Así es la vida, a veces cuchillo y otras la herida. Como cuando Julieta Cazzuchelli, muy a su pesar, dejó súbitamente la cumbia a propósito del destrato de algunos. Es que, por H o por B, nunca pudo hacer pie del todo en esa movida. Y ahora, apenas dos años después, por una serie de piruetas, la joven nacida en Fraile Pintado, al sudeste de Jujuy, pisa fuerte en el mundo del trap. Se abrió paso participando del tema más escuchado del momento junto a Duki y Khea (Loca, con más de 140 millones de reproducciones en cuatro meses), en el clip de Killa presentó con toda su primer disco Maldade$, a puro gangsta lover vacilón, colaboró con La Joaqui en el hit bolichero Ay papi, tiene la banca de raperos como Klan o Neo Pistea y espera ansiosa la salida del remix de Loca que se mandó Bad Bunny. “Me siento bastante orgullosa de mí”, dice.

Durante el show de Daddy Yankee y Ozuna en GEBA, Cazzu tenía la misión de calentar la pista junto a Khea y Ecko. Pero lejos del estereotipo del trap latino, mientras tanto su mamá la ponía en órbita: le mandaba WhatsApp recordándole cuánto había soñado ese momento. En su hogar sólo se escuchaba folclore y ella era la “rarita”: una cantante de cumbia (su alias era Juli K) que andaba en skate, se paseaba teñida de colores y estudiaba cine en Tucumán. “Pero la dedicación vale más que el talento”, sigue. Sus padres miraban con cierto recelo su experiencia en la música. Al punto de que hasta que se mudó a Buenos Aires y grabó sus primeros temas, Cazzu no les contó en qué andaba: “Era ir en contra de lo que querían. Igual, nadie iba a salir perjudicado”.

Llegó a la capital federal con el dinero justo para comprar un colchón y alquilar una pieza. Por eso y porque vio de cerca el porrazo que se pegó una banda de cumbia turra con la que trabajó haciéndole flyers, videos y registros audiovisuales, supo que nunca tenía que subirse a ningún pony. “Había mucho ego, mucho maltrato. Pensé que eso sólo pasaba en las películas”, cuenta. Más tarde, un amigo le ofreció un trabajo para una empresa de inversiones de la colectividad boliviana. Ahí volvió a tener plata y terminó de grabar su disco. Y fue con Killa que recibió el respeto de los raperos: “Yo quería estar lejos del circuito de la cumbia”. Ahora, a pesar del ruido, Julieta no pierde sencillez. Con sus ojos negros, su pose bling-bling a-lo-Rápido y Furioso y un tatuaje de un corazoncito en un pómulo, Cazzu admite que la vida en Buenos Aires es más fácil: “La comodidad de vivir en capital hace que nunca comprendas la complejidad del interior”.

Cuando arrancó en el trap, las críticas la ponían mal. “Hoy los doy vuelta como una media.” Una vez, en una juntada con otros artistas, un flaco le espetó que era “buena para ser mujer”. Y Cazzu entronizó una paciencia inaudita: “No quiero tener amigos pelotudos”. Ahora, a fuerza de perseverancia, se yergue como una de las artistas destacadas del trap local, sazonando su música con un flow contagioso, estirpe romanticona y una personalidad callejera. “No le digas ‘puta’ porque es como un halago, si querés insultarla: esmérate más”, se desdobla Julieta hablando de Cazzu, su álter ego. “Cazzu es alguien que me gustaría ser y muchas veces no me animo”, reconoce.