“Uno estaría tentado de señalar a Oski, pero me parece que el más influyente sobre los dibujantes de humor en Argentina fue Landrú”, reflexiona José María Gutiérrez, uno de los responsables del Archivo Nacional de Historieta y Humor Gráfico de la Biblioteca Nacional y curador de Breve historia universal de Landrú, la exposición que se inaugura hoy en la planta baja del colosal edificio de Agüero al 2500. La muestra se podrá visitar todos los días hasta junio y contará con más de cincuenta obras del humorista, incluyendo una buena cantidad de trabajos inéditos, además del cuaderno de adolescencia en el que Juan Carlos Colombres prefiguró la cosmogonía que luego se convertiría en el cuerpo central de su obra como humorista, periodista, músico y escritor.

A los 17 años, el niño-que-aún-no-era-Landrú abrió su cuaderno y comenzó a escribir su “Génesis novísimo”. Reinventó la historia del universo mismo. Pero como señala Gutiérrez, el joven no se quedó con el gesto inaugural, ni perdió interés para encarar otros proyectos. Al contrario, trabajó con inusual constancia en esa obra de juventud. Hasta ahora ese trabajo sólo apareció, una vez, en la revista Status, que dirigía Brascó. Pero su director lo publicó corregido y sin los dibujos. “Cuando vi el cuaderno me sorprendió la meticulosidad, no tiene tachaduras ni correcciones, tiene una gran coherencia y no decae en ningún momento”, cuenta el curador, que en ese gesto ve a un Landrú “demiurgo”. Fue en esa lectura, en el cotejo con el resto de la obra del humorista que cayó en la cuenta de la coherencia que unía ambas etapas. “Es muy coherente con su desarrollo posterior, con su mirada del absurdo, porque no sólo propone ocurrencias o es ingenioso en su modo de ver; directamente presenta todo un universo para ver distinto”, explica Gutiérrez. Por eso su obra ni siquiera puede ser calificada de surrealista. Landrú no subvertía los factores ni trabajaba con las lógicas del inconsciente. Directamente inventaba otra cosa.

Además de esos primeros alientos como humorista, Breve historia universal de Landrú ofrece un rescate amplio de textos y viñetas de la primera época del autor, en la Don Fulgencio y a partir de allí, todos sus hitos importantes. Que no son pocos, porque como señala el catálogo, el hombre llegó a colaborar con doce medios a la vez. Por supuesto, no faltarán los ejemplares de la mítica Tía Vicenta, mojón fundamental del humor gráfico y político argentino. Y sí, está la que “provocó” la clausura que le impuso el golpista Onganía. ¿Por qué las comillas? Gutiérrez opina que la tirria de Onganía con el dibujante venía de antes, pues en un número de 1963 dedicada a los golpes de Estado, Landrú ya lo retrataba preguntando “¿Y a mí por qué me mira?”, exponiendo sus ansias de poder, una mandada al frente que –supone– el militar jamás le perdonó. Lo notable, señalan los especialistas –y acuerda Gutiérrez– es que Landrú era, hablando mal y pronto, un cheto. Era un “chico bien”, formado como tal, pero que se había erigido como humorista desde el absurdo y eso lo situaba a una distancia que le permitía disparar a todos, incluyendo su clase social de origen y pertenencia. “No era un tipo con un discurso ideológico dirigido, era un cheto que podía meterse en cualquier tema y salir”, considera el curador, al tiempo que recuerda que buena parte del humor político y costumbrista de Landrú se sostenía en las caricaturas que hacía de tilingas, clasemedieros aspiracionales y figuras de alcurnia con ganas de hacer payasadas públicas por un puesto político. “Su gran aporte a la sátira política argentina fue convocar al gran presidente, a las figuras de la política grande, a este living anacrónico de esta señora que dice disparates y parece que no entiende nada, pero le gusta hablar del tema, y en realidad demuestra el absurdo mismo de muchos de los actos de la política”, comenta.

Además, la muestra reúne originales del archivo del diario Crónica en custodia en la Biblioteca Nacional y algunas perlitas del Archivo Frondizi, incluyendo alguna tarjeta postal dibujada que Landrú le dedicó y jamás se llegó a publicar. Hay textos manuscritos (uno de ellos, escrito después de la muerte de Jorge Luis Borges) y fotografías. Todo distribuido en dos salas y con una ambientación que recrea el famoso living de la Señora Gorda de la revista Tía Vicenta. “Creo que además la exposición muestra los aportes que hizo en otros ámbitos, no sólo en el humor; por ejemplo, creo que la producción gráfica, con esa ensalada de contenidos mezclados con dibujos y avisos, esos collages bárbaros, influyen después a otros, como la Hortensia”, opina Gutiérrez. El catálogo, para quienes gustan de atesorar el papel, incluye buena parte de los trabajos en exposición y varios artículos. Uno del propio Gutiérrez, otro del escritor Pablo de Santis, uno del dibujante Enrique Breccia y dos particularmente buenos: el del periodista y dramaturgo Horacio del Prado, y otro de la dupla compuesta por Sergio Lánger y Rubén Mirá, quizás el más agudo de todos. Allí los creadores de La Nelly no sólo reconocen la heredad que los une con su predecesor, sino que también pueden dar cuenta de las marcas de época en su(s) obra(s).

¿Y qué es de la vida de un humorista gráfico sin el dibujo? En el caso de Landrú, la respuesta es inusual, explica a PáginaI12 Gutiérrez. “En Landrú casi no hay una evolución en el dibujo. Como le pasa a los dibujantes, va afinando un modo de resolver, ahonda la síntesis, pero está todo ahí desde el primer momento. Comparando con Oski, este sí era un tipo con una intención plástica. Pero a Landrú le chupa un huevo. Exacerba ese dibujar ‘mal’ y le encuentra sus recursos. Eso es parte de su discurso. Esa ironía y mecaguentodo. Lo va a hacer con la política, también. Nada lo toca”.