Como si fuera un virrey, Gianni Infantino anunció el viernes pasado que la FIFA autorizaba la vuelta del fútbol oficial a Irak. Lo hizo desde Bogotá, Colombia. A 12.288 kilómetros de distancia de Bagdad. La medida no aplica a la capital iraquí, porque solo se podrá jugar en tres ciudades “seguras”: Erbil, Basora y Kerbala. La primera ubicada al norte, en el Kurdistán, la segunda, al centro, y la tercera, al sur del país. El presidente se había negado a viajar a esta última en febrero. Desechó una invitación de los dirigentes para ver cómo el seleccionado local le ganaba 4 a 1 un amistoso a Arabia Saudita. La experiencia fue tan estimulante que el rey saudí, Salman bin Abdelaziz, le prometió al primer ministro, Haidar al Abadi, que le regalaría un estadio. La diplomacia de la pelota supera cualquier frontera. En la Guerra del Golfo de 1990-91, los pilotos del reino arrojaban bombas desde sus aviones sobre Irak. Ahora lo hacen también en Yemen. Pero con el viejo enemigo el trato cambió. La FIFA sigue sus pasos. Cuestiones del fútbol y la geopolítica.

El valor supremo que puede tener el fútbol para naciones que viven o vivieron en guerra, se percibe cuando falta, cuando no se puede ver ni jugar. Lo prueba el éxodo actual de jugadores sirios a Irak, cuando en el pasado era al revés. Nadim Sabbagh solía recibir en su club, el Techrine de Alepo, a colegas iraquíes que escapaban de una muerte segura. Sucedió hace poco más de una década. Ahora él hizo el camino inverso. Huyó de una Siria arrasada para sumarse a la Liga iraquí. Va por su segunda temporada en el Al Zawraa, uno de los equipos más grandes de Bagdad. Igual que su compañero de selección, Mahmoud Khaddouj, quien se cansó de entrenar bajo “una lluvia de balas y bombas” en el estadio del Ittihad de Alepo.

Hussein Joueid, otro futbolista sirio que se mudó a Irak, espera terminar su carrera en Bagdad. Parece tan acostumbrado a la guerra que no le pesan tanto los atentados de kamikazes que se inmolan. El 15 de enero hubo uno en la céntrica plaza Al Tayaran. Los partes médicos contaron unas 36 víctimas fatales. Con todo, dice que en la capital consiguió “la estabilidad” que no tenía en Alepo. Su historia, estas historias, ridiculizan frases como una reciente de Guillermo Barros Schelotto. El técnico de Boca habló de “matar o morir” en las vísperas del clásico con River. Debería probarse y dirigir un partido en esas tierras devastadas, donde matar o morir es un hecho cotidiano, como acá levantarse o ir al baño. 

El siempre sonriente virrey Infantino informó desde Bogotá que “la FIFA da luz verde, pero el organizador del campeonato tiene que tomar la decisión”. Puso aquella condición de las tres sedes autorizadas y prometió estudiar el caso de Bagdad, la ciudad prohibida. En un mundo donde nadie está seguro ni de los atentados del ISIS ni de los pistoleros y fusileros de la Asociación del Rifle de EE.UU., ni mucho menos de las bombas que caen sobre población civil, Irak trata de recuperar su fútbol. Esta vez de modo definitivo.

Porque el veto de la FIFA para organizar partidos en su territorio se extendió por algo más de veinte años. Hasta 2012, cuando se volvió a jugar por un tiempo breve. En 2013 se disputó un amistoso en Bagdad contra Liberia. Pero tuvieron que pasar cuatro años más hasta el partido siguiente. En 2017, Irak le ganó 1 a 0 a Jordania en Basora, desde donde llegaban partes militares como capítulos de telenovela en la guerra que terminó con Saddam Husein. Pero se produjo un corte de luz y la FIFA le prohibió de nuevo ser local en su propio país.

El seleccionado iraquí mudó la mayoría de sus partidos a la vecina Irán, con la que mantuvo un largo conflicto bélico entre 1980-88. En las últimas eliminatorias para el Mundial de Rusia, ni siquiera pudo contar con una de sus figuras, Justin Meram. Es un delantero del Columbus Crew de EE.UU., el mismo club donde jugó el mellizo Barros Schelotto. Aunque nació en Michigan y es hijo de inmigrantes iraquíes, temió que no lo dejarían ingresar a Estados Unidos una vez que regresara de Irán. Había sido convocado para los partidos contra Arabia Saudita y Australia. No lo pudieron convencer de sumarse al equipo. La prédica xenófoba de Donald Trump y su política migratoria le hicieron temer lo peor. Irak quedó eliminado. Siria, que sigue en guerra, también. 

Derrotado el Estado Islámico en 2017, en la Liga Premier de fútbol iraquí empezó a aflorar otro problema, además de la prohibición de la FIFA. La posibilidad de que surgiera un torneo autónomo en la región del Kurdistán, que persigue una histórica reivindicación de independencia. El presidente de la Asociación de Fútbol es Abdul Khaliq Masood, de origen kurdo y varios clubes también, como los campeones Erbil y Duhok, o Hawler Peshmerga FC o el Zakho FC. 

En este último jugó un defensor de la selección salvadoreña en 2016: Néstor Renderos. Estuvo cuatro meses en Irak y en una entrevista para www.elgrafico.com  de su país, recordó el año pasado: “Nunca tuve problemas allá; Irak no es como lo pintan afuera; es más, hacíamos vida nocturna con mi esposa. La verdad es que a un compañero del equipo con quien platicaba más (Mustafa Jalel Mustafy) y era el que más me ayudaba en mi vida cotidiana le comentaba que en El Salvador se escuchaban cosas feas de Irak, que había una guerra, que había bombas en la ciudad y él me decía que para nada, que podía salir con tranquilidad de noche”.

Renderos también contó cómo en el Zakho FC se intentaba ahuyentar la mufa por una mala campaña: “Como el equipo no ganaba, los demás jugadores sacrificaron un corderito en la cancha, es como una cábala de ellos, y me hicieron patear la sangre. Por lo que entendí, el acto era para alejar las malas vibras, fue algo raro…” 

Irak todavía sufre dos tipos de exilio futbolístico. Uno se va desmontando de a poco. Es el que monitorea la FIFA, que habilitó por ahora tres sedes para los partidos oficiales de la selección. El otro es interno y se vive en su propio territorio. Como en Bagdad la Federación Internacional todavía no autoriza a jugar a sus equipos, los hinchas deben recorrer cientos de kilómetros para verlos en el estadio François Hariri de Erbil, la capital del Kurdistán autónomo. No parecen tan infelices por eso. “Antes miraba estos partidos por la tele. Hoy ¡estoy en el estadio!”, dice Alí, un hincha y estudiante al que no le pesó el viaje desde tan lejos. 

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