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El cuento por su autor

El cuento no es mi fuerte; no escribo cuentos, ni novelas, en un sentido lato y eso me ha creado muchos problemas de género. Eso sí, no se puede decir que no cuente. Cuento todo el tiempo, pero no doy con el molde escrito. Es siempre muy breve –en ese sentido podría decirse que mi carrera está en el cuento mínimo aunque no lo haya frecuentado ex profeso–, o que permaneció en el relato extenso. Decidí hacer crecer un cuento para Verano12. No podía ser que no pudiera. Engrosé de la manera más discreta posible, sin perder –así creo– el equilibrio ni violentar la mesura de lo que ya estaba escrito, hasta dar aproximadamente con el número de caracteres establecido para la publicación. Fue un ejercicio que se parecía mucho al pulido, aunque pulir es desbastar, gastar con el esmeril o cualquier otro instrumento. Paradójicamente, pulí para hacer crecer. Entretanto, cuando ya creía dar aproximadamente el ancho –como se dice para responder a lo que se espera de uno– y a gatas llegaba a mi objetivo, comenzaron a caérseme las cosas de las manos, y a salir de mí palabras truncas. El fenómeno duró un día. Con parsimonia, cuidándome como a un pétalo, volvieron las palabras y pude finalmente cumplir con mi cometido. Aunque llegue tarde, ésta será una de las pocas veces en las que tuve que ceñirme o expandirme, y ceder al imperativo del cuento. Ahora hay que saber si es cuento...