La televisión argentina vivió el sábado por la noche otra muestra de su crítico estado actual. No es que se haya producido un hecho novedoso, disruptivo, inusual. Nada de eso. La difusión de denuncias sin pruebas contra personalidades de cualquier ámbito (político, periodístico, artístico, social, da lo mismo) forma parte del discurso que circula en la pantalla chica desde hace un tiempo. La búsqueda del impacto por sobre la verdad se extendió peligrosamente en el sistema mediático. A veces, con el único objetivo de perseguir algún puntito más de rating. Otras, con el propósito de derruir imágenes públicas, acallar voces críticas. La denuncia como medio para disciplinar o engrosar el rating se hizo (mal) uso y (mala) costumbre. La denuncia mediática vomitada por Natacha Jaitt en La noche de Mirtha sobre que un grupo de periodistas, famosos y dirigentes políticos estarían involucrados en los hechos de pedofilia que por estas horas la Justicia investiga en clubes de fútbol, forma parte de ese libertinaje al que nadie parece querer (¿poder?) ponerle freno.

En la era de la imagen, la televisión puede perder audiencia “en vivo y en directo” ante otros medios digitales pero no influencia. Más allá de lo que indican las planillas de rating, la caja –que de “boba” ya no tiene nada– sigue siendo el principal productor y abastecedor de contenidos para las redes sociales. La paradoja de estos tiempos: mientras la TV hoy se mira cada vez más fuera de los límites de la pantalla, el medio masivo por excelencia refleja cada vez menos lo que le sucede al ciudadano de a pie. En esa realidad paralela que construye, que con lógica centrípeta se retroalimenta a sí misma, cualquier hecho que suceda más allá de su universo es posible de ser decodificado en función de sus propios intereses. Por más grave que sea.

Entre quienes forman parte de esa televisión que se dejó de pensar y ahora parece solo medirse, y los que dirimen al aire desvergonzadamente rencillas personales, políticas y/o económicas, la pantalla chica ve derrumbar su credibilidad con más velocidad con la que sufre la fuga de televidentes. La TV perdió no sólo criterio periodístico, sentido de lo que está permitido y lo que no: fundamentalmente carece de algún rasgo de dignidad. Por propia voluntad o por la imposibilidad de cambiar el status quo, todos sus protagonistas son potenciales víctimas y victimarios de ese mecanismo perverso que se canibaliza a sí mismo. ¿O, acaso, alguien puede creer que Jaitt es la única protagonista del circo?

El paso de Jaitt por lo de Mirtha –nada más y nada menos que el programa más longevo de la TV argentina– no es más que otro síntoma de un discurso mediático que cada semana da muestras de que está contaminado y dispuesto a todo. Tal vez sea momento de que quienes forman parte de ese círculo vicioso que corre los límites siempre un paso más allá comprendan que la verdadera Argentina es la que está ahí afuera. La que no produce operaciones de ningún tipo aunque padece a diario sus consecuencias. De lo contrario, será hora de apagar la tele.