(ATENCION: este artículo contiene abundantes SPOILERS sobre The Walking Dead)

Y una bendita noche, The Walking Dead volvió a arengar al personal. Si a la serie de Fox / AMC se le reclamaba que ganara algo de ritmo, que metiera la quinta marcha de vez en cuando (lo que no significa necesariamente tiros y explosiones, sino golpes bien calzados de guión), “Dead or Alive Or” fue el episodio ideal para volver a ponerle fichas a la octava temporada de la historia apocalíptica. Lo cual, atención, no suena a buenas noticias para Rick Grimes: sugestivamente, el sheriff no apareció en todo el capítulo, salvo una última mención que lo ubicó arribando a Hilltop. Qué tal Rick, pasá nomás, la verdad es que la pasamos bárbaro sin vos.

Es que el episodio 11 fue –entre otras cosas- puro Negan, que se terminó robando todo en los últimos cinco o seis minutos. Jeffrey Dean Morgan se hizo un festín con algunos parlamentos memorables y curtió a fondo la parada torcida, la mirada entre canchera y border y una manera de largar las frases que pone a su villano muy arriba en el ranking. Su último diálogo con Eugene, el brillo feroz y divertido de los ojos cuando el fabricante de balas le propuso una idea que es un canto al gore –lanzar miembros y cabezas de walkers a Hilltop con una catapulta- fue de antología. “Eugene… ¡Ha florecido una rosa en ese montón de mierda!”, soltó, y dieron ganas de aplaudir. Y sus escenas fueron un recordatorio de su desviado romance con Lucille, el bate con púas que, a su manera, también se comió el protagonismo del episodio. Entre otras cosas.

Pero hubo mucho más en el episodio que se verá este lunes a las 22 en el paquete básico de Fox, y eso refuerza lo dicho al principio. El recorrido de Gabriel y el doctor Carson fue otra línea argumental intensa, cambiante, signada por el debate sobre la fe entre el cura y el médico; cuando parecía que el religioso se salía con la suya demostrando cabalmente que Dios guiaba el camino, la muerte de su compañero voló todo por los aires, un volantazo que sacudió cualquier riesgo de caer en un guión rutinario. Mientras tanto –otro punto a favor- , reapareció Daryl, volvió a darle a la ballesta y lideró a su grupo en un pantano que, con los caminantes emergiendo del agua mugrienta, fue todo un homenaje a George Romero. En la decisión de meterse (literalmente) en semejante tembladeral tuvo mucho que ver Dwight, otro personaje que con el correr de los capítulos ganó una dimensión inesperada y viene surfeando con éxito la pertenencia a uno u otro grupo.

Por necesidad pero también con espiritu de revancha, Maggie lo rigoreó seguido a Gregory. Al Rey Ezekiel, rescatado en misión letal por Morgan, Carol y un pibe que pinta para la psicopatía temprana, se lo olvidaron en un recodo del guión. Pero la verdad es que no tenía mucho para agregar en un episodio que resolvió muy bien el momento en que Daryl entra a Hilltop y solo se lo ve pronunciar “Carl”, desatando un cataclismo emocional en personajes que vieron crecer al hijo del sheriff, que estuvieron con él en la granja y en la cárcel y en Alexandria. Con todos esos ingredientes, The Walking Dead entregó su mejor capítulo en un par de temporadas y levantó la puntería. Rick, por favor, no vayas a estropearlo.