La escena es conocida: en un programa de talentos musicales –quince años, el cuerpo flaco, la ropa que le sobra a pesar de unos alfileres que le coló– ella le responde a Ary Barroso: “Vengo del planeta hambre”. Hubo risotadas pero ganó aquel concurso: promediaban los ´50 y casi todo en su vida era y sería una espiral de vida y muerte, una montaña rusa de fiesta y resaca. Y siempre la música. Hace algunos años aquí mismo se publicó un gran perfil suyo. Volviendo sobre algo de todo aquello vale decir que Elza da Conceição Soares fue casada por obligación a los doce años, a los trece fue madre y en poco tiempo se le murieron algunos hijos. Fue esposa de Garrincha, aquel ídolo de Brasil, y juntos mordieron el polvo más de una vez. También se dice que Joao Gilberto iba a su casa a tocar hasta que ella se durmiera, que cantó con Piazzolla, que al conocerla Louis Amstrong repetía como un loco “ella es mi hija”, que tiene setenta y tantos años, que tiene más de ochenta. Pero si, por fuera de los surcos que se tejen como mitos o leyendas, lo que queda son las canciones, hay que ir a ellas entonces.

Y lo último que editó Soares –está pronta a editar algo que seguramente se llame Deus é mulher– es una joya musical: acaso uno de los discos más importantes de los últimos tiempos de la música de Brasil y más allá y más acá también. Casi toda su discografía –vastísima, más de treinta discos– se apoya sobre la samba y la bossa, la MPB, cierto soul. La música más negra de ese país negro. Pero hacia 2002, después de un hiato musical de casi una década, editó Da cóccix até o pescoço y fue como el primer asomo de otra cosa. Otra musicalidad: igual de negra y de bossa y de samba pero también otra. “Aquel álbum fue una premonición de lo que vendría en el futuro, ¡fue un disco lindo! En A mulher... es donde grito en favor de las causas que creo: la violencia contra la mujer, la homofobia, el prejuicio racial. Aquí yo denuncio el caos en que la humanidad vive hoy” dice.

Y esa otra cosa –en el medio publicó Vivo feliz (2003)– es el disco A mulher do fim do mundo (2015) que regó premios, elogios y más entre las revistas especializadas más importantes del mundo. Podría bastar con decir que la BBC la considera una de las tres cantantes más importantes del siglo XX, junto a Edith Piaf y Celia Cruz. Podría, pero no basta. Porque ese disco es una bomba que implosiona la música brasileña y la estalla en un black power carioca, paulista, tropical. Un tembladeral, un sismo. Una incontinencia musical poderosa, groovera, oscura, eléctrica.

Lo primero es a capella. Esa voz rota entonando un poema de Oswald de Andrade: “Corazón de mar, es tierra que nadie conoce, permanece a lo ancho y contiene el propio mundo como anfitrión/Tiene por nombre ‘Si yo tuviera un amor’”. Sabrá ella qué maldiciones intenta exorcizar en cada una de esas estrofas. Pero no hay que pensar que A mulher... es un disco oscuro y sombrío, aunque tiene bastante de eso. Es también pura fiesta, goce, desenfreno. Todo sonando para que el cuerpo pierda la forma humana. Puesta a bailar las penas, Elza es de las mejores. Hay rock, samba y electrónica, scratch y samplers. Cantos que rayan lo orisha y pandeiros. Aquí Elza canta como si pariera cada palabra, cada uno de esos pasajes. La voz gastada y ese arrastre al decir, tan propio de ella. “Mi canto viene de la necesidad de sobrevivir todas las dificultades de la vida, de la necesidad urgente de ser feliz, viene de una fuerza que hasta yo desconozco. Yo soy el ahora con mis dolores y mis alegrías, tal vez de ahí viene mi canto”. Mujeres violentadas, negros y negras, favelados, gays, drogadictos, travestis, pobres. Esos son los protagonistas de estas canciones. Ella dice: “Siempre que pueda voy a usar mis canciones para luchar por las banderas que creo. La mujer del fin del mundo son todas las mujeres que luchan por una sociedad igualitaria, por respeto y por su lugar en el mercado de trabajo”.

Para la grabación del disco trabajó y se rodeó de lo más novedoso de la actual escena paulistana. Un combo eléctrico y exquisito: Rodrigo Campos (son recomendables sus discos solistas), Rómulo Froes, el genial Kiko Dinucci pensando las guitarras –la obra de Kiko no sólo es copiosa: suena como casi ninguna en Brasil–, Alice Coutinho, Douglas Germano. Ellos: los hijos putativos de Soares.

En “Pra fuder” y “Firmeza”, por ejemplo, los bronces hacen pensar todo lo funkie que puede sonar la música brasilera. O “Danza”, ese canto redentor, aletargado y roto, eléctrico y electrónico, donde dice, al trote de una percusión esquizofrénica: “deja lavar la lluvia que derriba del cielo, lava la carne que todavía tienes en el hueso/siento el hueso antes de que se rompa, abro la tapa y dejo la danza entrar en el camino”. En “Canal”, ese afro samba delirante, la voz de Elza –entre cuerdas, samplers, panderetas y guitarras– se eleva al cielo. A su propio cielo. Ella canta, pare: “Almas perdidas navegan el río, el canal, eternamente navegan el río vertical”. Ya había pateado el tablero de la música brasilera, y el suyo propio, con el disco anterior. Allí había reunido, por ejemplo, a Caetano, a Buarque, revisitado a Marcelo Yuka en una gran versión de “La carne”, a Jorge Ben Jor, Arnaldo Antunes. Pero parece que no alcanzó: A mulher... es un disco tremendo, una joya que por aquí pasó un tanto desapercibida. Luego hubo una edición con remixes y más. Pero la gema, el topacio musical es este disco. La primera vez que reúne canciones inéditas y composiciones pensadas por sus compañeros especialmente para la ocasión. Si en algún momento ella vio o fue el pasado, presente y futuro de la música brasilera; ese instante es este disco. Es allí donde resuenan todas estas canciones. Soares, aquí, funda su propia tropicalia. O tal vez: si la tropicalia fue un estado de ebriedad musical, A mulher... es su deliriums tremens. ¡Salve, Elza! El disco, después de todo lo dionisíaco que es, termina a capella. En una plegaria tan triste como hermosa dice: llevo a mi madre conmigo, de un modo que no se decir. ¿Sigue siendo, ella, esa niña que aprendió a cantar con el canasto de ropa sobre su cabeza? “¡Claro! Aquella niña aún está aquí dentro y no puedo olvidarme de ella, ¡nunca! Es la que todos los días me recuerda de donde vine”. Ella es la mujer del fin del mundo. Y va a cantar, hasta el fin. 

Quizás, después de eso último que deja sonando en el disco, no se deba decir nada más: “Y lo que me hizo morir, va a hacerme volver”. Qué duda cabe.

Elza Soares presenta el espectáculo A voz da máquina junto a Ricardo Muralha, Bruno Queiroz y Caesar Barbosa, en un show plagado de samplers, loops y sintetizadores, el domingo 8 de abril, a las 19, en La Usina del Arte. Gratis.