Cuando tenía más o menos treinta años, cuando dejé de tomar, vi analistas, curanderos, magos. No tenían mucho en común. Lo único fue que varias veces estos hombres insistieron: tendría que reconciliarse con su feminidad. Siempre contesté lo mismo, espontáneamente: “Ya sé, no tengo un hijo, pero...”, y siempre me interrumpieron, no me estaban hablando de maternidad. Me estaban hablando de feminidad. ¿Qué quiere decir con esto? No obtuve respuesta clara. Mi feminidad... Yo, en realidad, no soy de contrariar, sobre todo si me dicen las cosas varias veces con mucha convicción y una benevolencia obvia. Por lo tanto, traté de entender, sinceramente. De qué carecía. Tenía la impresión de decirlo todo, de no tratar de ser más así que asá, de dejarme ser sin mucha moderación. La feminidad, ¿qué era? Las circunstancias en que vi a estos terapeutas siempre eran privilegiadas, estaba bastante dulce y tranquila. No soy una bestia de tiempo completo. Más bien soy tímida, discreta, desde que dejé de tomar no se puede decir que hago mucho bardo, en general. Por supuesto a veces estallo y me voy a la mierda. De manera no muy femenina, lo confirmo, y muchas veces eficaz, qué casualidad. Pero en este caso no me hablaban ni de agitación ni de agresividad, hablaban de feminidad. ¿Por ahí se trataba de ser menos impresionante, más tranquilizadora, más encantadora, tal vez? Bueno, eso, por más que quiera, va a ser difícil. Se vuelve un chiste, a la larga, ser la chica que hizo Fóllame. A veces, así de simple, me da la impresión de ser Bruce Lee cuando contaba en las entrevistas que todo el tiempo los tipos le tocaban el hombro para desafiarlo. Querían mostrarles a todos los del barrio que eran tan fuertes que se habían cargado a Bruce Lee. Son los giles de pija chica locales los que se sienten obligados a desafiarme a mí, para mostrarles a sus amigos cómo se atrevieron a venir a reubicarme en mi lugar. No voy a dar detalles, explicar lo que pasa cuando esos tipos entienden que todas las minas a quienes quisieran agarrar prefieren tener sexo conmigo. Los vuelve súper agresivos. ¿Qué culpa tengo yo si tienen más sex appeal que un viejo Renault 5 oxidado? Seguro que se imaginan que si no existiera la tendrían más grande.
Extraído de Teoría Kink Kong, Virginie Despentes, Editorial Heckt Libros.
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