La vida de Javier Núñez (Rosario, 1976) se entrama con su escritura merced a coincidencias novelescas. Conoció al autor del epígrafe de su primera novela, La doble ausencia, en México, adonde viajó a recibir el Premio Latinoamericano de Primera Novela Sergio Galindo de la Universidad Veracruzana por la obra. Cuyo protagonista, Fonseca, se apellidó igual que el periodista que sugeriría su nombre en la editorial que reedita su tercer libro de cuentos en Nueva York.

Su cuarto libro de cuentos, La feroz belleza del mundo, da cátedra de oficio narrativo y lleva un título de belleza irresistible. Salió el año pasado por Casagrande, algo así como una reencarnación adulta de la editorial artesanal que le editó en Rosario el compilado anterior. En el medio hubo otra novela más y la consolidación de una figura de escritor (a cuyo fantasma de un doble se refiere con humor oscuro en uno de los nuevos relatos, "Perplejidad del sueño").

El nuevo libro se abre con un cuento de hombres taciturnos a lo Hemingway, surcado por inconfundibles huellas de rosarinidad: "Espera que pase un taxi que circula por Callao y cruza". Máquina impecable, "Cuando todo se rompe" es una lección en obra sobre cómo aplicar al cuento la teoría del iceberg, según la cual una narración debe dar apenas el diezmo de una historia sumergida bajo las aguas, dejando adivinarla. Los dos varones austeros de un diálogo anacrónicamente parco son funcionales a la fórmula. El puzzle termina de armarse en la última línea. Quien lo protagoniza está fuera del cuadro. Podría ser el capítulo final de una novela que no hizo falta escribir.

"El día que los trajeron pensé que no iban a durar", arranca el tercer cuento, cumpliendo con ese ítem del decálogo del buen cuentista que compara una primera oración con un anzuelo o gancho que el lector muerde y ya no puede soltar. Con ecos de Arlt, "Un cuento de nadas" reescribe "Hansel y Gretel" de los hermanos Grimm en el submundo sórdido y feroz de la trata de personas en Argentina y Paraguay.

"Abracadabra" y "Cacería" se tratan de desapariciones. Los géneros del realismo fantástico y del terror aportan respectivamente sus convenciones a dos relatos de gente que no puede con el desprecio o con el deseo de los demás, y que recurren al pase de magia o al juego como líneas de fuga para el necesario acto de escapismo.

"Hay algo de infinitamente triste en ese instante de incomprensión, de comunicación imposible, entre alguien que se cree perfectamente cuerdo y aquellos que no albergan la más mínima duda con respecto al deterioro de sus facultades mentales", apunta Núñez en "Abracadabra", cargando de silencio tenso una sobremesa a punto de estallar. La locura también es el tema en el costumbrista "Dandi", cuyo humor se apoya en la muletilla cómica de su protagonista.

Escrito en segunda persona, "Quemar un puente" echa mano de un tópico de la ciencia ficción (el bucle de la repetición infinita) para metaforizar lo trágicamente imposible de una despedida definitiva.

"Una enorme tontería", "Trescientos metros de eslora" y el cuento que da título al libro abordan los intentos, con distinta suerte, de reunión luego de una separación. El erotismo a secas o el amor después del amor insisten en la estampa intimista "Como dos animales heridos" y el ensayístico, casi de autoayuda, "Trinidad".

La grieta abismal que la diferencia abre entre los seres humanos y el amor como puente (que puede construirse y derrumbarse) son los motivos recurrentes de una obra narrativa de muy alta calidad que ya va por su décimo tomo, incluyendo reediciones, cuentos, crónicas y novelas. Javier Núñez es colaborador de varios medios.