficas y otras de beneficencia. Hay diálogos profundos y otros que marean por la llaneza. Hay oraciones perfectas y frases terribles. Pero todo esto se diluye y carece de importancia ante lo vano, lo aburrido y temible de una charla interminable sobre motores averiados o sobre el clima.

* -Miráme, exige ella. -¿Cómo estoy?. -Bien, como siempre responde él. -¿Cómo me queda? -Perfecto, querida, muy bien. -Vos siempre tan parco. Él se entristece porque ella no advierte el poder de las palabras cuando son sinceras y exactas. Siempre fue así entre ellos. Tendría que irse, lo sabe. -Bueno, arremete ella. ¿pero cual es mejor? ¿El rayado o el lila? -Los dos están bien. Ella estalla -!Preciso decidirme, idiota!. Yo también, mastica él para sí. Luego cuando ella está en el baño ensarta delicadamente con un hilo y alfiler ambos vestidos, los cuelga de la lámpara del living, toma la valija que tiene preparada y sale de la casa para nunca más volver.

* Hay hombres maduros bellos. Si no se dejan enviciar por la comida casera y excesiva, la derrota de estar capturados y mantienen alta su serotonina y dignidad, es probable que se tornen invencibles como navíos al viento, como tigres al sol. Sólo se desmerecen cuando advierten el poderío otoñal y empiezan a mostrar el plumaje y el almanaque se les envenena. En esto piensa, mientras la damita veinteañera regresa del baño, mirándose sorprendido al espejo, reflexionando sobre la línea que no debe nunca traspasar ahora que ha cumplido sesenta y cinco.

* -Los gorriones son pajaritos a resorte, dice el pibe murmuando por la ventana. El padre, sumido en las cuentas contesta maquinalmente que sí. No sabe que su hijo ha descubierto la mecánica poética de la naturaleza.

* Entendió que se había separado no el día que firmaron la rendición y la sentencia de divorcio sino mucho después cuando fue a comprar un cesto plástico para la ropa sucia y pensó que lo mejor era llevársela a su mamá que tenía un poderoso lavarropas.

* Pasan los jardineros en bicicletas; uno es flaquito y altísimo, el que le sigue es gordo. Llevan las bordeadoras atadas sobre los manubrios como lanzas de combate. Son Quijote y Sancho Panza contra los molinos de césped.

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